Un club exclusivo cada vez más devaluado

Miguel-Anxo Murado
Miguel-Anxo Murado EL MUNDO ENTRE LÍNEAS

INTERNACIONAL

07 jun 2015 . Actualizado a las 05:00 h.

El G7 era un acrónimo que solía imponer mucho respeto. Creado en 1975 como Grupo de los Seis para agrupar a las naciones más ricas del mundo fue un foro con un poder formidable en la esfera internacional del último tramo de la guerra fría. Pero las cosas han cambiado mucho desde entonces y el G6 -que luego fue G8 y ahora es G7- no solo tiene problemas con el cardinal sino también con sus funciones y sus objetivos. En cierto modo, se puede decir que ha muerto de éxito, puesto que el modelo económico que querían promover sus fundadores es hoy un hecho universal. Pero el encuentro en sí tiene cada vez menos sentido.

Simbólicamente, los problemas comenzaron con la muerte de un manifestante en la cita de el 2001 en Génova, en medio de una batalla campal. A partir de entonces cada nueva edición del foro se ha ido celebrando en lugares cada vez más inaccesibles para evitar la mala publicidad de las protestas. Pero el golpe de verdad llegó con la crisis financiera del 2008, cuando el G8 se vio tan desbordado que tuvo que recurrir al G20, una versión ampliada que hasta entonces había servido como una especie de foro secundario para dar voz a las economías emergentes. Dos años después se intentó otra fórmula: una reunión primero del G20 y luego otra del G8, pero no funcionó. Un club tan reducido de países ricos, alguno de ellos con economías tan estancadas como Italia o Japón, y sin la presencia de Brasil, China o la India, no se corresponde con el contexto económico actual. La solución fue dejar las discusiones económicas al G20 y rebajar el G8 a un foro de política internacional con un añadido un tanto desconcertante: la misión de luchar contra la desigualdad y la pobreza en el mundo.

La lucha contra la desigualdad y la pobreza no ha arrojado, de momento, grandes resultados. El foco en la política internacional, sin embargo, sí se ha cobrado una pieza mayor: precisamente, uno de los miembros del propio G8, Rusia, que fue expulsada del club el año pasado tras su anexión de Crimea. Las sanciones a Rusia centran también las discusiones de este año. No es fácil distinguir cuánto hay en esto de auténtica preocupación por la inquietante -pero no alarmante- actitud internacional de Rusia, y cuánto de nostalgia por las certezas de la guerra fría.