Javier Díaz y su cambio tras Ozempic: «Antes comía hasta encontrarme mal y ahora me llega con medio plato»

ENFERMEDADES

Varias investigaciones estudian los posibles usos que podrían estos medicamentos en diferentes especialidades como cardiología, reumatología, neurología o psiquiatría
01 sep 2025 . Actualizado a las 16:07 h.Javier Díaz pasó por todo tipo de dietas antes de conseguir una pérdida de peso eficaz. Empezó a ganarlo en su adolescencia, con el estirón. Antes, cuenta, «era muy, muy delgadito». Este sevillano de 47 años lo achaca, por un lado, al metabolismo heredado de su familia materna, y por otro, a unos hábitos alimenticios mejorables. «En mi casa, como sucedía en muchas otras, se nos daba de comer lo que nos daba la gana, no se insistía en añadir frutas y verduras. Además, yo tenía mucho apetito, no tenía problemas para tomarme dos platos de pasta», reconoce.
El comer se le fue de las manos y empezó a asociarlo a su estado emocional y anímico. «Si estaba muy alegre, tenía ganas de comer. Si estaba triste, también. Si quería celebrar algo, comía». Compensaba los altibajos a través de los alimentos.
Su primera dieta la hizo con 16 años. A partir de entonces, se montó en una montaña rusa de régimenes alimenticios, pérdidas de peso y ganancias. Recuerda la última vez que lo intentó sin éxito con una dieta basada, casi en exclusiva, en proteínas. «Bajé mucho de peso, pero lo que siempre me ocurría era que no cambiaba de hábitos. Me encerraba seis meses en casa, lo perdía, y volvía a salir pensando que ya podía volver a comer», lamenta.
En el 2022, cuando pesaba unos 114 kilogramos y la diabetes llamaba a su puerta, le prescribieron semaglutida, el principio activo del conocido medicamento Ozempic y Wegovy. Para él fue un antes y un después. Tuvo que acostumbrarse, eso sí, a seguir una dieta saludable con las cantidades correctas para su caso y a incorporar el ejercicio en su rutina.
El fármaco lo costeaba de su bolsillo. «Una vez al mes tenía que pagar, religiosamente, mi pluma de Ozempic. Costaba unos 130 euros». Así, durante un año y medio. Díaz reconoce que es un precio elevado y no apto para todos los bolsillos, aunque, teniendo lo que consiguió, ahora le parece barato. «También es cierto que, al final, durante este tiempo gastaba menos dinero en comida, en helados o en salir por ahí a tomarme una copa, y lo veía como una inversión», comenta.
Entre los efectos secundarios más frecuentes de este fármaco se encuentran las molestias estomacales, diarrea, vómitos o náuseas. Por suerte, Javier reconoce que, a excepción de la primera semana, cuando sintió algo de malestar intestinal, no le sentó nada mal.
La semaglutida actúa como un regulador del apetito y del hambre. Los pacientes que lo reciben perciben una menor sensación de ansiedad por la comida y se sacian con mayor rapidez. «A las dos semanas ya lo notaba. Ya de adulto, yo siempre había comido muy sano. El problema eran las cantidades. Por ejemplo, en lugar de ponerme un plato normal de lentejas, me lo llenaba hasta arriba, hasta los bordes, hasta el punto de encontrarme mal», señala.
A raíz de Ozempic, empezó a reducirlo. «Me servía la mitad del plato y me decía: “Si quieres repetir, puedes”. Pero ya no lo hacía», añade. Poco a poco empezó a darse cuenta de que, aún reduciendo las ingestas, se quedaba saciado. Cada vez estaba más motivado. Sentía que ganaba fuerza con el deporte y que la relación con la comida había mejorado. «En tres años soy una persona opuesta en todos los niveles a lo que era antes», celebra.
Cómo funcionan estos medicamentos
La obesidad vive una época dorada en lo que a tratamiento se refiere. Nunca en la historia se había contado con medicamentos tan efectivos a la par que seguros. Durante las décadas de 1950 y 1960, la solución farmacológica de esta enfermedad multifactorial se centró en el uso de fármacos que actuaban sobre el sistema nervioso central de forma que suprimían el apetito. Sin embargo, se producían a partir de anfetaminas y derivados y, debido al riesgo potencial de abuso y de la aparición de efectos secundarios cardiovasculares, se retiraron.
«A partir de los años setenta y ochenta, se impulsó el desarrollo de otros nuevos, como la fenfluramina, pero los efectos adversos cardiovasculares y pulmonares asociados motivaron también su retirada del mercado», explica el Consejo General de Colegios Farmacéuticos de España. Después aparecieron los inhibidores de la lipasa —una enzima que juega un papel fundamental en la digestión de las grasas—, como el orlistat. El problema es que podían derivar en efectos adversos importantes de origen digestivo y reducir la asimilación de ciertos nutrientes.
La última década ha sido clave para el avance. A medida que se han ido conociendo los mecanismos hormonales que regulan el apetito y el metabolismo, también han ido apareciendo fármacos que actúan sobre estos sistemas. Es el caso de los agonistas del receptor GLP-1, dentro de los cuales se encuentra la liraglutida, que actúa sobre el páncreas, estimula la secreción de insulina e inhibe la liberación de glucagón, por lo que disminuye los niveles de azúcar en la sangre; así como la semaglutida, con un perfil de mayor eficacia.
Se ha sumado también, con el nombre comercial de Mounjaro, la tirzepatida, un fármaco que es agonista dual de GLP-1 y de GIP. Andreea Ciudin, vocal y tesorera de la Sociedad Española para el estudio de la Obesidad (Seedo) y coordinadora de la Unidad de Tratamiento de la Obesidad del Servicio de Endocrinología y Nutrición del Hospital Universitario Vall d' Hebrón, en Barcelona, detalla cómo funcionan estos péptidos sintéticos. «Cuando una persona sana cuyo cuerpo funciona bien realiza una ingesta, las células del tubo digestivo empiezan a sintetizar una serie de hormonas como una forma de reacción». En la primera parte del intestino, la del duodeno, se sintetiza el GIP, «que informa al cerebro de que la comida ha llegado», indica. Esto conlleva una sensación de saciedad y hace que se ponga en marcha el procesamiento de los alimentos a nivel del metabolismo.
A medida que la comida sigue avanzando y entra en contacto con la parte distal del intestino delgado, se sintetiza el GLP-1. «También es un péptido, una pequeña proteína, que aporta saciedad, estimula la insulina en el páncreas y regula el metabolismo», añade la experta.
Se suma a este castillo de naipes el páncreas, que no solo sintetiza insulina o glucagón, que son las hormonas más conocidas, sino también otras como la amilina, «la cual regula el apetito, estimula la tasa metabólico basal y regula el metabolismo», cuenta.
Los medicamentos que ya se prescriben o que están en fase de estudio hacen de análogos de estos péptidos. Son, por así decirlo, una copia del natural. «Tienen la misma función que las proteínas que sintetiza un cuerpo sano, y que en obesidad no se producen o no actúan bien», indica la experta de la Seedo. Por esta razón, una amplia mayoría de los pacientes responden bien a sus efectos.
En la actualidad, distintos estudios prueban las combinaciones entre todos ellos. Por ejemplo, un triple agonista que combine GLP-1 con GIP y Glucagón; GLP-1 con Glucagón o GLP-1 con GIP y amilina. «Se están mezclando de diferentes formas y este va a ser el futuro casi inmediato», responde la endocrinóloga.
De la artritis al cerebro y el efecto de la obesidad: ¿qué fue antes: el huevo o la gallina?
Un futuro casi inmediato que se extrapola, también, a otras ramas de la medicina y patologías. Son varios los estudios que comprobaron cómo los nuevos medicamentos contra la obesidad pueden cambiar el paradigma de muchas enfermedades.
Un estudio que se presentó en el Congreso Europeo de Obesidad concluyó que el semaglutida puede reducir a la mitad el riesgo de infarto y accidente cerebrovascular en pacientes con sobrepeso, incluso, antes de que pierdan grasa de forma drástica. El doctor Luis Rodríguez Padial, presidente de la Sociedad Española de Cardiología, valora de manera muy positiva su irrupción en su especialidad. «En los estudios que se han hecho se ha demostrado que reducen la mortalidad cardiovascular, especialmente, por cardiopatía isquémica, por infarto de miocardio, y en menor medida por ictus o insuficiencia cardíaca», expone el cardiólogo.
Para la salud cardiovascular resultan muy útiles, sobre todo, en un tipo de paciente que combina obesidad, diabetes y mal de las arterias y del corazón.
Hígado graso
Otras investigaciones observaron beneficios en la prevención del cáncer colorrectal, efectos positivos sobre el deterioro e insuficiencia renal en personas con y sin diabetes, así como en el tratamiento del hígado graso. «Hay ensayos clínicos en los que se ha visto que el tratamiento con estos fármacos detiene o mejora las alteraciones importantes asociadas al hígado graso, como la fibrosis», destacaba Marta Casado, hematología y presidenta de la Sociedad Española del Aparato Digestivo, en este reportaje, en el que reconocía sentirse esperanzada por los posibles efectos que están por llegar.
Demencias y párkinson
La lista continúa con otros sistemas del organismo, como el nervioso central. Se está investigando de qué maneros estos fármacos pueden actuar sobre la neurodenegeración.
Javier Camiña, vicepresidente de la Sociedad Española de Neurología, pide cautela. Por el momento, tienen un curso prometedor a nivel teórico, que todavía no se traduce a la práctica. ¿En qué sentido beneficiarían al cerebro?
A través de la mejora que provocan en la resistencia a la insulina, «podrían protegernos de la neuroinflamación, del estrés oxidativo —mediante la mejora de la función de las mitocondrias— y de la acumulación de una serie de proteínas que participan en estas enfermedades», aclara el experto. En el caso del alzhéimer, la beta-amiloide y la fosforilación de la proteína TAU, y en el del parkinson, de la alfa-sinucleína.
«Son procesos en los que la teoría es muy coherente. De hecho, se están realizando varios ensayos», añade el especialista. Con todo, todavía es necesario hablar de un futuro hipotético. «Podrían ser neuroprotectores y, en cierto modo, retrasar el acúmulo de proteínas que se asocia con consecuencias cognitivas en ambas enfermedades», aclara Camiña.
Donde sí hay una mayor evidencia es en la cefalea por hipertensión intracraneal idiopática, una patología muy vinculada al sobrepeso, a la obesidad y al síndrome metabólico. «Había una hipótesis que decía que podía ayudar por la bajada de peso que provocan, pero se está viendo que también contribuyen por sí solos gracias a la reducción de la producción de líquido cefalorraquídeo», explica.
En suma, y de forma indirecta, pueden mejorar el dolor de muchas pacientes con migraña crónica o episódica vinculada a los estrógenos, «porque el sobrepeso aumenta la expresión de estas hormonas que complican un poco el dolor», indica el neurólogo. Así, a la espera de que la literatura científica sea más robusta, este grupo de medicamentos es prometedor y, de confirmarse, podría formar parte del esquema de las enfermedades neurodegenerativas.
Adicciones
El efecto también se extendió al área de la psiquiatría, en concreto, en el terreno de las adicciones al alcohol o en el de los trastornos de la conducta alimentaria, como los atracones. Se sospecha que, al actuar sobre la vía de recompensa del cerebro, tendrían potencial para frenar las conductas impulsivas.
Por ejemplo, según un nuevo estudio del Centro de Investigación de Complicaciones de la Diabetes, del University College de Dublín, Irlanda, redujeron el consumo promedio de alcohol semanal entre los participantes. En concreto, pasaron de 11,3 unidades a la semana a 4,3, después de un tratamiento de cuatro meses. Otra investigación, publicada en JAMA Psychiatry, encontró una menor hospitalización por alcoholismo en pacientes que tenían trastorno por consumo de alcohol y obesidad-diabetes tipo 2 comórbidas.
Fertilidad o reumatología
El campo de la fertilidad, de la reumatología o del sueño también se ponen a la cola. En mujeres con síndrome de ovario poliquístico, la reducción de la resistencia a la insulina con estos medicamentos llevó a embarazos indeseados, incluso en casos de infertilidad prolongada.
Por otra parte, estudios apuntaron a que, con la reducción del peso, el dolor asociado a la osteoartritis de rodilla disminuye o desaparece y la apnea del sueño mejora.
Las razones que podrían explicarlo
Conclusiones que, para Ciudin, confirman lo que los expertos en endocrinología llevan repitiendo durante muchos años. «La obesidad es la causa, la base, de muchas de estas enfermedades. El hígado graso, por ejemplo, comienza con un tejido adiposo disfuncional, y si lo dejas evolucionar, se vuelve autónomo y hace cirrosis», describe.
La experta del hospital catalán destaca varios mecanismos implicados en el poder de estos nuevos fármacos. Por un lado, reducen la resistencia a la insulina, el estado de prediabetes o la grasa visceral, que favorecen una inflamación crónica de bajo grado. Inflamación que, a su vez, se observa tanto en enfermedades cardiovasculares como autoinmunes o reumatológicas.
Por otro, las hormonas de GLP-1 tienen receptores en todos los órganos, desde el cerebro hasta el riñón. «Este planteamiento nos lleva a saber que ese paciente ha desarrolla obesidad por un déficit de estos péptidos, y que, al tener una carencia, el resto de órganos que tenían receptores y que los necesitaban, también se han visto afectados», comenta.
Por ejemplo, las neuronas, que han sido descritas como las células más mimadas de todo el organismo, tienen un receptor de insulina que la nutre, «y justo al lado, uno de GLP-1, el cual también es importante en la neuroprotección», explica la endocrinóloga e investigadora. Así, en caso de que este faltase, «es posible que las neuronas no pudiesen defenderse y acabasen muriendo», señala.
Lo mismo sucede en el circuito de recompensa, donde intervienen hormonas como el GLP-1 o la amilina, y que se encuentra afectado en el caso del trastorno por atracón. «Saber todo esto nos lleva a preguntarnos: “¿Hasta qué punto todos estos trastornos por atracón son mentales o, simplemente, se deben a que han faltado los péptidos que tenían que dar la señal de parar de comer al cerebro?”», plantea la doctora.
En el 2023, la revista Science seleccionó a los análogos del GLP-1 como el avance científico del año, no solo por su efecto en diabetes y obesidad, sino por la reducción de accidentes cerebrovasculares y el campo de estudio abierto en condiciones tan diferentes como el párkinson, el alzhéimer y las adicciones. En pleno 2025, muchos comparan su llegada —y lo que está por venir— con la de la aspirina o de los antibióticos.