Un celtista en Netflix

GRADA DE RÍO

CEDIDA

Martiño Prada, ourensano de nacimiento y vigués de adopción, vive su pasión por el Celta en California, donde trabaja desde hace un año en la famosa empresa de entretenimiento

21 ago 2019 . Actualizado a las 13:18 h.

A día de hoy puede decirse que Netflix se ha colado en las conversaciones y en la rutina de cada vez más personas en España, y a su vez el celtismo también se ha colado de alguna manera en la archifamosa empresa de entretenimiento americana. Allí trabaja desde hace un año el gallego Martiño Prada, que tiene fijada su residencia en California y que forma parte de departamento de localización de la conocida firma tras haber trabajado previamente en Go Pro.

Pero la historia de celtismo de Prada, ourensano de nacimiento, comienza durante la época en la que, siendo niño, vivió muchos años en Cangas. «Sinceramente, no me viene de familia, crecí siendo del Barcelona», indica sobre un momento de su vida ya muy lejano. «En el colegio, estando en Segunda, nos daban entradas e íbamos a verlo. Empecé a aficionarme cada vez más como niño y ya cuando me mudé a Vigo para estudiar en el Cuvi empecé a ir más al estadio y ya me hice más celtista que nada», comenta.

El momento de traspasar fronteras le llegó hace diez años, cuando estaba haciendo el doctorado en traducción y le salió una beca de posgrado para cursar un máster en California. «A partir de ahí empezaron a salirme varios trabajos -hasta llegar al actual en Netflix- y ya me quedé por el tema laboral», revela. En la distancia su celtismo ha ido incluso a más. «Es una cosa curiosa, pero cuando más tiempo paso fuera, más quiero al Celta», señala.

En los inicios de su estancia en Estados Unidos las cosas eran mucho más complicadas que en la actualidad para seguir al equipo, recuerda. «No había WhatsApp ni las facilidades que hay ahora para seguir todo en línea. Pagaba una suscripción al servicio de cable, que tiene canales internacionales y el fútbol tira cada vez más, pero con el Celta en Segunda tenía que recurrir a web medio piratas y lo veía como podía», rememora. Reconoce que «a veces la conexión era malísima y no se veía bien, era un sufrimiento».

Como sufrimiento sigue siendo a día de hoy, aunque ya tenga posibilidades de ver cualquier partido -«pago esos canales religiosamente para no perderme ningún partido»-, el hacerlo en la distancia y de una manera distinta a las rutinas que tenía en Vigo. «Se echa de menos no poder verlo con amigos, ir al estadio, vivirlo en la ciudad y hablar de eso toda la semana», dice con cierta nostalgia. Y le viene a la cabeza su propia imagen en el Celta-Córdoba del ascenso. «Recuerdo estar viéndolo solo en casa, mordiéndome las uñas...».

Además, se enfrenta al hándicap de la diferencia horaria. «Es una aventura, porque para mí a veces pueden ser las cuatro o las siete de la mañana», explica. Para esos casos cuenta ya con un modus operandi perfectamente definido. «Tengo un servicio que los graba, así que lo que hago es desconectarme de redes, quitar el sonido a los grupos de WhatsApp celtistas en los que estoy y mis padres tampoco me dicen nada del resultado porque saben que lo veré luego», confiesa. Cuenta que lo consigue casi siempre, pero que cuando se entera ve los partidos igual.

Prada revela que en alguna ocasión, especialmente en la temporada de Europa League, se las «arreglaba» para ver algún partido en directo en el trabajo. «Me ponía reuniones de dos horas conmigo mismo en medio del día, enchufaba mi ordenador en la sala de juntas y a sufrir», relata. En alguna ocasión se sumaba algún compañero americano o algún latino y se juntaban tres o cuatro, pero normalmente desde que vive en Estados Unidos le ha tocado vivir la afición en soledad. «Alguna vez ha venido a casa algún amigo, o alguna novia que tuve se tuvo que chupar partidos del Celta sin tender nada», dice.

Él mismo juega en una liga en San Francisco y asegura que la camiseta del Celta suele ser su equipación para los entrenamientos. «Hablo del equipo por todos lados, he regalado camisetas… Yo hago mi parte, pero celtistas aún no he conseguido formar a ninguno», comenta entre risas. Entre esos compañeros del club, como aficionados a este deporte, la mayoría conocen al club. «Los que no son futboleros no saben de qué les hablo, mucha gente oye hablar del Celta por primera vez cuando se lo menciono yo».

Este aficionado suele visitar Vigo un par de veces al año y siempre organiza las vacaciones para que pueda coincidir con algún partido del Celta. «Las Navidades pasadas volé a Barcelona, jugaba allí el Celta y me quedé para verlo. Luego me fui después del Celta-Athletic. ¡Fue un milagro poder ver dos partidos!». Hace unos días, justo antes de regresar a California, se las ingenió para conseguir estar en el Quinocho. «¡Casi me da algo cuando supe que no vendían entradas!».

Precisamente durante sus vacaciones ha tenido que hablar mucho de Netflix. «Genera muchísima curiosidad cuando dices que trabajas allí. La gente pone cara de incredulidad, les impresiona, te preguntan si lo dices en serio», expresa. Porque es consciente de que se trata de «una empresa en auge y que acaba de abrir una oficina en Madrid». Él asume con naturalidad su rol: «Trabajo en el departamento de localización, que se encarga de traducir el material de películas y series a todos los idiomas». Antes tuvo empleos similares en agencias de localización que prestaban servicios a empresas de Silicon Valley.

Con respecto al celtismo, insiste en que vivir fuera hace que crees «un nexo de unión más fuerte con tu tierra» y el fútbol tiene mucho que ver. «Para un emigrante es especial, te das cuenta de que la gente habla de once tipos dando patadas, pero en realidad el fútbol representa a tu ciudad, a tu tierra. El Celta te hace hablar de Galicia, de Vigo, señalarlo en un mapa, contarle a la gente cómo es ese lugar. Sirve como relaciones públicas para dar a conocer esta parte de España». En cuando a él, en primera persona señala que «estando lejos el sentimiento crece aún más».