¿Una firma demasiado cara para Ucrania?

INTERNACIONAL

La UE parece más guiada por la ideología que por consideraciones prácticas

29 jun 2014 . Actualizado a las 07:00 h.

Cuando adoptan una decisión impopular, los políticos suelen apelar al pragmatismo: lo importante es la economía, no los ideales. En Ucrania, sin embargo, el nuevo presidente Petro Poroshenko firmaba el viernes un acuerdo fatídico con la Unión Europea enarbolando el argumento contrario: lo importante son los ideales, los sueños, no la economía. El sueño, en este caso, es el europeísmo, y el acuerdo es fatídico porque es, ni más ni menos, el origen, la causa, y ahora la consecuencia, de la disolución de Ucrania.

Fueron las dudas, que no la negativa, del entonces presidente Viktor Yanukóvich a la hora de firmarlo lo que provocó su caída, seguida de la apropiación de Crimea por Rusia y luego de la sublevación armada del Este del país. Ningún tratado o documento es un «pedazo de papel», pero éste lo es menos todavía. Como si tuviese vida propia, ha causado una rebelión, derribado un gobierno, provocado la secesión de una parte de Ucrania y dividido el resto del país en un conflicto armado que no tiene visos de terminar pronto. Visto más de cerca, su contenido no está a la altura de su drama, ni sus promesas a la altura de sus realidades.

La promesa es que este acuerdo comercial supone nada menos que un «cambio de civilización», el paso de la «órbita rusa» a la cultura europea. Fantasías. La realidad es que es un simple tratado de libre comercio sin ninguna implicación política real. La Unión Europea no se compromete a aceptar a Ucrania como futuro miembro. Lo que sí hace el tratado es abolir de golpe todos los aranceles entre la Unión y Ucrania, además de exigir una serie dolorosa y complicada de liberalizaciones, privatizaciones y reconversiones de consecuencias imprevisibles.

La cuestión aquí no es lo sensato o lo necesario de estas reformas sino de su oportunidad en el momento presente. El país es inestable, no solo por la guerra civil en el Este. Se ha visto sacudido por una revolución popular hace apenas unos meses y la calle sigue movilizada, con una extrema derecha minoritaria pero armada y expectante. Los subsidios al consumo de energía, por ejemplo, son una de las cosas que deberán desaparecer inmediatamente tras la entrada en vigor del tratado. Es posible que sean una fuente importante de déficit y de despilfarro, pero un invierno sin ellos puede provocar un estallido social. Al suprimirse las tarifas, Ucrania se verá inundada por productos europeos contra los que no podrá competir, como tampoco podrán sostenerse sus obsoletas industrias sin tener acceso al mercado ruso. La reconversión es necesaria, pero sería un proceso de años, y no es probable que pueda hacerse dándole la espalda a su vecino del Este. A cambio de estos sacrificios, la UE tan solo ofrece el caramelo de la supresión del visado para los que quieran viajar a la Unión, un escapismo de la realidad.

Los medios han glosado abundantemente el entusiasmo con el que el presidente ucraniano suscribió el acuerdo el viernes. Menos comentado ha sido el hecho de que intentó retrasarlo todo lo posible y que el Parlamento ucraniano está en contra. Finalmente, se vio forzado por Bruselas, que había puesto ya fecha a la firma del mismo acuerdo por parte de Moldavia y Georgia, y quería a Ucrania también en la ceremonia para escenificar su desafío a Rusia. Y este es un aspecto que debería de preocuparnos a los europeos, porque también la UE parece actuar guiada más por la ideología que por las consideraciones prácticas.

La obsesión de Rusia por su esfera de influencia tiene su imagen especular en una Europa que parece más interesada en la apertura de mercados que en mantener la estabilidad en el continente.