«Nunca fue el mejor del equipo, pero creció a base de trabajo»

MÍRIAM V. F. VIGO / LA VOZ

GRADA DE RÍO

cedida

Su padre y los entrenadores Claudio Giráldez y Manel Fernández desgranan la trayectoria de Carlos Domínguez tras debutar en Primera

11 may 2021 . Actualizado a las 05:00 h.

Carlos Domínguez (Vigo, 2001) se refería ayer en Instagram a su debut con el primer equipo del Celta el domingo ante el Villarreal como «un sueño cumplido». Más allá de la frase habitual en estos casos, quienes le conocen recalcan que, efectivamente, su sueño de siempre fue no solo llegar a la élite, sino hacerlo vistiendo la camiseta del club de su vida.

Porque Carlos comenzó a los cinco años en el Independiente de Traviesas y luego pasó una temporada en el Areosa antes de llegar a A Madroa siendo alevín. «Desde muy pequeñito, él siempre decía que ojalá poder jugar en el Celta», recuerda su padre, José Carlos, gran aficionado al equipo celeste, aunque lo suyo fue el balonmano. «Fui portero del Novás ocho años. Mi hijo también estuvo un año en el Seis do Nadal, pero luego eligió el fútbol».

En esos primeros años, jugaba de centrocampista e incluso de extremo. Fue en cadetes cuando Claudio Giráldez, ya el Celta, optó por colocarle como central. «Cuando le felicité por el debut, se acordó de eso, me dijo que es central gracias a mí entre comillas, porque no le gustaba mucho y nosotros le vimos más futuro en esa posición. Pero el mérito es suyo», afirma el que fue su técnico durante cuatro temporadas.

«Es zurdo, de buena presencia, con buen juego aéreo... Lo fuimos retrasando y creo que el tiempo nos dio la razón», ahonda Giráldez al tiempo que destaca que Carlos lo aceptó bien aunque al principio no fuera fácil. «Nunca tiene una mala cara ni una mala palabra. Su actitud siempre es proactiva y eso le ha ayudado a alcanzar su sueño en el equipo de su vida», sostiene. José Carlos añade que el cambio vino dado porque «tuvo un año en que creció bastante y de medir 1,65 o 1,70 pasó a 1,80. Como centrocampista se hizo un poco más lento, decidieron probarlo en el eje de la defensa y se fue adaptando». Ese estirón le trajo algunos problemas de espalda que fueron supusieron su única lesión hasta ahora.

Equipo juvenil B del Celta 2017/2018 entrenado por Claudio Giráldez en el que estaban Carlos Domínguez y los también actuales jugadores del filial Iago Domínguez, Iker Losada, Lautaro de León y Raúl Blanco
Equipo juvenil B del Celta 2017/2018 entrenado por Claudio Giráldez en el que estaban Carlos Domínguez y los también actuales jugadores del filial Iago Domínguez, Iker Losada, Lautaro de León y Raúl Blanco

En esa época de cambio coincidió con él Manel Fernández, que se enfrentó cuando dirigía al Racing y cuyo hijo Manu fue compañero y mantiene amistad con Charly, como le llama. «Es de esos chavales a los que les ves proyección. Le gusta mucho el fútbol y ya era rápido, fuerte, con buena salida de balón. De esos centrales que no suele haber muchos, y zurdos, menos», recalca. Giráldez también le veía condiciones, pero admite: «Es ventajista decirlo, porque también pensamos que llegarían otros y aún no lo han hecho o ya se quedaron por el camino. Pero decir que no le veíamos a Carlos este futuro sería mentir».

Manel, que ha tratado a sus padres, pone el foco en el papel de la familia en el desarrollo de Domínguez de quien destaca que tiene «la cabeza muy bien amueblada». Y las palabras de su progenitor parecen confirmarlo en el sentido de haberle inculcado el trabajo y la humildad. «Cada año ha tenido compañeros nuevos y otros que no han seguido. Siempre le decía que tenía que aprovechar cada temporada, porque podía ser la última», subraya. Y añade: «El Celta lo que quiere es que cada año vayas a más, y él ha sido muy trabajador y disciplinado en ese sentido».

Este verano le esperaba el salto al Celta B, con el que tardó cinco jornadas en debutar. «Intentamos prepararles para eso. En juveniles juegas con gente de tu edad y en el fútbol profesional compites con jugadores de otras edades, nacionalidades, con más madurez en ese tipo de fútbol... Y requiere una adaptación», señala Giráldez. En ese sentido, Carlos no le preocupaba: «Tiene la personalidad perfecta para ser futbolista: no se queja, escucha, quiere aprender, es competitivo, autoexigente e inteligente jugando al fútbol. Es fiable, apenas comete errores», le describe.

Fernández apunta que tuvo la paciencia de esperar su oportunidad y exprimirla: «Tenía una competencia dura y cuando pudo entrar, demostró que estaba a la altura», indica. Su padre revela que se quedaba con lo bueno y nunca dejaba de esforzarse: «El primer año sénior es complicado y él iba mentalizado. Seguía trabajando y no se comía la cabeza. Estaba contento porque decía que con Onésimo, aunque no jugara, estaba aprendiendo mucho», cuenta. Tenía claro, añade, que «lo importante era que cuando llegara la ocasión, lo hiciera bien».

Y el domingo, el reto era el mismo: estar a la altura. «Nunca vi un partido tan nervioso, pensando en que lo hiciera bien o, al menos, que no lo hiciera mal», se sincera José Carlos, que también notó esas sensaciones en su hijo que compara con las de sus inicios en la base del Celta. «Le hacía mucha ilusión, pero iba  muy nervioso a jugar. Tuvo mucha suerte de coincidir en ese momento con Álex Otero y Caloi, que le guiaron y le tranquilizaron», agradece echando la vista atrás.

José Carlos no supo hasta el mismo día que su hijo jugaría: «No dijo nada a nadie. Sabiendo las bajas que había, podíamos intuir que igual tenía minutos, pero no que fuera a ser titular», admite. Todos coinciden en que es una persona tranquila y, tras los nervios lógicos «se fue afianzando». Ahora, asegura que su hijo tiene presente que «su equipo es el B» y toca seguir esforándose como hasta ahora. «Nunca fue el mejor de su equipo, pero creció y llegó a base de trabajo». 

Domenech Castelló