La elección de una asamblea constituyente en Venezuela tiene precedentes cercanos. La última se eligió en 1999 a instancias de Hugo Chávez, que quería redactar una nueva constitución. El proceso era entonces dudosamente legal -el actual lo es claramente-, pero al menos existía una cierta legitimidad en el hecho de que una mayoría de venezolanos deseaban un cambio, una ruptura con la anterior constitución, que se había revelado inútil para resolver la ineficacia y las corrupción de sus gobiernos pasados.
Donde había un sistema constitucional con garantías, aparece ahora un régimen sin libertades La Asamblea Constituyente que se votó ayer, en cambio, es algo muy distinto. En primer lugar, porque se trata de sustituir un Parlamento en el que el Gobierno no tiene mayoría por otro en el que sí la tendrá. Y ni siquiera eso es lo esencial. Lo que estamos presenciando es un auténtico cambio de sistema político, como puede verse en la composición de esta nueva Asamblea Constituyente. Esta es sectorial, es decir, los candidatos no se presentan en nombre de organizaciones políticas o cívicas o como independientes para que les pueda votar cualquier venezolano, sino que muchos de ellos son elegidos dentro de sectores. Hay un número de escaños reservados para los obreros, otro para los empresarios, otro para los pescadores, los pensionistas, los estudiantes... No se puede hablar ya, por tanto, de un Parlamento universal y democrático sino de una elección estamental como las de los sistemas totalitarios. Con esta maniobra quedan marginados todos los partidos políticos, salvo el Partido Socialista Unificado de Venezuela (PSUV), que dominará la Asamblea Constituyente a través de la red de organizaciones sectoriales que ha ido creando: el poder popular, el poder comunal o los movimientos culturales revolucionarios. No es ninguna sorpresa enterarse de que, de los más de 6.000 candidatos que se presentaban a los comicios de ayer, prácticamente todos están vinculados, directa o indirectamente, con el chavismo.
Es cierto que el camino emprendido por Maduro está provocando disensiones dentro del propio movimiento. Al fin y al cabo, la Constitución que se está vulnerando es la de Chávez. Sin embargo, es más que dudoso que se pueda hablar de traición al chavismo, porque esta deriva se encontraba implícita en el proyecto inicial de Chávez, para el que -ahora se hace evidente- la democracia solo era una herramienta para tomar al poder. Una vez que la democracia se convierte en un obstáculo para proseguir el proyecto, como le ha pasado a Maduro al perder las elecciones legislativas, es cuando se pasa al siguiente estadio, que es el cambio de sistema. El conflicto se convierte así en oportunidad. La inestabilidad política, provocada en gran parte por las decisiones del propio Gobierno, se convierten en la excusa para ejecutar este juego de manos en el que donde había un sistema constitucional con garantías, aunque fuesen poco sólidas, aparece de repente un régimen sin libertades. El círculo se completa, y lo que nació de aquellos comicios de 1999 se muestra en estos de 2017 como un producto acabado.