Los «otros» bosnios quieren dejar de serlo

Ricard G. Samaranch SARAJEVO

INTERNACIONAL

Dervo Sejdic consiguió que el tribunal europeo de derechos humanos reconociese la discriminación.
Dervo Sejdic consiguió que el tribunal europeo de derechos humanos reconociese la discriminación. Ricard G. Samaranch

La Constitución discrimina a etnias minoritarias como la romaní o la judía

01 may 2023 . Actualizado a las 12:18 h.

Aparentemente, nada diferencia a Dervo Sejdic y a Jakob Finci de la mayoría de sus compatriotas de Bosnia Herzegovina. Todos ellos hablan perfectamente la lengua del país y sus ancestros yacen enterrados en esta tierra. Tampoco su vestimenta les separa de sus vecinos. No obstante, ninguno de los dos es un ciudadano de pleno derecho en un país que todavía lucha por curar las profundas heridas y traumas provocados por la sangrienta guerra civil de los años noventa. En un nación de minorías, la Constitución, redactada hace casi un cuarto de siglo por expertos occidentales, define vagamente a las etnias más minoritarias como «los otros» y les niega derechos.

«La Constitución impide que pueda haber un presidente romaní. Es una discriminación inaceptable en una democracia», espeta Dervo Sejdic, un destacado líder de la comunidad romaní —o gitana—, formada por más de 70.000 personas y que padece los estragos de un arraigado racismo. Según la Carta Magna, incluida en los acuerdos de Dayton, la presidencia del país es una institución colegiada formada por un representante serbio, uno croata y uno musulmán, que van rotando cada ocho meses. Y lo mismo sucede para muchos otros cargos, incluido, por ejemplo, la presidencia de la federación de fútbol. De manera informal, incluso los puestos de funcionario de base se distribuyen así.

Como los rom, la comunidad judía de Bosnia, o los decenas de miles de hijos de matrimonios mixtos que no se quieren identificar étnicamente, no tienen lugar en este sistema. Buena parte de los judíos bosnios son descendientes de los sefardíes expulsados en 1492 de la Península Ibérica, como el nonagenario Jakob Finci. «Espero que la Constitución cambie pronto. Y quizá me presentaré a la presidencia. ¿Acaso Joe Biden no ha llegado a presidente de EE.UU.?», comenta con una sonrisa irónica este líder de la comunidad, que todavía recuerda el ladino, el español medieval de los sefardíes.

Fallo histórico

«En diversas ocasiones presenté mis quejas a los partidos, pero no hicieron caso. Así que decidí presentar una demanda al Tribunal Europeo de Derechos Humanos (TEDH)», explica Sejdic, un hombre de mediana edad y aspecto bondadoso. El TEDH fusionó las demandas de Sejdic y Finci en un solo caso, conocido como Sejdic and Finci vs. Bosnia Herzegovina. En una sentencia histórica, el TEDH falló en el 2009 a su favor y certificó que la Constitución discriminaba a los «otros» bosnios, por lo que instaba a las autoridades a enmendarla. Sin embargo, más de una década después, la ley fundamental permanece intacta por la falta de voluntad de los líderes nacionalistas de las tres etnias dominantes. Y ello, a pesar de las presiones de la Unión Europea, que ha llegado a recortar las ayudas a Bosnia para forzar un cambio.

El reconocimiento legal es especialmente importante para la comunidad rom, la mayor de las minorías incluidas en la categoría «otros». Ocupar altos cargos en las instituciones políticas sería una herramienta muy útil para luchar contra el estigma social que lleva incrustado desde hace siglos. «El estereotipo es que somos ladrones o mendigos, pero hay muchos rom con buenos trabajos. Tenemos médicos, arquitectos, etcétera. Por desgracia, muchos de ellos esconden su origen por miedo a ser marginados. Faltan ejemplos positivos», lamenta Sejdic, que preside el Consejo Asesor Rom.

Este activista denuncia que, de manera informal, incluso los puestos de funcionario en la Administración pública se distribuyen en función de cuotas étnicas que discriminan a su minoría. Según el Roma Regional Survey, tan solo un 26 % de los rom bosnios posee un empleo, mientras que un 80 % de los niños viven bajo el umbral de la pobreza. A diferencia de otros países europeos, no suele haber agresiones contra ellos, pero sí son normales los discursos despectivos o de odio, tanto en las redes sociales como en los medios de comunicación.