François Hollande siempre había vivido a la sombra de alguien. «Tonto útil», «perro labrador de Mitterrand» eran algunos de los apodos que coleccionaba hasta que decidió reiniciar su vida. Cambió de pareja, adelgazó 15 kilos y decidió que quería ser presidente de la República.
Es el más afable del partido, pero también el más cáustico. Tiene un sentido del humor peculiar y una predisposición nata a llevarse bien con casi todo el mundo. Ha sido capaz incluso de conquistar nuevamente a Ségolène Royal, a quien dejó casi en directo por televisión la noche electoral de las legislativas del 2007 para irse a vivir con una periodista veinte años más joven.
Su relación con Royal pasó por resignarse a no ser ministro con François Mitterrand, que la prefirió a ella en un Gobierno donde no cabían las parejas. En los últimos estertores de una relación de casi tres décadas, fue nuevamente ella quien logró ser candidata para perder frente a Sarkozy. Pero ayer Royal votó por Hollande, según le exigieron los cuatro hijos que tienen en común.
Currículo
Políticamente, la experiencia del candidato socialista está más entre bambalinas que en los escenarios. Estuvo a punto de llegar a las manos con Lionel Jospin por la desastrosa campaña que llevó al ultraderechista Le Pen a la segunda vuelta de las elecciones que Chirac ganó por goleada y se hizo cargo de un partido que estaba aún más dividido cuando cedió el testigo a Martine Aubry. Eso, y su experiencia local de alcalde y diputado en la Asamblea Nacional.
Sarkozy le prefiere a él de cara a las elecciones de verdad del año que viene.