Los republicanos están dando un bochornoso espectáculo en el Capitolio no solo porque es la primera vez en cien años en que una mayoría parlamentaria de la Cámara Baja no logra elegir a la primera a uno de los suyos como speaker —el tercer cargo más importante de EE.UU. tras el presidente y el vicepresidente—, sino además porque el motín ultraconservador deja patente en qué estado calamitoso se encuentra el partido tras la espita abierta por Donald Trump. Los republicanos van a sudar tinta para presentarse como alternativa a Joe Biden si no logran superar las luchas internas, acentuadas por la debacle de las elecciones de medio mandato, antes de la batalla que se avecina en las primarias a candidato a la Casa Blanca en el 2024.
Desde su escaño, la veterana Nancy Pelosi debía estar entre los demócratas que se partían de risa cada vez que un conservador obviaba a Kevin McCarthy y optaban por dar en voz alta su voto a otro candidato. Salga o no elegido, el liderazgo de McCarthy sale tocado tras el fuego amigo de los ultraconservadores agrupados en Freedom Caucus, a los que un antiguo speaker, John Boehner, tachó una vez de «terroristas legislativos», y en medio del murmullo de voces que los etiquetaron en privado como «los 19 talibanes» (en referencia al voto en contra en dos de las cuatro votaciones, antes de subir a 20).
Dieciocho de esos rebeldes defienden que los demócratas manipularon las elecciones del 2020 para robarle el triunfo a Trump. De nada ha servido que McCarthy haya sido un devoto defensor de las teorías conspirativas. La ambición del líder republicano siempre ha sido su característica definitoria. «Todo lo que le importa a Kevin McCarthy es Kevin McCarthy», confesó a The New Yorker un congresista sobre su colega de bancada. Intentar aplacar tanto a los trumpistas como a los moderados amenaza con precipitar su caída. Los guionistas de House of Cards no podrían haberlo hecho mejor.