Arturo Goicoechea, neurólogo: «No hay por qué cuestionar el dolor de un paciente»

ENFERMEDADES

El reconocido experto en dolor habla de la conciencia humana y de lo poco que se conoce al respecto
16 abr 2025 . Actualizado a las 14:39 h.El doctor Arturo Goicoechea nació en Mondragón, en el año 1946. Primero, se especializó en neurología y, más tarde, se fue adentrando en buscar respuesta a los «síntomas sin explicación médica». Conocido por su investigación del dolor crónico, analiza por qué una persona puede sentir dolor sin nada físico que lo explique en su nuevo libro Tu cuerpo habla (Vergara,2025).
—¿Qué es el dolor?
—El dolor es aquello que sentimos cuando decimos que sentimos dolor. Es una experiencia que todos conocemos y cuando alguien nos dice que le duele, pues echamos mano de esa experiencia que nos ha afectado a nosotros, pero no hay por qué cuestionarla. Nadie puede juzgar esa experiencia.
—¿Dónde se produce el dolor?
—El dolor es un contenido de la conciencia y no tenemos ni idea de cómo se genera la conciencia. Solo sabemos lo que aparece en la conciencia, pero toda la arquitectura neuronal es de una complejidad que todavía no podemos abordar. Por eso, nos limitamos a saber algunas cositas del inicio del procesamiento, pero no qué es lo que se genera y cómo y cuáles son los mecanismos para que, en base a unos estímulos físicos, luego aparezca un contenido en la conciencia. Ignoramos muchísimo más de lo que sabemos. Es decir, podemos describir lo que sentimos, lo que pensamos y ahí es donde a veces se producen errores de interpretación que son los que se trata de corregir.
—Pero, ¿qué sucede realmente en el tejido donde notamos el dolor?
—Esa es la misión del profesional. Cuando alguien relata que siente dolor en el hombro derecho, el profesional tiene que hacer dos procesos. Uno, hacer preguntas sobre el síntoma y cuándo apareció, como luego explorar el hombro, la función del hombro. Y, finalmente, si hace falta hacer pruebas complementarias, obtener ecografías o imágenes del hombro para concluir si en esa zona donde el paciente refiere dolor hay alguna patología que se pueda objetivar. Ese es el primer paso. Cuando se objetiva esa patología, lo que tiene que hacer el profesional es colaborar con el organismo para proteger esa zona y luego recuperarla funcionalmente lo antes posible. El problema surge cuando, en esa parte en la que el paciente refiere dolor, no encontramos una causa que lo explique y justifique. Y ahí la medicina no acaba de dar las claves de explicación ni de solución.
—¿Es difícil decirle a ese paciente que, pese a los síntomas, pese al dolor que él o ella tiene, está sano?
—Sí, no es fácil, pero porque estamos instruidos en una explicación intuitiva. Es decir, el paciente dice que le duele, esa es su evidencia, y no le entra en la cabeza que no pueda haber nada patológico que explique y justifique su dolor. Y el profesional, cuando no encuentra esa patología, tampoco sabe qué decir ni qué hacer. Afortunadamente, de lo poco que vamos sabiendo sobre la trama neuronal de la conciencia, podemos disponer de explicaciones en la actualidad. Pero son complejas. No se pueden simplificar diciendo, bueno, pues no es nada, o tómate esto, o será psicológico. Empezamos a echar mano de la biografía del paciente, que si está estresado, que si no duerme, y juzgamos a la persona, en vez de juzgar el proceso que realmente ocasiona un dolor sin que esté pasando nada patológico en la zona. Eso, afortunadamente, ya se está dejando de hacer. Pero es un proceso de aprendizaje, de instrucción, de información, de educación al paciente para que pueda afrontar esa situación con las máximas garantías de poder disolverla.
—¿Por qué me duele algo si no tengo nada?
—Hay que explicar cuestiones básicas de qué es la conciencia, qué es una percepción y hay que disolver una cosa que intuitivamente parece verdad, que es lo que llaman la interpretación intuitiva e ingenua de lo que aparece en la conciencia. En el sentido de que yo, por ejemplo, si estoy oyendo un sonido de una campana en este momento, el cerebro sitúa el origen del sonido en la campana. Pero eso no es así. El sonido no sale de la campana, esta genera unas vibraciones que se transmiten por el aire y los sensores que tenemos en el oído de vibraciones lo convierten y generan sonido, aunque no sabemos cómo. Es decir, hay una correlación o una coherencia entre lo que sucede, que son fenómenos físicos, y lo que percibimos, en este caso el sonido. Pero el sonido es una construcción del cerebro de la cual no tenemos ni idea de cómo se transforman esas vibraciones en una señal eléctrica y cómo percibimos esas señales eléctricas como sonido. Con esto quiero decir que es muy difícil explicar a la gente que, a veces, lo que intuitivamente parece cierto no lo es en términos de realidad física. Y en vez de sonido ponemos dolor. Al final, parece que esta sensación viene del tejido donde la sentimos, como la campana, pero en realidad es una construcción que se siente donde no se genera. El dolor se forma en una estructura neuronal compleja que vamos conociendo pero ignoramos cómo se produce. Sí que sabemos que podemos sentir dolores sin que haya daño. Lo mismo que podemos oír sonidos sin que haya una fuente física de generación.
—¿Qué tiene que ver el yo inmunológico con el yo como relato?
—El organismo está vigilado, protegido y organizado por dos sistemas. Por un lado está el inmune, que tiene una competencia para analizar todo tipo de moléculas propias y ajenas. Y luego también analiza moléculas de gérmenes o de cosas que pueden entrar por vías respiratorias, digestivas, y puede destruirlos. Por otro lado, la red de neuronas que también tiene esa misión de analizar algunas moléculas y variaciones físicas como la temperatura, el estímulo mecánico; así como de diferenciar lo que es propio, por ejemplo, las consecuencias sensoriales, de lo que uno hace porque decide hacerlo. Además, también determina qué es lo amenazante, peligroso, inofensivo o incluso beneficioso, ya sea propio o ajeno. Ambos pueden cometer errores de atribución de valor negativo o positivo. Cuando eso sucede, aparece un problema muy serio porque el sistema inmune puede interpretar que el aire con polen es peligroso y defenderse. Cuando el sistema neuronal se equivoca no llega a ser tan drástico, pero genera estados de alerta o de protección, que los recibimos en la conciencia como dolor, como mareo o hambre. Y es aquí cuando, aunque no esté justificado, este sistema puede proyectar dolor y que la red neuronal esté vigilando y protegiendo una zona. Si por ejemplo pasa en el hombro, la función de esa zona va a estar penalizada y la persona lo evitará. Hoy en día, se están realizando programas de educación de quitar el miedo a la actividad. Es algo más complejo de trabajar que simplemente recetar un ibuprofeno.
—En otras palabras, si me duele el hombro sin una causa aparente, estos programas buscan cómo quitarme el miedo a moverlo. ¿Es correcto?
—Sí, pero es mucho más complicado. Ese error de atribución por parte del organismo genera una serie de automatismos, de rutinas y de costumbres. Primero, hace que la persona interprete que si le duele algo es porque hay algo, y esto hay que desterrarlo. Hay que centrarse en el resto del proceso, porque al final, esta idea ha creado hábitos motores de protección por parte del organismo. Esto puede modificar los patrones de relación motora y patrones de protección que no sirven para nada más que para mortificar y para invalidar. Hay patrones de impacto emocional que se pueden modificar, patrones conductuales o de relato social.
—En el libro dice que podemos estar sanos, pero sentirnos enfermos por culpa de los expertos. ¿Por qué?
—El interior del organismo es algo opaco, es un sistema complejo para el individuo. No tenemos el equivalente a ojos, oídos u olfato que nos pasa información directa del interior. Sobre el interior conocemos cosas sobre vísceras, pero muy poquito sobre el sistema neuroinmune y su parte parte neuronal. Y de lo poco que conocemos no hay mucha instrucción social. Pero, en lugar de decirle al publico que no tenemos ni idea, contamos historias sobre la red de neuronas o sobre el cerebro. Hoy en día, vemos explicaciones neurocientíficas y cerebrales para todo, pero se está exagerando un poco el conocimiento que tenemos de las cosas. En vez de decir que no tenemos ni idea y estar callados, ponemos etiquetas y hacemos atribuciones. Por ejemplo, le decimos a un paciente que ha nacido con migraña porque son los genes o su estilo de vida. Es decir, construimos un relato y se culpa al paciente. Por eso, desde esta nueva perspectiva, deshacemos todas esas historias que se han ido contando y que se han ido incorporando al aprendizaje y que convierten a un ciudadano libre y sano en alguien enfermo de una patología misteriosa e irreversible, que tiene que aceptar y sobrellevar con dignidad. Creo que esa no es la solución. A través del lenguaje, entra una información que convierte un organismo sano en un organismo que sigue estando sano pero no tiene la autorización para moverse en libertad.
—¿Cuán importante es la expectativa del paciente en el tratamiento?
—Es importante, pero no se trata de cuál es la actitud del paciente, que también importa, sino de la información que damos y de conseguir su colaboración, y luego, proceder a un proceso de aprendizaje, de modificación de hábitos en todos los planos que antes hemos citado cognitivos, atencionales, emocionales conductuales. Los pacientes lo entienden, pero primero prefieren que se haga todo lo conocido, como los fármacos, o incluso acupuntura, que lo que no es. No dan el visto bueno a una propuesta que es extraña, de la que no tienen noticia.
—¿Cuál es la explicación correcta del dolor crónico?
—La explicación correcta es que aquello que genera el dolor es un dolor crónico y eso puede ser una patología crónica, un cáncer, una inflamación o parte del sistema inmune, o un sometimiento de tejidos a una situación de estrés continuada. En otros casos no se trata de una patología, sino al proceso de atribución, que es erróneo y no se hace nada por corregirlo. Aparecen círculos viciosos, profecías autocumplidas. Pero si nosotros trabajamos el error de atribución, creamos condiciones que minimicen la probabilidad de que duela, aunque en realidad no hay nada que duela.