En el Risk, el viejo juego de sobremesa, Libia no aparece en el mapa. Pronto podría considerarse una profecía. Porque aunque la proclamación de una estado autónomo en la región oriental de Cirenaica no supone, en sí misma, la división del país, la amenaza de usar la fuerza que profirió ayer el presidente del Consejo Nacional Transitorio (CNT), Mustafá Abdelyalil, desde Trípoli, sí podría provocarla.
En realidad, la instauración de un régimen autónomo no es sino un regreso a la situación anterior a la dictadura de Muamar el Gadafi, cuando Cirenaica se gobernaba a sí misma, algo que los miles de representantes de las tribus orientales quisieron remarcar adoptando la misma bandera de entonces y nombrando presidente a un descendiente del derrocado rey Idris.
Pero si Trípoli envía tropas contra Bengasi la guerra civil hará saltar el país por los aires. No es solo Cirenaica, también la ciudad de Misrata y las montañas de Nafusa han comenzado a gestionarse por su cuenta aprovechando la debilidad del CNT y si este decide usar la fuerza en vez del diálogo, Libia se desintegrará. Afortunadamente, esa misma debilidad del órgano que dirige la transición del país hace muy difícil imaginar que intente imponer su autoridad por la fuerza.
Pero el diálogo tampoco será fácil. Las fronteras que se ha dado a sí misma Cirenaica incluyen casi todo el petróleo. Y no sería aventurado sospechar que los nuevos rebeldes de Bengasi hayan recibido en secreto el respaldo de Catar. Abdelyalil seguramente se refería a ellos cuando acusaba a «elementos del exterior» de instigar la crisis. Pero sonó casi como uno de aquellos discursos amenazantes de Gadafi que sirvieron de justificación a la OTAN para derrocarle. Para la organización militar este giro no podría ser más embarazoso.
Con este, y tras Bosnia y Kosovo, ya son tres los países en los que interviene jurando mantener su unidad y que acaban fragmentados. Pero es un giro todo menos imprevisto. No es que Libia fuese, como dicen algunos, un «país artificial», sino que todos los países lo son, y si se substituye un poder, dictatorial o no, con el caos, desaparecen. Como en el tablero del «Risk».