Biden insiste sobre su comentario sobre Putin: «No me disculpo»

Miguel Pérez MADRID / COLPISA

INTERNACIONAL

El presidente Joe Biden
El presidente Joe Biden JIM LO SCALZO | Efe

El presidente insiste en que estaba expresando su «indignación moral» pero no abogaba por un cambio de régimen en Rusia. El patinazo del estadounidense estrangula la relación entre Washington y Moscú

29 mar 2022 . Actualizado a las 12:38 h.

El presidente Joe Biden mantuvo la noche del lunes su comentario de que Vladimir Putin no debería seguir siendo presidente de Rusia, pero dijo que era una expresión de su propio horror por la invasión de Ucrania y no un cambio en la política estadounidense destinada a tratar de derribar a Putin. «Estaba expresando la indignación moral que siento y no me disculpo por ello», dijo Biden a los periodistas en la Casa Blanca, rechazando las críticas de los últimos días sobre las posibles consecuencias diplomáticas de sus palabras. 

El presidente estadounidense dijo que nadie debería haber interpretado sus comentarios del sábado ante un refugiados ucranianos en Polonia como un llamamiento a un cambio de régimen en Rusia y explicó que su referencia a la salida del poder del presidente ruso, Vladimir Putin, expresaba «indignación moral» ante la invasión rusa de Ucrania.

El Kremlin confirmó este lunes lo que Occidente daba por supuesto desde el sábado: que aprovechará al máximo el patinazo en Varsovia de Biden, cuando exclamó que su homólogo ruso «no puede permanecer en el poder» para escenificar que los intereses occidentales van más allá de detener la tragedia bélica en Ucrania. Después de reprobar el domingo la frase del líder norteamericano y recordarle que a los dirigentes rusos «los elige el pueblo», el portavoz, Dmitri Peskov, insistió de nuevo en que la declaración es «alarmante» y que Moscú vigilará «de cerca» los próximos comentarios del inquilino de la Casa Blanca.

La Administración de EE.UU. puso en marcha el mismo sábado un control de daños sobre las palabras de su jefe para evitar, en vano, respuestas como esta. No es la primera vez que Biden añade sentencias propias a sus intervenciones. Y no siempre acertadas. Pero ninguna tan inoportuna y dada a equívocos como ese «por Dios, (Putin) no puede permanecer en el poder» que pronunció en medio de un contexto tan delicado como la guerra ruso-ucraniana y con el precedente de haber calificado a su homólogo de «criminal de guerra», «matón» y «carnicero».

Hay tres versiones en circulación que tratan de explicar su locuaz mensaje: la efervescencia pasional de su encuentro con un grupo de refugiados y sus dramáticos relatos, la posibilidad de que, en realidad, fuera uno más de sus comentarios mal calculados o que involuntariamente tradujera en palabras lo que realmente piensa.

Y esta es la peor tesis de todas. A Washington le preocupa que Putin y sus colaboradores crean que lo que en el fondo desea es una remoción del presidente ruso, pese a que el secretario de Estado norteamericano, Antony Blinken, ha precisado que nadie busca un «cambio de régimen» en Moscú. «La reflexión del presidente fue que no se puede permitir que Putin ejerza poder sobre sus vecinos o la región. No estaba discutiendo su poder en Rusia», trató de explicar.

De ahondar en la otra tesis, la que constituiría una «ofensa» que ningún presidente de EE.UU. ha pronunciado sobre su par ruso a pesar de que las relaciones bilaterales han atravesado épocas terribles, Rusia podría cortar todo vínculo con Washington, algo que nunca ha sucedido.

Para encontrar un precedente similar es necesario viajar a la crisis de los misiles de 1962. Y aún entonces hubo un mínimo puente pese a la tensión entre Nikita Kruschev y John F. Kennedy. Ahora se teme que Moscú pueda expulsar a todos los diplomáticos estadounidenses.

Ya en la noche del sábado la Casa Blanca encaró las preguntas de la prensa norteamericana para desmentir la interpretación de que el presidente estuviera alentando un cierre de la era Putin. Había dejado acongojado a su equipo y sembrado la duda internacional sobre cuál era su significado real. El peso de esa línea de texto es enorme. Lo que dice un presidente «puede enviar a nuestros valientes hombres y mujeres a la guerra. O puede traer la paz», ha declarado solemne en alguna ocasión Biden. Esta vez su frase amenaza el rol preeminente que EE.UU. podía tener destinado en la resolución de la crisis en Ucrania. Nadie vislumbra un posible encuentro entre Biden y Putin para sellar un proceso de paz y, por contra, sí que Moscú abunde en el victimismo de que Occidente busca interferir en el régimen.

El mandatario francés, Emmanuel Macron, «nunca hubiera utilizado esas palabras». El Reino Unido también afea esta parte del discurso y el canciller alemán, Olaf Scholz, ha garantizado que modificar el Gobierno en Rusia «no es un objetivo ni una meta de la política» de su país ni de la OTAN. En su propia casa también empiezan a producirse consecuencias. Varios cargos republicanos afirman que Biden ha «metido la pata horriblemente». Y los análisis lamentan que su alarde verbal pusiera el peor broche imaginable a una buena oratoria contra la guerra que ha quedado tan eclipsada como la ceremonia de los Oscar tras la bofetada de Will Smith a Chris Rock.

Putin no se ha pronunciado. Malo. Así resulta imposible calibrar su nivel de agravio y cuál será ahora su reacción. También queda por ver cómo el inquilino de la Casa Blanca metaboliza los insultos procedentes del círculo de poder ruso, entre ellos que es un hombre «débil, enfermo e infeliz» que debería «someterse a una revisión médica». Cuando Biden ocupó el despacho oval anunció su intención de mantener una relación estable con Putin, pese a la falta de empatía mutua.

Expertos y cargos de la Administración creen que será muy difícil que vuelvan a dirigirse la palabra incluso después de la guerra, lo que tratándose de dos superpotencias augura una lucha de gigantes incierta en las relaciones internacionales y la posibilidad de que EE.UU. deba redefinir su política exterior. «Las palabras de un presidente importan», es una de las coletillas que Biden suele repetir. Y acierta