La Comisión Europea marca distancias con Berlín
20 feb 2015 . Actualizado a las 05:00 h.¿Ha surgido un contrapoder a Merkel en Europa? Quienes siguen con atención la prensa alemana se sorprendieron la semana pasada con la publicación de un reportaje en Der Spiegel advirtiendo de un inminente enfrentamiento entre Bruselas y Berlín, o lo que es lo mismo, entre Jean-Claude Juncker y la canciller, a propósito de Grecia, la austeridad y, sobre todo, de quien debe mandar en la UE.
El ascendiente de Merkel sobre el continente, sostienen los autores de la crónica, Christoph Pauly y Christoph Schult, hunde sus raíces en el estallido de la crisis de la eurozona, cuando desplazó el centro del poder desde la Comisión al Consejo Europeo con la inestimable colaboración de Durao Barroso. Pero la situación, argumentan, está virando. El de Luxemburgo es el primer presidente de Comisión elegido como resultado de unas elecciones europeas y tiene por tanto la legitimidad de las urnas de su parte. Se debe a un Parlamento y no se limitará a ser un simple guardián de la ortodoxia de Berlín, como hizo su antecesor.
Pauly y Schult proporcionan varios detalles de la guerra encubierta que están librando, entre los que sobresalen la desconfianza ideológica [Merkel ve a Juncker como un socialdemócrata de centro izquierda más que como un conservador], la intentona abortada de varios eurodiputados de la CDU para abrir una investigación en la Eurocámara sobre el escándalo Lux-Leaks o la bronca indisimulada de Bruselas a Berlín, después de que el comisario Günther Oettinger previniese a la canciller y a su ministro Schäuble de los planes del luxemburgués para aflojar las riendas del Pacto de Estabilidad.
En opinión de Der Spiegel, Juncker se propone utilizar el órdago lanzado por los hombres de Syriza en torno a la negociación del rescate griego para «desafiar» la supremacía de Merkel y empezar a articular una partitura diferente para Europa, con más énfasis en la inversión y el crecimiento. El presidente de la Comisión, afirman, siente «nostalgia» de la era de Helmut Kohl, cuando Alemania prodigaba generosidad con los socios más pequeños y, en apariencia, no ponía sus intereses nacionales por encima de los de los demás, como ocurre ahora.
Los acontecimientos de las últimas horas dan la razón a Pauly y Schult. La fuerte autocrítica sobre la forma «indigna» en que la troika trató a los países rescatados, así como la mayor receptividad mostrada a la última propuesta de Tsipras y Varufakis, no solo están dejando ver la existencia de dos sensibilidades opuestas en Berlín y Bruselas respecto al drama griego, sino una clara voluntad de no dejarse arrinconar y de diferenciarse por parte de esta última. Detrás se adivina una intensa pugna por la orientación futura del club europeo pero también un pulso sobre dónde debe residir la última palabra. ¿En un Estado, por hegemónico que sea? ¿En la Comisión?
Es muy pronto para anticipar cuál será el desenlace de esta partida que está en sus comienzos, pero ya se puede intuir que emerge un contrapunto al dominio incontestable de Alemania sobre Europa. Tras un período en el que quedó reducida a la marginalidad, aplastada bajo la sombra del Consejo, la Comisión quiere recuperar su antigua centralidad y hacer valer su voz. No es imposible que Berlín tenga que habituarse a discutir puntos de vista distintos de los suyos, en lugar de dar por hecho que son una forma de ordeno y mando.