No todos los días la Casa Blanca da la razón a sus críticos, pero ayer el portavoz Jay Carney dejó sin habla a los periodistas que llegaron a la conferencia de prensa diaria dispuestos a hacer sangre de la ausencia de Barack Obama en París. «Es justo decir que deberíamos haber mandado alguien con un perfil más alto que el de la embajadora», reconoció. Todavía hubo quien intentó mantener la discusión, pero con esa disposición no era fácil. La víspera, la CNN había abierto su página durante todo el día con la pregunta «¿Dónde está Obama?». Y esa pregunta no se aclaró, porque Carney estaba dispuesto a todo menos a revelar qué hizo el presidente en su jornada dominical.
«Estamos hablando de una marcha que se anunció con 36 horas de antelación, en la calle y con mucha gente», se justificó. «Cada vez que el presidente o el vicepresidente van a un lugar público tiene un gran impacto en su seguridad».
Carney dijo no tener dudas de que de la presencia de Obama «habría repercutido en la capacidad de los asistentes para manifestarse de la manera en que lo hicieron». Un argumento poco convincente, dada la presencia de líderes con una seguridad tan comprometida, como la del primer ministro israelí, Benjamín Netanyahu, pero Carney insistió en que la del presidente de EE.UU. supera a la de otros líderes mundiales. Viajes aparentemente imprevistos como el del funeral de Mandela fueron posibles porque en realidad «se habían discutido durante años».
Pero si bien Obama no se sentía capaz de flexibilizar los protocolos y su secretario de Estado, John Kerry, no creyó conveniente alterar sus planes de visitar la India, el fiscal general, Eric Holder, se encontraba en la capital francesa y tampoco asistió.
Originalmente, muchos pensaron que la Casa Blanca quería dejar que esta vez fuera el resto del mundo el que se pronunciase contra el terrorismo islámico, cansado de llevar la voz cantante en este asunto. Otros pensaron que Obama sacrificó la foto para que su presencia no desatara sentimientos antiamericanos ni recordase los abusos cometidos en nombre de la guerra contra el terrorismo.
Hermanados con EE UU por este particular 11-S, los franceses solo querían saber que a Obama «le habría gustado estar allí», como dijo su portavoz. «Pese a toda esta conversación, no debería quedar la menor duda del compromiso de este Gobierno y del pueblo americano de estar hombro con hombro con su aliado francés», insistió.