Cuarenta años después de los últimos comicios libres, los colegios electorales volvieron a abrirse para elegir a los representantes en las Cortes que debían elaborar la Constitución. Así lo contó La Voz

Quienes hoy se recuerdan a sí mismos depositando su papeleta en una urna el 15 de junio de 1977 pasan ya de los 60. Igual que los españoles que aquel miércoles buscaban en los recovecos de la memoria la última vez que habían podido elegir a sus representantes en las Cortes.

Aquel día es el punto medio entre el acontecimiento más trascendental de la historia contemporánea del país y el presente. Cuarenta años habían pasado desde el inicio de la Guerra Civil y cuarenta han pasado desde entonces. Tras cuatro decenios de dictadura, España fijó definitivamente el rumbo hacia la democracia.

La misma jornada electoral, La Voz recogía en su primera página las palabras del vicepresidente primero del Gobierno, Manuel Gutiérrez Mellado, pidiéndoles a los españoles que no dudasen en «cumplir el deber de ciudadanía» que, decía, suponía depositar el voto. «Los resultados de las elecciones deben permitir conocer de verdad lo que piensan y quieren los españoles en estos momentos cruciales de su historia», decía el teniente general sobre unos comicios en los que se elegiría el Parlamento del que debía nacer una nueva Carta Magna, la octava desde 1812.

«Que los Gobiernos del futuro sean el resultado de la libre voluntad de la mayoría»

El camino hacia las Cortes constituyentes había comenzado apenas un año antes. Pero fue un lapso suficiente para liquidar el régimen desde arriba. La sorpresiva elección de Adolfo Suárez como presidente del Gobierno fue el primer movimiento sólido. El rey lo nombró con un objetivo claro: desmontar el Estado franquista para, en palabras del propio jefe del Ejecutivo, «que los Gobiernos del futuro sean el resultado de la libre voluntad de la mayoría de los españoles». En menos de cuatro meses, Suárez logró los apoyos para sacar adelante la Ley para la Reforma Política, que en diciembre sería ratificada en referendo con más del noventa por ciento de los votos a favor.

El 9 de abril siguiente, tras la legalización de numerosas formaciones políticas de la oposición, fue el turno del Partido Comunista de España. Su salida de la clandestinidad se consumó no sin resistencia por parte, sobre todo, de un sector amplio de las Fuerzas Armadas. Seis días más tarde se convocaron las elecciones. Suárez anunció el 4 de mayo que se presentaría a los comicios «sin privilegio alguno de organización, sin apoyo de los órganos del Gobierno y, por supuesto, sin ningún apoyo de la Corona». Sin embargo, el mismo día se constituyó la Unión de Centro Democrático con la intención de «ofrecer a los electores una posición moderada para apoyar en las próximas Cortes la política del presidente Suárez en la consolidación de la democracia», según explicaba su representante, Leopoldo Calvo Sotelo.

Alta participación

Más de dieciocho millones de mayores de 21 años, el 78,83 % del censo electoral, acudieron a votar el 15 de junio. Con excepción de los comicios de 1982, es hasta la fecha la participación más alta en unas elecciones generales. El recuento de las papeletas fue lento, pero los datos iniciales daban ya la victoria a Suárez. «Claro triunfo del Centro», titulaba el periódico del jueves 16. Los españoles apostaron por la continuidad y por la moderación, porque si entre los conservadores salieron derrotadas las opciones situadas más a la derecha, el electorado progresista dio un mayoritario apoyo a un PSOE rejuvenecido en detrimento del PCE.

En un primer escrutinio las urnas otorgaron a la UCD 168 diputados, mientras que los socialistas obtuvieron 116, por 19 de los comunistas y 17 de Alianza Popular. Habría que esperar a julio para conocer los resultados definitivos, que arrojaron ligeras variaciones. Por el mismo orden, el reparto de escaños entre las cuatro primeras fuerzas fue el siguiente: 165, 118, 20 y 16.