Diario de un soldado ruso: «Nos han convertido en salvajes»

Iñaki Juez MADRID / COLPISA

INTERNACIONAL

El Ejército ruso exhibe los trofeos de guerra ucranianos en la mayor feria militar del país.
El Ejército ruso exhibe los trofeos de guerra ucranianos en la mayor feria militar del país. YURI KOCHETKOV | EFE

El exparacaidista Pavel Filatyev relata el brutal saqueo del puerto de Jersón, ocupado por las tropas del Kremlin al comienzo del conflicto

18 ago 2022 . Actualizado a las 21:38 h.

Es habitualetiquetar las guerras como una extensión de la eterna lucha entre el bien y el mal. Y la de Ucrania no es una excepción. Ahora, los rusos, todos ellos, son los malos, los que invadieron un país que no era el suyo para someterle a los dictados de su presidente, Vladimir Putin. Pero la vida es un cuadro lleno de tonalidades grises. Y no resulta nada extraño que haya soldados muy críticos hacía su Gobierno y que al mismo tiempo continúen en el frente obedeciendo órdenes. Es lo que le sucedió al exparacaidista y disidente Pavel Filatyev, alias Zov, que se vio inmerso en un conflicto bélico «injusto», como describe en las memorias que comparte en las redes sociales. 

Gracias a sus recuerdos, podemos tener una idea aproximada de cómo comenzó la guerra de Ucrania desde el punto de vista de los invasores. Y la versión que da Filatyev de esos días de finales de febrero son, como mínimo, horribles. «Nos convirtieron en salvajes», recuerda del saqueo de su unidad al puerto de Jersón. «¿Alguna vez has visto las pinturas del saqueo de Roma por los bárbaros? Esta es la mejor manera de describir lo que pasaba a mi alrededor», asegura.

Filatyev explica que estaban agotados y registraron las instalaciones portuarias en busca de comida, agua, una ducha y un lugar protegido para pasar la noche tras un mes lleno de incomodidades. La realidad fue que los militares rusos comenzaron a apoderarse de todo lo que encontraban de valor, como ordenadores. El propio exparacaidista robó un sombrero de un camión destrozado porque su pasamontañas estaba helado y hacía frío. Pero no por eso se sintió menos culpable, aunque su hurto apenas tenía importancia en comparación con lo que hacían sus compañeros, algunos viendo las noticias por la televisión con una botella de champán requisada.

El saqueo fue especialmente virulento en una cafetería. «Como salvajes, comíamos de todo: avena, gachas, mermelada, miel, café. No nos importaba nada, ya nos habían llevado al límite», rememora. «Todo alrededor nos daba una sensación de vileza; como desgraciados, solo intentábamos sobrevivir», añade en su relato recogido por medios como The Guardian. «Estaba disgustado, pero me di cuenta de que yo era parte de todo».

«Una persona diferente»

Tras asearse, se coló en una oficina y utilizó una mesa como cama poco antes de la medianoche. «Por primera vez en una semana, me quité el chaleco antibalas y la ropa interior térmica, coloqué mis pertenencias junto con las armas en la mesa grande de dos metros de largo y me acosté sobre ella. Estaba en un estado de gran felicidad, mi cuerpo zumbaba con una necesidad desesperada de dormir», explica.

En ese momento, recordó, como «si fuera en otra vida», que él había trabajado en una oficina. «Yo era una persona diferente. Ahora, estoy acostado como un salvaje en la mesa con todo patas arriba, sintiéndome como si durmiera en un hotel de cinco estrellas e ignorando los disparos ocasionales del exterior», confiesa.

En una segunda entrada, se muestra muy crítico con la decisión de Putin de invadir Ucrania. «¿Por qué otra persona tiene derecho a iniciar la guerra?», se pregunta. «No puedo traer a nuestro ejército de regreso a casa, pero sí compartir mi experiencia y mis pensamientos y alentar a los conciudadanos a cuidar de su país, que tiene tantos problemas propios con los que lidiar», explica.

Filatyev confiesa sentirse «dentro de un círculo vicioso». «Nuestros antepasados derramaron mucha de su propia sangre por el bien de la libertad. Puede que no cambie nada, pero me niego a participar en esta locura», añade.

El exsoldado recuerda la optimista conversación que tuvo con un comandante de batallón. «Me dijo que todo estaba bien, que todo terminaría pronto». Nadie en las filas invasoras podía prever que, seis meses, después, el final de la guerra se antoje lejano y envuelto en la incertidumbre.