El mundo en cinco minutos

Miguel Murado

INTERNACIONAL

Análisis | Balance de la cumbre de la ONU La autocrítica es uno de los pocos logros de la cita en la ONU, pese a ironías como que Ariel Sharon subiera al estrado en el aniversario de la matanza de Sabra y Chatila

17 sep 2005 . Actualizado a las 07:00 h.

Hace cinco años, a la cumbre de la ONU en la que se fijaron los «objetivos del Milenio», asistieron 149 jefes de Estado. A la que terminó el viernes, y que estaba pensada para evaluar los progresos desde entonces, 161. Es una pena que el número de mandatarios no sea un indicador de desarrollo, porque quizá haya sido uno de los pocos en los que ha habido progresos. En el resto, existe el consenso de que es necesario hacer mucho más. Eso es lo que ha quedado claro después de tres días en los que los 161 se han ido sucediendo en el estrado en turnos de cinco minutos (salvo Bush, a quien se permitió hablar veinte, y Chávez, que se negó a hablar menos que Bush). Fueron 161 intervenciones en general anodinas (salvo quizá la del presidente de Mongolia, que dejó con la boca abierta al mundo al dedicarle un elogio a Gengis Khan como «un astuto estadista global, inventor del libre comercio, la tolerancia religiosa y el sistema postal»). Sin duda, el mundo se ha suspendido a sí mismo en materia de violaciones de derechos humanos. Irónicamente, la única víctima de abusos a la que puso nombre y apellidos fue Sadam Huseín, cuya situación irregular fue denunciada por el presidente de Bielorrusia, Lukashenko (quizás una de las personas menos apropiadas para hacer denuncias de este tipo). Más cruel, y seguramente inobservada por muchos, fue la ironía de ver a Ariel Sharon subir a la tribuna de oradores precisamente en el aniversario de las matanzas de Sabra y Chatila, de las que incluso en su propio país se le considera responsable. Pero puede que la ironía tenga doble filo: la firma de Sharon figurará así en el documento final en el que se crea un nuevo organismo para la protección de los derechos humanos, un organismo ante el que él y otros mandatarios presentes pueden llegar algún día a sentirse incómodos. Este nuevo Consejo de Derechos Humanos, que sustituirá al inoperante y desacreditado Comisionado, es un comienzo. Desgraciadamente, su composición y calendario ha quedado en la nebulosa. Igual o más frustrante es el fracaso en los objetivos de desarrollo: aunque la pobreza extrema sigue reduciéndose en el mundo, parece improbable que desaparezca en una década, como se había previsto; y la referencia a que «algunos países» repartan el 0,7% de su PIB resulta vaga. La promesa de tratamiento para los enfermos del sida, el fin de los subsidios agrícolas norteamericanos y el acceso universal a la educación también siguen atascados, y tan sólo se han visto mejoras en la condonación de la deuda externa. La página entera que trataba la no proliferación nuclear fue finalmente desgrapada del documento final, que se quedó en unas raquíticas 35 páginas. Y, sin embargo, cabe también decir que el pesimismo es una constante en todas las cumbres de desarrollo. Aunque hoy se mitifiquen las esperanzas que envolvieron la cumbre del Milenio de hace cinco años, basta repasar los titulares de entonces para encontrar este mismo tono escéptico, y por razones obvias: se trata de problemas tan graves (pobreza, guerra, injusticia) como difíciles de resolver. La cumbre del 2005 se ha cerrado, como decíamos, con el consenso de que es necesario hacer más; pero al menos se ha cerrado con ese consenso. Algo es algo.