El preso mexicano pidió perdón a los familiares de las jóvenes asesinadas antes de ser ejecutado en Tejas

Ó. Santamaría

INTERNACIONAL

07 ago 2008 . Actualizado a las 02:00 h.

Ni el Tribunal Penal Internacional ni el propio presidente estadounidense, George W. Bush, ni los organismos de derechos humanos de medio mundo pudieron evitar que el mexicano José Ernesto Medellín fuera ejecutado en Tejas.

Sus últimas palabras, dirigidas a su verdugo, fueron simplemente «es hora». Minutos antes, sujeto ya a la camilla, Medellín pidió perdón a los familiares de las dos jóvenes, de 14 y 16 años, que fueron violadas y asesinadas por él y otros cinco miembros de su pandilla en 1993. «Lamento que mis acciones les hayan causado dolor. Espero que esto sea la recapitulación que buscan. Nunca odien a alguien por lo que haga. Nunca alberguen odio», les dijo.

Medellín pasó buena parte del día junto a sus padres, pero rechazó pedir nada especial para cenar como última voluntad. El mexicano, de 33 años, tardó nueve minutos en morir, tiempo en el que apenas soltó dos suspiros. La ejecución por inyección letal se produjo cuatro horas después de lo previsto, a las 10 de la noche del martes (hora local), cuando se agotaron todas las posibilidades para que le fuera conmutada la pena. El gobernador de Tejas, Rick Perry, no le otorgó clemencia y el Tribunal Supremo de Estados Unidos desestimó un recurso de apelación presentado de urgencia por sus letrados.

Medellín se convirtió así en el séptimo mexicano en ser ejecutado en EE.?UU. desde 1976, cuando se reinstauró la pena capital en el país. De nada sirvió que el TPI pidiera al estado de Tejas que parara su ejecución para que se pudieran revisar su caso y el de los otros 50 mexicanos en el corredor de la muerte, a los que se negó el acceso a los servicios consulares de su país cuando fueron detenidos.