
Al eliminar la causa, se elimina el efecto. Eso probablemente fue lo que pensó Coudet cuando dibujó el partido contra el Eibar en busca de una solución a los problemas que recientemente se les han planteado a los celestes con las pérdidas de balón en la fase de inicio del juego combinativo. Y tirando de pragmatismo, planteó un partido en el otro extremo del juego. El Celta se jugó, si no todas, casi todas las acciones en juego directo y no solo en el saque de meta de Rubén. Incluso cuando el portero celeste tuvo alguna de las contadas ocasiones de jugar en corto con sus centrales, estos, ante el mínimo esbozo de presión visitante, apostaron por el balón largo, que la mayoría de las veces acababa en los pies de la zaga visitante.
Sin entrar a valorar si la nueva apuesta era la solución más adecuada a los problemas anteriores y entendiendo la necesidad del míster de buscar soluciones, de lo que sí dio la impresión es de que el Celta no estaba preparado para dominar este partido con esa forma de juego.
Cualquier modelo de juego necesita no solo estar trabajado, sino el absoluto convencimiento de quienes tienen que ejecutarlo. Si en algo era verdaderamente sorprendente el cambio en el equipo tras la llegada de Coudet era la creencia que transmitían los jugadores en lo que hacían, tanto en la presión alta como en el número de jugadores que llegaban en las transiciones defensivas y ofensivas, e incluso en la apuesta por el juego combinativo, prácticamente olvidado en las postrimerías de la época de Oscar.
La dificultad del juego directo estriba en acompañar por delante o por detrás al compañero que disputa el balón para cerrar así la segunda jugada. Su peor enemigo es quedarse a medias en el cometido entre esperar cerca de la defensa buscando ser el receptor o acompañar inequívocamente a quien disputa el balón, en este caso mayormente Santi Mina.
Esta situación provocó que el balón durase poco en los pies de los vigueses y acabó estimulando el crecimiento de un rival que con el paso de los minutos se hizo dueño del partido hasta alcanzar su objetivo del empate. Un gol que además se generó en otra pérdida en el inicio del juego, aunque en este caso el dato debe de ser tomado como una estadística, más que como una consecuencia de la apuesta celeste.
Poco se dejó ver también de la presión celeste y eso, si acaso, sorprende más. Mina cayó en el desaliento persiguiendo él solo a los centrales de un lado a otro y el equipo fue bajando su posicionamiento hasta prácticamente replegarse en campo propio entregando el balón durante muchas facetas del partido. Una estrategia que podría justificarse si se hubieran intentado aprovechar los espacios a la espalda que dejaba el rival con sus centrales en campo contrario, pero esta situación tampoco hubo replica por parte celeste.
En la segunda parte el Celta mejoró algo con el paso de los minutos, igualando el partido y generando dos ocasiones claras que pudieron cambiar el signo de la contienda. Insuficiente bagaje para un equipo que hace un mes nos deslumbró por su juego y por su intensidad pero sobre todo por hacernos ver a la mayoría que el cambio era posible y que además los jugadores creían en él.
Con o sin Aspas, en manos del equipo queda no retornar a un pasado que ya empieza a ser reconocido. Es requerido un paso al frente.