Nuria Riesco, neuróloga y paciente de migraña: «La gente se equivoca pensando que lo suyo no es migraña porque se soluciona con un ibuprofeno»

ENFERMEDADES

La especialista del HUCA no obtuvo su diagnóstico hasta años después de empezar a ejercer como facultativa
18 jul 2025 . Actualizado a las 05:00 h.La doctora Nuria Pilar Riesco es médica y paciente. En concreto, se dedica a tratar lo que padece: migraña. Y, lejos de lo que se pueda pensar, no se hizo neuróloga y se especializó en cefaleas para encontrar la cura o causa de su enfermedad: «Es algo que siempre me preguntan, que si hice la especialidad por mi diagnóstico, pero yo me enteré de que la tenía cuando ya trabajaba», reconoce la experta del Hospital Universitario Central de Asturias (HUCA), que añade: «Si yo tardé en darme cuenta, siendo especialista, imagínate la población en general. El diagnóstico es tardío en muchas ocasiones», lamenta.
La migraña se trata de una enfermedad neurológica que se caracteriza por dolor de cabeza, con una intensidad que oscila entre moderada e intensa, y que se puede acompañar de síntomas como náuseas, vómitos, sensibilidad a la luz, al sonido y dificultad para concentrarse.
El caso de Riesco fue creciendo en dolor con el paso de los años. Al principio, era algo leve que padecía de vez en cuando. Con un ibuprofeno se solucionaba. Esto retrasó la detección: «A veces, la gente se equivoca pensando que lo suyo no es migraña porque se soluciona con un ibuprofeno. Las crisis pueden tener diferentes intensidades. Con las que son leves-moderadas, puede funcionar un antiinflamatorio como este», apunta. Además, salvo algunos pacientes, es habitual que cuando la patología se inicia no se asocie con otros síntomas, «sino que solo sea el dolor de cabeza y responda a la medicación».
Así, de joven nunca se había planteado llevar su molestia al médico de cabecera. No es la única paciente que actúa igual. Riesco lo sabe por experiencia. Sin embargo, insiste en que no consultar aumenta el riesgo de cronificación. «Retrasar el diagnóstico implica dar tiempo a la enfermedad de que progrese, sobre todo, porque no la estamos tratando correctamente». Es más, según la Sociedad Española de Neurología, el elevado número de pacientes que obtienen un diagnóstico ni un abordaje para su enfermedad, unido al alto número de personas que se automedican con analgésicos sin receta, son los principales factores que hacen que, cada año, en muchos pacientes la migraña se cronifique.
La especialista observa que mucha gente ha normalizado tener dolor de cabeza. De hecho, es un motivo que muchas veces no dispara las alarmas. «Hay un componente familiar y algunas mujeres, que lo han visto en su madre, su abuela o su hermana, asumen que les moleste con la regla o que les moleste cuando están nerviosas, y no debería ser así», señala.
Cuando la enfermedad empeoró
Ya ejerciendo como neuróloga, la doctora Riesco se dio cuenta de que, desde hacía un tiempo, tomaba más ibuprofenos de la cuenta, pero el dolor ya no se solucionaba como antes. Empezó a ver similitudes con lo que se encontraba en la consulta, por lo que pidió una segunda opinión a sus compañeros. Efectivamente, la culpable era la migraña.
Riesco, que es madre de tres niñas, observó cómo el segundo embarazo empeoró sus síntomas. «Pasé de tener unos poquitos días de dolor de cabeza al mes y de controlarlo bien, a tener entre diez y doce días de migrañas», señala. Detrás pudo estar el estrés de la situación, la falta de sueño o que, como daba lactancia materna, estaba limitada en cuanto a los tratamientos que podía recibir. Se mantuvo con idas y venidas desde el 2017 hasta el 2023; tomaba triptanes en el momento de la crisis, y tratamiento preventivo. «Los antiinflamatorios y triptanes se prescriben para el dolor agudo, pero si el paciente presenta muchos días de molestia al mes, se prescriben un tratamiento crónico para adelantarnos o bien al dolor, o bien para que se reduzca la intensidad», explica la especialista.
Con todo, hace dos años, no pudo más, y fue admitida como paciente para recibir anticuerpos monoclonales. Supusieron un antes y un después. «Son fármacos muy novedosos, que funcionan muy bien y apenas dan efectos secundarios a diferencia de las pastillas que tenemos de toda la vida», puntualiza. Se sabe que en las personas con migraña hay un aumento —en episodios agudos e, incluso, entre crisis— del péptido regulador del gen de la calcitonina, una proteína de la sangre cuyas siglas son CGRP.
Estos nuevos fármacos actúan sobre esta proteína, intentando bloquearla. Los anticuerpos monoclonales se podrían administrar en cualquier paciente con migraña, pero se financia solo en las personas que tienen al menos ocho días de migraña al mes.
En la actualidad, la doctora Riesco divulga acerca de su doble condición en redes sociales, pero hubo un tiempo en el que prefería mantenerlo oculto. «Solo lo sabía mi entorno más cercano, jamás falté al trabajo por la migraña, aunque estuviese fatal y me arrastrase hasta allí», recuerda. Como facultativa, no está orgullosa de ello. «Jamás me dijeron algo, pero claro, si estaba con migraña doce días al mes, pensaba: “¿Cómo voy a faltar todo eso?”», añade. Así que, se tomaba un medicamento, y se iba a trabajar. Le costaba más concentrarse, tardaba más en hacer las cosas e, incluso, en alguna ocasión, tuvo que parar la consulta por las náuseas que tenía. «Los médicos somos de faltar poco porque hay una gran sensación de responsabilidad con lo que hacemos. Cómo iba a dejar la consulta si tenía un paciente, precisamente, que llevaba seis meses esperando una revisión».
Pese al mayor conocimiento que hay de la enfermedad, considera que, todavía, falta comprensión a nivel social. «Mucha gente que no puede ir a trabajar por la migraña prefiere inventarse una excusa que decir que le está doliendo la cabeza. Parece que se acepta mucho más un virus que una crisis de migraña», lamenta. Muchos siguen teniendo en mente esa jaqueca con la que, antiguamente, se describía a la migraña. Una molestia frecuente, habitual, que quien más y quien menos puede sufrir alguna vez. Sin embargo, la migraña es mucho más.
«Existen diferentes tipos de crisis. Hay gente que vomita, que se tiene que meter en cama y no tolera nada, y hay otros con una menor intensidad, pero a los que igualmente se les dificulta el hecho de concentrarse, o que tienen la cabeza como un bombo», detalla la médica. También hay mucha confusión con lo que implica la patología. No solo es un obstáculo el día de la crisis, sino también las jornadas previas y posteriores. «Hay un día que sentimos que nos morimos y otro que, más o menos, vamos tirando», ejemplifica.
Mejor profesional

Ser médica no le salvó de asustarse cuando tuvo, por primera vez, aura visual. Se trata de un conjunto de síntomas neurológicos que preceden o acompañan al dolor de cabeza, si es visual, puede manifestarse con destellos de luz, líneas onduladas o pérdida de visión parcial. «Cuando nunca la has tenido y la sientes, piensas: “A ver si va a ser otra cosa”». Ser facultativa le da mucha formación, pero también información. Y, para uno mismo, saber tanto puede jugar una mala pasada: «Pensé incluso en que podría estar teniendo un ictus. Creo que los médicos, cuando tenemos signos o una enfermedad, podemos saber que por probabilidad no será algo tan grave, pero acabas estando sesgando porque también ves los casos más raros e improbables», explica.
Pese a todo lo negativo que supone ser paciente de migraña, sufrirla también le ha hecho ser mejor neuróloga. «Cuando mejor creo que he conectado con los pacientes y más capaz he sido de entender cómo se sentían, fue cuando tuve la migraña más grave», apunta. Nunca dudó de lo que le contaba la persona que se sentaba al otro lado de la mesa; sin embargo, cuando sus crisis eran leves y menos frecuentes, tenía que hacer un acto de fe para imaginarse cómo era padecerlas todos los días del mes. «Visto con perspectiva, creo que no conectaba tanto con ellos. Ahora bien, pasar de tener tres o cuatro días, a doce, trece o catorce, me ayudó a entenderlos mejor», destaca. Una mala suerte que, al menos en el plano profesional, juega a su favor.