Los militares buscan a un civil para dirigir el gobierno nacido de la asonada diseñada en el palacio del adorado rey Bhumibol y que cosechó tibias condenas internacionales
23 sep 2006 . Actualizado a las 07:00 h.El eslogan turístico de Tailandia («El país de la sonrisa») es ahora también el de su nueva dictadura militar, ya que ayer era esa la orden que recibían los soldados que patrullan las calles en toque de queda: sonreír. Mientras, los generales se reunían para tratar de escoger a un civil para el puesto de primer ministro. Se esperaba ya un nombre para hoy, y para mañana nada más ni nada menos que una nueva Constitución que reemplazará a la no muy longeva de 1997. Se dice que las cosas de palacio van despacio, pero en Bangkok van más bien deprisa. Porque, y de eso no cabe ninguna duda, el golpe de Estado de Tailanda ha nacido en el palacio del idolatrado rey Bhumibol, el mismo al que no hace mucho la prensa y la realeza mundial (incluido el rey Juan Carlos) rendían homenaje en el 60 aniversario de su entronización (en Tailandia, los reyes duran por lo general mucho más que las constituciones). Populismo demagógico A Thaksin Shinawatra, el primer ministro depuesto, se le ha descrito bastante acertadamente como el «Berlusconi tailandés». El antiguo policía convertido en empresario de éxito había logrado transformar la tímida democracia de su país en una amalgama de intereses económicos personales y populismo demagógico. Por ello Thaksin tuvo en contra a los activistas de derechos humanos, preocupados por su constante erosión de las garantías individuales. Pero también ha tenido en contra a los empresarios de Bangkok y a la élite palaciega del rey Bhumibol, y han sido estos quienes le han puesto las maletas en la puerta a Thaksin por medio de los militares. El nuevo «hombre fuerte» de Tailandia, el general Sonthi Boonyaratklin, ha tenido buen cuidado en repartir brazaletes amarillos entre sus soldados (el color de la monarquía) y en mostrarse en televisión arrodillado ante un retrato al óleo del rey. En cuanto a los activistas prodemocracia, ayer empezaban a salir de su sorpresa ante un golpe incruento que por una parte les ha librado del peligroso Thaksin, pero que por otra vuelve a poner al país a merced de los militares. Algunos miles de personas se manifestaban ayer con cautela, porque el golpe ha sido muy bienvenido en la capital (Thaksin sólo era popular entre la población rural empobrecida). «No recomendable» Tampoco ha habido ninguna condena internacional digna de nota. Incluso Kofi Annan, en lo que quizá sea la condena más tibia de un golpe de Estado imaginable, ha dicho que la asonada «es una práctica que no parece recomendable». Ante tanta comprensión no es sorprendente que uno de los candidatos que barajaban ayer los militares para encabezar su gobierno de transición sea Supachai Panitchpakdi, presidente de la Conferencia de las Naciones Unidas para el Comercio y el Desarrollo. Se entiende que, ante situación tan extraña, a los soldados se les haya ordenado sonreír.