Pablo Vicente, neurólogo: «Creemos que el síndrome de piernas inquietas es un problema en transporte de hierro al cerebro»
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ENFERMEDADES
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El experto del hospital Álvaro Cunqueiro explica que esta enfermedad tiene una prevalencia de hasta el 12 % en nuestro medio, pero está infradiagnosticada
28 feb 2025 . Actualizado a las 13:41 h.El síndrome de piernas inquietas (SPI) es un trastorno neurológico que afecta a un 10 % de la población, en su mayoría, mujeres. Sin embargo, nueve de cada diez pacientes no saben que lo padecen. Se trata de un trastorno de origen neurológico que provoca una necesidad incontrolable de mover las piernas, especialmente durante el descanso y el sueño. Pese a las dificultades para llegar al diagnóstico, la patología interfiere de manera grave y crónica en la calidad del sueño y puede tener un impacto significativo en la vida diaria.
A pesar de su alta prevalencia, el SPI sigue siendo un diagnóstico que pasa desapercibido en muchas consultas médicas. Los pacientes pueden tardar años en recibir una respuesta a sus síntomas, lo que agrava su malestar y dificulta el tratamiento. Sin embargo, el reconocimiento temprano y un enfoque adecuado pueden mejorar notablemente la calidad de vida de las personas. El neurólogo Pablo Vicente Alba, del Complejo Hospitalario Universitario de Vigo, ofreció este mes una charla divulgativa acerca de este tema, organizada por la Asociación Española de Síndrome de Piernas Inquietas (Aespi). Hablamos con el experto acerca de cómo reconocer esta enfermedad y qué pasos seguir para llegar a un diagnóstico y a un control eficaz de los síntomas.
—¿Cuál es la incidencia del síndrome de piernas inquietas en nuestro entorno?
—Prácticamente todas las guías sobre esta enfermedad coinciden en que está infradiagnosticada, porque hay mucha gente que tiene síntomas leves, van tirando como pueden e incluso nunca llegan a consultar por esto. Pero el porcentaje es variable, entre un 6 y un 12 % de la población. En Europa tenemos la mayor prevalencia de la enfermedad. En general, el diagnóstico se da entre los 40 y 50 años, o incluso más adelante.
—¿Qué causas están detrás del síndrome de piernas inquietas?
—La causa en sí misma no se conoce, es por eso que no disponemos de un tratamiento curativo para este síndrome y solo podemos tratar sus síntomas. Hay algunas hipótesis al respecto, se piensa que hay ciertos neurotransmisores y otros elementos que pueden tener relación con este trastorno. Fundamentalmente, el hierro y la dopamina. También podría ser el glutamato, aunque no sería el principal. Y, de hecho, los tratamientos con los que contamos hoy actúan sobre esas dianas.
—¿Cómo se relaciona con la dopamina?
—Clásicamente, se vio que los pacientes respondían a unos fármacos que se llaman agonistas dopaminérgicos. Son medicamentos que potencian la dopamina en el cerebro. Esto se empezó a observar en investigaciones hace años y a raíz de esto se propuso que la dopamina tenía un papel importante en esta enfermedad. Sin embargo, no es un tratamiento que usemos de primera línea. Intentamos primero aliviar los síntomas con el hierro o bien con fármacos antiepilépticos, como la pregabalina, dejando estos agonistas en una segunda línea. Porque los agonistas dopaminérgicos tienen un perfil de efectos adversos y de seguridad que no es tan limpio como el de los otros fármacos, tanto a nivel psiquiátrico como a nivel de posibles complicaciones de la enfermedad.
—¿Cómo favorece la falta de hierro al desarrollo de esta patología?
—Se piensa que es un problema en transporte del hierro al cerebro, de forma que hay menos hierro en el órgano y hay diferentes zonas del cerebro que van a reaccionar produciendo un aumento de excitabilidad, un aumento de activación de los núcleos a nivel motor y sensitivo de la médula espinal. Esto es lo que desencadena esos síntomas que describen los pacientes, la inquietud, la necesidad de movimiento y el propio movimiento de las piernas.
—¿En el embarazo puede aumentar el riesgo porque se requiere más hierro?
—Sí, y de hecho hay poco más en el embarazo que puedas darle a las pacientes, porque no podemos administrar ningún fármaco, entonces lo intentamos suplir con hierro y recurriendo a vitaminas.
—¿Este riesgo durante la vida reproductiva deja de estar presente con la menopausia?
—Si vemos la historia natural de la enfermedad, las mujeres tienen una mayor probabilidad, pero solo las que han tenido embarazos. En aquellas que no han están embarazadas, su riesgo se equipara al de los hombres. Con el paso de los años, el riesgo de sufrirla aumenta. Luego, depende de las enfermedades que tenga el paciente. Si tiene una patología digestiva que favorece la pérdida de hierro, el riesgo es todavía mayor.
—¿Quiénes tienen mayor riesgo de sufrir este trastorno?
—Las personas con mayor predisposición o riesgo son, por un lado, las mujeres, sobre todo aquellas que han sido gestantes, y a más gestaciones, mayor probabilidad. Por otro lado, los pacientes con enfermedad renal, especialmente si esta enfermedad está avanzada, como es el caso de los pacientes en diálisis. Luego, hay pacientes que están bajo tratamiento con diferentes fármacos que pueden favorecer que empeore el síndrome, o bien que se produzcan los síntomas.
—¿Cómo impacta en la vida diaria de los pacientes este síndrome?
—Si bien no es, como tal, una enfermedad que vaya a disminuir la esperanza de vida de la persona, sí que la calidad de vida se ve muy mermada y dependiendo de la sintomatología puede ser una limitación muy grave. Principalmente, impide a los pacientes conciliar el sueño, o bien mantenerlo, o ambas. Esto lleva a un estado de privación del descanso continua que causa una falta de sueño importante y durante el día van a tener cansancio, somnolencia diurna, trastornos del estado de ánimo, además de desencadenar problemas laborales, sociales e incluso aumentar el riesgo de que aparezcan otras enfermedades, sobre todo a nivel cardiovascular y neurológico. El impacto en la vida del paciente es muy relevante.
—¿El diagnóstico temprano disminuye la gravedad de estos síntomas?
—No tiene una relevancia tan importante en ese sentido, pero el diagnóstico sí que tiene importancia de cara a la calidad de vida del paciente. Cuanto antes comiences el tratamiento, más rápido podrás notar la mejoría de los síntomas. Esto es lo que buscamos.
—¿Cómo se diagnostica el SPI?
—El diagnóstico es clínico. Hay unos criterios definidos que en una consulta normal nos permiten realizar el diagnóstico y no es necesario hacer ningún estudio para llevarlo a cabo. Lo que sí hacemos son pruebas que pueden ser necesarias cuando los síntomas no son los típicos o hay cosas que no cuadran, o bien, cuando la respuesta al tratamiento no es la esperada. En ese caso, nos planteamos la posibilidad de que sea otra enfermedad y para descartarlo realizamos estudios. También pedimos una analítica para ver los niveles de hierro, porque en función de eso podemos dar suplementos o no. Pero para el diagnóstico en sí, no es necesario.
—¿Qué se está investigando actualmente en términos de tratamientos?
—En líneas generales, se está investigando a nivel genético, para identificar si realmente hay un gen causal que pueda producir o relacionarse con la enfermedad. Conocer el origen genético es lo que nos permitiría llegar a una cura. Luego, en cuanto a fármacos, lo último que se estuvo estudiando y que ya se está usando es el tratamiento con hierro, pero en este caso, administrado por vena, que se ha visto que los pacientes responden mejor que el tratamiento con comprimidos por vía oral. Hay estudios también con dispositivos de estimulación magnética transcraneal, que hacen unas descargas eléctricas a nivel cortical y parece que mejora los síntomas de los pacientes.
—¿Qué deberíamos hacer si notamos síntomas del SPI?
—Acudir al médico de cabecera, explicar los síntomas y dejar que nos evalúen. El médico va a revisar el historial, ver que no haya ninguna enfermedad que pueda simular los síntomas de este síndrome o agravar sus síntomas y, en caso de que no haya nada, plantear un tratamiento o derivarlo al especialista en caso de que lo vea necesario.