Hace apenas un año pocos habrían apostado en Portugal por una victoria de la coalición de gobierno conservadora de Pedro Passos Coelho
05 oct 2015 . Actualizado a las 05:00 h.Hace apenas un año pocos habrían apostado en Portugal por una victoria de la coalición de gobierno conservadora de Pedro Passos Coelho. La idea de que un Ejecutivo que ha llevado a cabo una política de austeridad tiene por fuerza que acabar siendo castigado en las urnas se había convertido, si no en un axioma, sí en una sospecha razonable para la mayoría de los analistas políticos. No fue así en Gran Bretaña y no ha sido así tampoco en Portugal. Con la mayor parte de los votos escrutados ayer noche, la coalición conservadora se encaminaba a ganar las elecciones con claridad, aunque fuese sin una mayoría absoluta. El caso de Grecia, en el que el voto indignado saltó de la calle al Parlamento, empieza a parecer más la excepción que la norma entre los países sometidos a recortes.
La explicación obvia, en el caso de Portugal, es la mejora de la situación económica. El país ha podido finalmente reincorporarse a los mercados financieros, el desempleo se ha reducido hasta situarse en un 12 % -solo un punto por encima de la media europea- y la economía vuelve a registrar crecimiento. Es lo que se ha llamado, en un alarde de exageración, el «milagro portugués».
Exageración, porque el crecimiento es en realidad muy débil y está basado en gran parte en hechos coyunturales como el bajo precio del combustible o la depreciación del euro. Incluso el envidiable descenso del paro hay que atribuirlo en buena medida a un fuerte éxodo migratorio y a los contratos temporales en la construcción. Sea como fuere, es más de lo que esperaban los portugueses y por eso no han castigado excesivamente a la coalición gobernante. Una ausencia de castigo que no es exactamente un premio: los dos partidos de gobierno se han dejado muchos votos por el camino. Pero su inteligente decisión de presentarse a las elecciones en una sola lista ha logrado que un gobierno como el de Passos Coelho, que llegó a ser tan impopular, consiga revalidarse en las urnas. Este sí que podría considerarse el nuevo «milagro portugués».
De hecho, la izquierda en su conjunto es ampliamente mayoritaria. Sin embargo, las irreconciliables diferencias entre los partidos que compiten por ese espacio hace muy improbable la formación de una mayoría alternativa. Lo que sí cabría es una gran coalición con el Partido Socialista o, al menos, un gobierno minoritario de la derecha apoyado puntualmente por este. Esta siempre fue la solución preferida por Bruselas y el PS le ha dado alas al ir moderando gradualmente su discurso contra los recortes. De hecho, esta es la razón de que una parte de su voto potencial haya ido a engrosar el Bloque de Izquierdas.
Y es que sobre estas elecciones ha planeado la sombra de Grecia. El vodevil heleno, con su corralito y sus paseos de la urna a casa y vuelta, han dejado en muchos votantes portugueses la impresión, o quizás la certeza, de que no existe la posibilidad de resistirse a las políticas de la Troika. Para muchos, esto significa que es mejor votar la estabilidad que supone un gobierno aprobado por los acreedores. Para otros, significa que no merece la pena votar. Eso es posiblemente lo que reflejan los elevadísimos datos de la abstención, la verdadera ganadora de las elecciones de ayer.