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El sentimiento europeísta choca con los intereses pro-Kremlin de la élite gobernante
09 may 2021 . Actualizado a las 05:00 h.La República Checa ha vivido una de sus jornadas más dramáticas desde la Revolución de Terciopelo de 1989, tras el anuncio del Gobierno de que dos agentes rusos fueron los responsables de las explosiones en un depósito de municiones en el pueblo moravo de Vrbetice en el 2014, en la que murieron dos personas. El ex primer ministro Bohuslav Sobotka expresó a la perfección el shock: «Es el mayor ataque ruso en suelo checo desde la invasión de 1968. Es un momento histórico y debemos reaccionar».
Y lo hemos hecho. El Gobierno checo expulsó a 18 espías rusos que trabajaban en la Embajada de Rusia en Praga, provocando una predecible expulsión de diplomáticos checos en Moscú en represalia. Lo más importante es que este puede ser un punto de inflexión no solo para Chequia, sino también para Europa.
La situación geopolítica en la región ha cambiado. Polonia se opone al Kremlin; los eslovacos tratan de mantenerse invisibles; los húngaros, bajo el primer ministro Víktor Orbán, son los títeres del Kremlin en Europa, y los checos zigzaguean intentando no alienarse con Rusia ni con la OTAN.
A inicios del siglo XIX, el poeta Josef Svatopluk Machar puso en palabras la situación checa: «Y equilibramos nuestras simpatías / del este al oeste, del oeste al este / con los fallos de ambos, pero ninguna de sus virtudes…».
Después de 1989, cuando el héroe disidente anticomunista Vaclav Havel fue presidente, parecía claro que fuéramos parte de Occidente y que quisiéramos ser miembros activos de la OTAN y de la UE. Pero la brillante narrativa de Havel nos cegó sobre lo que seguiría. La élite checa que emergió de los años noventa poscomunistas era mucho más pragmática. Donde Havel hablaba de valores, otros hablaban de dinero. Los negocios y la economía lo eran todo y la política exterior se debió adaptar a ello.
Los Gobiernos checos no eran pro-Kremlin. La mentalidad local reflejó más bien un rechazo a comprometerse. Queríamos estar en la UE porque significaba dinero y queríamos pertenecer a la OTAN porque nos protegería. Pero en cuanto tuvimos que mostrar algún signo de solidaridad, comenzamos a retroceder y a quejarnos. A pesar de que el catolicismo romano está profundamente imbricado en la política polaca y de que el ressentiment histórico todavía tiene una fuerte influencia en Hungría, en la República Checa es el materialismo el factor que anima la política, ya sea que el Gobierno sea de izquierdas o de derechas.
El actual primer ministro, Andrej Babis, es un ejemplo de esto. Solo quiere dinero de la UE. Cuando se trata de seguir las normas europeas, expresa su rechazo porque la República Checa no es una «colonia de Bruselas». Paradójicamente, este enfoque debilita nuestra posición ante Rusia, porque crea la impresión de que no pertenecemos a ningún lugar y seguiremos a quien pague más.
Esta postura le resulta atractiva a Moscú. Entre nuestros principales políticos, dos abogan abiertamente por una aproximación a Rusia: el expresidente Vaclav Klaus y su sucesor, Milos Zeman. Tras la invasión rusa de Ucrania en el 2014, Klaus disculpó al Kremlin escribiendo que «Ucrania nació después de la caída del comunismo como un estado esencialmente no histórico». Klaus es la fuerza impulsora de la política checa y de la reforma económica poscomunista. Quiere que la República Checa abandone la UE y condenó en duros términos la respuesta del Gobierno a las revelaciones sobre el ataque en Vrbetice.
Si bien Klaus es un hombre de derechas, Zeman, el exlíder del Partido Socialdemócrata, resucitó a la izquierda no comunista después de 1989. Sin embargo, él también ha sido un firme defensor de los intereses rusos. Desde el comienzo de su presidencia sembró dudas sobre el papel de Rusia en la invasión de Crimea, atacó a las agencias de inteligencia checas que advertían sobre la influencia rusa, promovió el papel de Rusia en la finalización de la construcción de una planta energética nuclear local y llamó a destituir al ministro de Exteriores, Tomas Petricek, que tenía una actitud crítica hacia Moscú, y al exministro de Salud, Jan Blatny, que se negó a adquirir la vacuna rusa —no aprobada— Sputnik V para el covid-19. La lista suma y sigue.
Tras el anuncio de que había agentes rusos tras el ataque del 2014, Zeman mantuvo silencio durante siete días. Cuando finalmente habló, lo hizo como un propagandista ruso. «Nada está probado», señaló con desdén en televisión, pese a que las agencias de inteligencia solo ven a un culpable.
La falta de reacción de la UE hace dudar a los checos
Nos acercamos a un punto de inflexión. Muchos checos comprenden hoy que no tenemos más opción que implicarnos en la geopolítica y seguir los valores que sustentan nuestras alianzas. Simplemente tenemos que adoptar una postura clara hacia Rusia. Somos parte de Occidente, al que el Kremlin de Vladimir Putin ve como un enemigo. Y esta voz de realismo también está creciendo en la vecina Eslovaquia.
Los checos, además, están empezando a comprender que nuestra dependencia de Rusia es mucho menor de lo que pensábamos. El comercio mutuo es mínimo y nuestros suministros de energía están diversificados. Es de esperar que los checos se den cuenta de que pueden ser miembros activos de la UE y la OTAN, porque nuestra propia seguridad está en juego.
Pero eso también dependerá de lo que hagan los demás. Las reacciones occidentales iniciales al anuncio de la participación rusa en el ataque al depósito de municiones fueron decepcionantes. Los sitios web y los políticos prorrusos lo aprovecharon de inmediato: «A nadie le importa», «nadie lo cree» y declaraciones similares.
Esta respuesta toca un tema especialmente sensible para los checos. Persiste aquí el doloroso recuerdo del apaciguamiento británico y francés en Múnich en el 1938, que llevó a que Checoslovaquia se encontrara sola frente a Hitler. Hemos aprendido a observar atentamente las reacciones de otros países para determinar cuánto les interesamos. Por eso era muy importante que tanto la UE como la OTAN expresaran un pronto apoyo a nuestro país, con varios miembros de la OTAN expulsando simbólicamente a diplomáticos rusos.
Este otoño se celebrarán elecciones al Parlamento y las encuestas de opinión sugieren una mayoría para los partidos que no quieren ni a Zeman ni al Kremlin. A medida que la campaña cobre impulso, nadie espera que Zeman —ni el Kremlin— permanezcan neutrales.
Erik Tabery es editor jefe del semanario checo Respekt. Su libro más reciente es The Abandoned Society: The Czech Path from Masaryk to Babi (La sociedad abandonada: el camino checo desde Masaryk a Babis).Traducido del inglés por David Meléndez Tormen © Project Syndicate, 2021.