La guerra de Irak ha sido la tumba política de George W. Bush, y la física para cientos de miles de iraquíes, la inmensa mayoría de ellos civiles, y 4.214 soldados estadounidenses. Ahora, Barack Obama se dispone a recomponer el desastre, que también ha tenido un astronómico coste económico, y ha pedido a sus mandos militares que ultimen un plan para salir de aquel infierno.
Una mentira mil veces repetida, escenificada por un patético Colin Powell en la ONU, la existencia de armas de destrucción masiva, sirvió como pretexto para invadir un país a sangre y fuego. A esa falsedad que se daba por probada se añadieron otras aún más burdas: la vinculación de Sadam Huseín a Al Qaida y los atentados del 11-S y la conexión nuclear de Níger, que demostraría que el tirano estaba comprando uranio para hacerse con el arma nuclear.
Alentado por el todopoderoso vicepresidente Cheney y su banda de neoconservadores, que hace ya muchos años habían concebido un plan para rediseñar Oriente Medio a la conveniencia de Estados Unidos, Bush decidió acabar el trabajo que su padre había dejado inconcluso. Sin el mandato de las Naciones Unidas y apoyado por una exigua coalición internacional, en marzo del 2003 emprendió la guerra para acabar con Sadam.
Casi seis años después, el balance no puede ser más desolador. En primer lugar, por las víctimas, pero también porque Irak es hoy un país destrozado, dividido en tres comunidades -suníes, chiíes y kurdos- al borde de la guerra civil. En el plano político, la invasión sin mandato de la ONU supuso un duro golpe al orden internacional, rompió los lazos transoceánicos y no ha tenido los efectos que dijeron perseguían los neocon, que un Irak democrático fuera un ejemplo para la región. El Gobierno de Bagdad no pasa de ser un títere de EE.?UU. cogido con pinzas que no resistiría la retirada de la superpotencia. Ni se ha resuelto el conflicto israelo-palestino, sino todo lo contrario, como se ha visto en Gaza, y paradójicamente el gran vencedor geopolítico de la guerra ha sido un Irán en vías de conseguir el arma nuclear. Además, EE.?UU. ha sufrido un monumental desprestigio que ha minado su credibilidad en todo el mundo con episodios como las torturas de Abu Ghraib.