














Los municipios situados dentro de la zona de la exclusión continúan deshabitados un año después
10 mar 2012 . Actualizado a las 00:31 h.Naoto Matsumura tiene 54 años, y vive en Tomioka, un municipio donde el nivel de radiactividad es 25 veces superior al límite recomendable para la salud. En su casa no hay electricidad, y subsiste con generadores. Tomioka se encuentra dentro de la zona de exclusión de 20 kilómetros que el Gobierno japonés y Tepco establecieron alrededor de Fukushima. Naoto ha decidido quedarse por su propia voluntad. Trabajó en la central y ahora se dedica a cuidar a los animales abandonados que quedaron atrás tras la evacuación. «Sé que estoy completamente contaminado, pero quiero morir en mi hogar».
En el pueblo de Naoto Matsumura vivían antes del accidente nuclear de Fukushima unas 16.000 personas. En total, unos 80.000 japoneses siguen fuera de sus casas y no tienen fecha de regreso. Como si toda la ciudad de Pontevedra se vaciase de repente. En pueblos como Minamisoma, Okuma o Namie, el reloj de la civilización lleva parado más de un año. El tsunami barrió con todo en grandes áreas de la zona de exclusión, donde aún no se han podido realizar los trabajos de limpieza. En los lugares que quedaron a salvo de las olas, la maleza crece por las avenidas y de vez en cuando se divisan manadas de vacas, perros y demás animales corriendo por las calles. Ahora, ellos son los dueños del territorio.
El panorama en el interior de las viviendas es igual de sobrecogedor. Los habitantes de esta región tuvieron que irse con lo puesto cuando se ordenó la evacuación. Todas las estancias están revueltas por el impacto del terremoto. Las neveras están llenas. Estas 80.000 personas han sido realojadas a l largo de Japón, en albergues, casas prefabricadas y viviendas cedidas por el gobierno. Han podido volver varias veces con el tiempo justo para cargar un poco sus maletas y escapar de la radiación de Fukushima.
El anillo de 20 kilómetros alrededor de la central nuclear está custodiado por el ejército y cerrado con vallas en las principales carreteras de acceso. Unos metros antes, un agricultor cuida a sus animales, aunque no puede darles forraje de sus tierras porque están contaminadas. Está al otro lado de la línea imaginaria de exclusión, y parece como si allí ya no llegasen las partículas radiactivas de la central de Fukushima. Todo lo contrario. De vez en cuando, los cambios de viento emponzoñan el aire, la tierra y el agua a más 40 kilómetros de distancia de la central. Un veneno invisible que marcará durante mucho tiempo esta región del norte de Japón, golpeada brutalmente por la naturaleza.