La voz de la conciencia migratoria

Ricard G. Samaranch BARCELONA

INTERNACIONAL

El Tribunal Penal Internacional utiliza el trabajo de la periodista Sally Hayden en sus investigaciones por la muerte de subsaharianos en el Mediterráneo

12 feb 2024 . Actualizado a las 05:00 h.

Las frías calles de Dublín pueden parecer un lugar en las antípodas de las cálidas costas mediterráneas, que se han convertido en el cementerio de más de 29.000 personas que desde el 2014 han fallecido en el mar intentando llegar a Europa. Sin embargo, hay un punto de conexión entre ambas realidades: Sally Hayden, una galardonada periodista irlandesa que ha consagrado los últimos años de su vida a cubrir la cuestión migratoria. El fruto de esa experiencia, que le ha permitido tener acceso a oscuros lugares vedados a la prensa internacional, como los centros de detención en Libia, es el libro Cuando lo intenté por cuarta vez nos ahogamos, recién publicado por la editorial Capitán Swing.

Hayden cuenta que no planificó especializarse en la cuestión migratoria. Más bien, el destino decidió por ella. Tras graduarse en Derecho y en Relaciones Internacionales en Dublín, se trasladó al continente africano para empezar a trabajar como freelance para varios medios internacionales como el Financial Times o la BBC. Entre los temas que cubrió, los abusos que padecen los migrantes y refugiados que intentan cruzar el continente. Ese trabajo le granjeó notoriedad y varios premios, y para informarse incluso penetró en las mazmorras libias donde miles de personas, la mayoría subsaharianos, viven una auténtica pesadilla.

«Empecé a recibir mensajes de texto de personas recluidas en Libia que sufrían unas condiciones durísimas y me pedían ayuda», cuenta Hayden, una mujer con una larga melena rubia y una tímida sonrisa. A menudo, en lugar de facilitar la llegada a Europa, las mafias libias encierran y esclavizan a los migrantes, llegando a enviar vídeos y mensajes a sus familias en los que son torturados para presionarlas a que paguen un rescate. Miles de familias en países tan pobres como Sudán o Eritrea han tenido que vender todas sus posesiones y endeudarse para salvar a sus familiares del horror.

Como periodista, sintió que lo único que podía hacer por ellos era contar sus historias y confiar que las leyeran aquellos con el poder de cambiar la realidad. Su número empezó a circular entre migrantes y refugiados y su teléfono empezó a vibrar de forma incesante, sobre todo de noche. «En los centros de detención, los teléfonos están prohibidos. Los allí presos los esconden y solo los sacan y envían mensajes a partir de medianoche. Así, me solía quedar en vela hasta las 3 de la madrugada», recuerda Hayden.

El hecho de estar en contacto continuo con personas en situaciones tan traumáticas deja huella en el estado anímico. «Muchas veces, una tiene un fuerte sentimiento de culpa por no haber podido hacer más. Pero yo no quiero ser el foco de la noticia. Ellos son quienes se jugaban la vida para hacerme llegar sus mensajes», advierte en una sala del IEMED, el think tank sobre el Mediterráneo basado en Barcelona.

Hayden insiste que ella no es activista o experta, solo una periodista, por lo que no tiene una solución a muchas de las cuestiones que sus artículos plantean. Pero su trabajo ha tenido ya una influencia más allá del ámbito periodístico. El Tribunal Penal Internacional ha utilizado sus reportajes como fuente de información en sus investigaciones sobre posibles crímenes contra la humanidad de la UE por su política anti-inmigración.

Hayden ha aprovechado su fama para convertirse en una especie de voz de la conciencia europea: «Estos abusos se cometen en nuestro nombre. Nuestros impuestos sirven para reforzar dictadores y señores de la guerra», espeta la periodista irlandesa, a quien no gusta el concepto de «crisis migratoria» que muchos medios utilizan. «Esto es realmente una crisis de desigualdad global», sentencia.