Federico Moya pasó de 183 a 83 kilos: «La cirugía bariátrica ha hecho que pueda atarme los cordones otra vez»
ENFERMEDADES
El presidente de la Asociación Nacional de Personas que viven con Obesidad cuenta cómo fue el proceso de adaptación después de pasar por una intervención para controlar su peso
16 dic 2024 . Actualizado a las 17:49 h.Federico Luis Moya guarda una camisa de varias tallas más grandes. Tiene más de diez años y la ve casi a diario; lo hace para recordar el esfuerzo que conlleva no volver a utilizarla. La última vez que se la puso padecía una obesidad severa, en terreno médico conocida como mórbida, aunque este término sea rechazado por las asociaciones de pacientes. «Es como si nos pusiesen un sello», dice.
Este santanderino de 41 años se sometió a una cirugía bariátrica con 31. El 6 de noviembre se cumplió el décimo aniversario de una decisión que tardó en llegar. «Yo no era un niño con obesidad, pero a medida que fui creciendo, por problemas de ansiedad, gané peso. Y después, a raíz del fallecimiento de mi madre, me disparé», comienza contando el que, en la actualidad, es presidente de la Asociación Nacional de Personas que viven con Obesidad (ANPO).
Se percató de la urgencia —«mi cabeza cambió el chip», dice él— cuando un par de mañanas tuvo que avisar a su padre para que le atara los cordones de los zapatos. Tal vez por la edad, por genética o por suerte, «era una persona que vivía con obesidad, pero estaba sana, entre comillas», precisa. Tenía apnea del sueño obstructiva, pero hasta ese momento, el exceso de grasa no le había provocado problema mayor.
Para ponerle solución, acude a su médico de cabecera. No era la primera vez que lo intentaba. «Yo había hecho mil dietas de cajón, de 1.200 o 1.500 calorías, que van muy bien dos o tres meses, pero al cuarto, lo recuperas todo», precisa Moya, que añade: «Así que al final me planté y le dije que mandase a un endocrino para que me viera». Conseguir la aprobación de su médico le llevó un año.
«Cuando dije que quería operarme, la respuesta fue: "¿Sabes que puedes morir?"»
El especialista en endocrinología tampoco se lo puso fácil, por aquel entonces, la cirugía no gozaba de la mejor fama. «Me choqué contra un muro. Su primera frase fue: “¿Sabes que puedes morir?”». Asumió el riesgo, veía que su enfermedad no tenía otra solución.
A sus 31, pesaba 183 kilogramos. «Un año después, había perdido cien, aunque no es lo normal. La gente suele tardar más». Esta cifra incluye, eso sí, los 35 que dejó en el camino antes de entrar a quirófano. «Es algo que se recomienda a los pacientes, porque la operación y la recuperación van a ir mejor», explica.
La técnica escogida fue un sleeve o manga gástrica, «y cuando me subieron a la habitación después del quirófano, tenía once kilogramos menos de la grasa que me habían tenido que quitar para poder llegar a los órganos», cuenta. A los cinco años, se tuvo que someter a un baipás gástrico porque la primera intervención le había provocado daños en el esófago.
La vida después de la cirugía bariátrica
El presidente de la entidad de pacientes recuerda que es tan importante la operación, como todo lo que viene después: «Tienes que respetar las pautas alimenticias. Empiezas con quince días a líquidos, después pasas a otros quince a purés, y a los siguientes quince, ya puedes empezar con los sólidos. Además, tienes que masticar mucho toda la comida», comenta.
También es importante retirar las grasas, los azúcares, y es cuestión de ir probando. «Puede haber alimentos que antes te sentaban bien, y ahora ya no. A mí me pasa con la lechuga o los guisantes, que en general es bastante indigesta», ejemplifica.
Después de operarse, sentía que estaba continuamente saciado. Es más, sabe que hay gente que, incluso, pierde la sensación de sed, por lo que es importante prestar atención a la hidratación. «Para mí, fue muy relevante empezar a caminar. Hay gente que te dice que va a ir al gimnasio, pero hay que pensar que los puntos tardan meses en cicatrizar», aclara.
Por el contacto diario con otras personas en su misma situación, reconoce que hay muchos que no recuerdan su vida antes de la intervención. Que prefieren no hablar de ella. No es su caso. La cirugía le ha ayudado a ganar vitalidad. A no despertarse cansado. «Ha hecho que pueda sentarme en una cafetería sin salir con la silla pegada al culo, o que pueda atarme los cordones otra vez», dice Moya, que hace referencia a las cosas más simples.
Cuando se presenta, sigue diciendo que es una persona que convive con obesidad: «La gente se sorprende, pero esta enfermedad es crónica y tengo que tener restricciones», señala. No puede comer todos los días comida que no es saludable, por ejemplo. Agradece el apoyo que siempre ha tenido en su entorno. «Ahora que vienen las fiestas, sé que después tendré que cuidarme un poquito más», apunta.
Una de las reivindicaciones que tienen en la asociación es que este proceso vaya acompañado, desde el primer minuto, de atención psicológica. Él sigue sufriendo, en sus propias carnes, el peso mental de la obesidad. «Esta semana, un familiar tuvo que mover el coche del aparcamiento porque yo decía que ahí no entraba. Y sí lo hacía, pero psicológicamente, nadie me preparó para perder cien kilos en un año», comenta. Lo mismo le sucede cuando va de compras: «Tengo que ir acompañado, porque de lo contrario, cojo una camisa de mi talla de antes».