El pez grande casi nunca se come al chico de un bocado. Da igual que seas la segunda potencia militar del mundo —al menos teóricamente— o que no tengas el más mínimo escrúpulo en bombardear un refugio repleto de niños con una bomba hipersónica de última generación. El mundo civilizado —menos los hipócritas que solo ven montajes de la ultraderecha en aquello que contradice sus estrategias— se estremece con las imágenes de los cadáveres de decenas de personas atadas de pies y manos y ejecutadas con un disparo en la nuca. Ucrania llora y se desangra mientras pierde generaciones en una guerra estéril en la que ya todos han perdido. O sufre desde la distancia con los casi cinco millones de huidos de una barbarie que hace pensar que Europa ha retrocedido al medievo en lugar de avanzar hacia el siglo XXII.
En una guerra siempre sufren los mismos: los indefensos que no tienen o dinero o ganas de dejar sus hogares para huir a un lugar seguro. A Putin y su ejército de oligarcas les da igual que casi el 10 % de sus soldados mueran en las gélidas trincheras ucranianas. De la misma forma que no duda en utilizar a los más salvajes chechenos para intentar una pírrica victoria que tape el destrozo económico que padecerá también su país.
Mientras, la rica Europa occidental y el guardián de la democracia, o sea Estados Unidos, se limitan a mantener al enfermo, o sea a Ucrania, con respiración asistida suministrando algún oxígeno en forma de armas y otros recursos que en algo ayudan a frenar a Rusia, pero que no son suficientes para dar la vuelta a un conflicto que amenaza con enquistarse en algunas regiones y que mantendrá la tensión a las puertas de la UE durante los próximos años, a expensas de que al Kremlin se le ocurra dar otro zarpazo con el que zamparse otro trozo de Ucrania. En el 2014 le tocó a Crimea. Ahora le tocará al Dombás, quizá a Járkov. ¿Qué querrán los rusos para el 2030? ¿Se les consentirá que sigan preparándose para el nuevo golpe como ha ocurrido en los últimos siete años?
La pregunta es sencilla. ¿Hasta cuándo hay que seguir soportando esta guerra estéril? Van cincuenta días de tiros y bombas, decenas de miles de muertos, la mayoría de ellos civiles indefensos. El mundo vive acongojado por si Putin decide usar su arsenal nuclear. O el químico, del que ya empieza a haber algunos indicios, como ocurrió en Siria. O, simplemente, que en un fallo militar vuele por los aires una central nuclear y desmantele el granero de Europa, sí, Ucrania. Y mientras, los políticos siguen en sus aviones privados incapaces de cortar con el petróleo y el gas ruso y amenazando con un tribunal sin competencias. Pero la guerra sigue. Y sus muertos no regresarán.