La campaña electoral a las presidenciales se transforma en una competición de tipo seudorreligioso
07 abr 2013 . Actualizado a las 07:00 h.Es una obra maestra del cinismo que un hombre de la izquierda que en teoría no puede creer en esas cosas, como Nicolás Maduro, adopte un truco cursi de telenovela y abra la campaña electoral proclamando que Chávez le habló por medio de un «pajarito». ¿Un ruiseñor? ¿Una golondrina? Teniendo en cuenta que el fallecido se veía como un águila, el comentario se presta a chistes fáciles. Sin embargo, nos dice mucho sobre la seriedad de lo que pasa en Venezuela.
La campaña electoral está dejando ver que, además de poseer una vena mística irrefrenable, el elegido por el comandante para sucederlo es un líder débil y limitado que, de forma deliberada, evita mostrar que tiene entidad propia al margen de haber sido ungido por él. No solo no ha presentado una propuesta de la que se pueda decir que es suya sino que tiene a gala no parecer otra cosa que un intermediario, como si el caudillo muerto siguiese gobernando desde el más allá y él fuese un simple médium que traspone sus órdenes al reino terreno.
La conducta encaja en lo que la profesora López Maya ha descrito como «diosificación» de Chávez, un proceso que, a su juicio, empezó cuando agonizaba y que está transformando la campaña en una confrontación seudorreligiosa. Confisca el lenguaje y la liturgia del catolicismo para tapar la fragilidad del heredero y, por lo que se está viendo, tiene dos tramos.
En el primero se fabrica un mesías venezolano al que no se duda en comparar con el mismo Jesucristo y al que se otorga incluso la facultad de interceder a favor de la elección del papa Francisco. Una vez convertido en el fundador de una nueva religión, se da el siguiente paso. Maduro no es un aspirante normal a la presidencia, con sus pros y sus contras como cualquier otro político, sino un «apóstol» al que hay que seguir con fe ciega para cerrar el paso a los herejes.
Divinización
Esta forma de divinización sigue una pauta necrófila muy acusada en la América hispana: emula la devoción por Simón Bolívar, copia la canonización de Evita Perón y recuerda la mitificación de figuras como Zapata que permitió al PRI convertirse en sinónimo de Estado. Según Xavier Márquez, es además una variante del culto a la personalidad típico de las tradiciones comunistas, aunque no haya alcanzado aún el nivel de imposición al que llegó en la URSS con Stalin o en China con Mao.
La mixtificación ofende por igual a los cristianos, cuyas creencias ven usurpadas, y a la izquierda, porque se desvía de los valores que extrae de la Ilustración. Puede ser, sin embargo, la única vía de escape para que el chavismo evite la implosión.
Mientras el comandante peleaba con la enfermedad, su sacralización tenía una finalidad interna. Era una manera de ganar legitimidad y de no ser excluido en el reparto de la herencia. Hoy busca evitar rendir cuentas sobre la gestión de los últimos años y sustraer al público el debate sobre las medidas que se tomarán en el futuro, en parte porque la revelación de su dureza podría empujar a la abstención a muchos votantes fieles, en parte porque no parece haber homogeneidad dentro del chavismo sobre qué rumbo a adoptar.
De este modo, pronunciando el nombre de Chávez hasta 200 veces al día, Maduro consigue taponar la erupción del volcán sobre el que camina. Sin embargo, no da claridad.
Chávez era un taumaturgo, cuyos triunfos electorales provenían de la mezcla de tres elementos básicos: reglas desiguales, errores de la oposición y la capacidad de modelar los símbolos de la cultura venezolana para crear ilusiones colectivas que arrastraban a sus partidarios. Hoy la falta de equidad en la competición electoral persiste, Capriles intenta enderezar el rumbo opositor, pero está por ver que el fantasma del chamán haga olvidar que se adentra en el pasado.
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