A falta de conocer los resultados definitivos de las elecciones en Alemania, los sondeos a pie de urna, que allí suelen acertar, permitían hacer algunas consideraciones provisionales. En primer lugar, parecía confirmarse el hundimiento del voto de la CDU, que caía (según esas encuestas a pie de urna) más de ocho puntos. Estaríamos ante un revés póstumo para Angela Merkel, cuyo mal ojo a la hora de elegir colaboradores y sucesores es proverbial. El candidato Armin Laschet era una apuesta suya y está claro que no ha gustado a los electores. Incluso empatando en porcentajes, la CDU todavía podía quedar por encima en escaños, pero su prestigio resultaría seriamente dañado a la hora de atraer a su coalición a los Verdes o los liberales. En cuanto a una «gran coalición» con el SPD, parece altamente improbable que los socialdemócratas aceptasen entrar como segunda fuerza en su Gobierno. Lo hicieron con Merkel porque estaban hundidos en una crisis profunda. Con un empate, la cosa cambia.
Lo mismo sucedería si, lo que parecía la noche de este domingo más probable, fuese el SPD el que tuviese al final más escaños. Para una CDU que habría estado a punto de ganar, entrar como segundones en un gobierno ajeno sería un trago demasiado amargo. La facción bávara del partido (la CSU), reforzada por el fracaso de Laschet, se opondría duramente. De modo que, seguramente, los socialdemócratas tendrían que elegir entre una opción extremadamente difícil y otra extremadamente incómoda. La extremadamente difícil sería una coalición con los Verdes y los liberales del FDP, dos partidos casi irreconciliables. Merkel intentó incorporarlos a su gabinete después de las elecciones del 2017 y no lo consiguió. Olaf Scholz podría triunfar donde ella fracasó, pero no es lo más probable.
La opción extremadamente incómoda sería cambiar al FDP por la izquierda radical Die Linke. En Alemania existe el acuerdo expreso de marginar en las coaliciones al partido de derecha radical Alternativa para Alemania (AfD), pero también el acuerdo tácito de hacer lo mismo con Die Linke, heredero directo del Partido Comunista de la antigua Alemania del Este. El SPD ha forjado algunas coaliciones con ellos a nivel local, pero llevarlos al gobierno central son palabras mayores.
Uno de sus efectos podría ser, precisamente, el fin del veto a Alternativa para Alemania. Die Linke es un partido abiertamente euroescéptico, y una de sus propuestas es que Alemania salga de la OTANy forme un pacto militar con la Rusia de Valdimir Putin. Aunque el SPD pudiese convencerles de que abandonasen este programa radical, la presencia de Die Linke en el gobierno podría ser un dolor de muelas para Scholz y pasarle una elevada factura en votos para las próximas elecciones.
En el 2017 el panorama era un poco menos confuso que ahora, y las negociaciones poselectorales fueron largas y penosas. Si los resultados de las elecciones son los que se esperaban la noche del domingo, hay que suponer que las conversaciones para formar una mayoría serán ahora todavía más tortuosas. Todavía es pronto para decirlo, pero no hay que descartar que al final los alemanes tengan que volver a las urnas.