Diabetes e inflamación: ¿qué viene primero, el huevo o la gallina?

ENFERMEDADES

Imagen de archivo de un control de glucemia.
Imagen de archivo de un control de glucemia. PACO RODRÍGUEZ

Cada vez se conoce con mayor profundidad de qué forma esta enfermedad es un factor de riesgo para otras y debilita, en caso de no estar controlado, el sistema inmunológico

14 nov 2025 . Actualizado a las 05:00 h.

Según el último informe de Carga Global de Enfermedades, publicado en la prestigiosa revista The Lancet, la diabetes es una de las amenazas que más rápido crece para la salud humana. Su prevalencia en España ha alcanzado el 14,8 %. Afecta a uno de cada siete adultos y es el segundo país en Europa con cifras más altas. Números elevados que justifican un alto gasto sanitario. Según la Sociedad Española de Diabetes (SED), ha alcanzado los 15.500 millones de dólares, o lo que es lo mismo, 13.419 millones de euros, uno de los que más invierte. Y lo que es peor de todo esto es que se estima que algo más de un 30 % de los pacientes no lo saben. 

Una situación preocupante si se pone el foco en todas las comorbilidades existentes. La diabetes va mucho más allá del control del azúcar. Por definición, esta enfermedad «supone tener una glucemia elevada en sangre», responde el doctor Antonio Pérez, presidente de la SED y médico especialista en Endocrinología y Nutrición. Existen muchas clasificaciones, aunque las más habituales son la tipo 1 y la tipo 2. Son descritas como idiopáticas o lo que es lo mismo, de causa desconocida, aunque cada vez se pone un mayor cerco a sus orígenes. «A la diabetes tipo 1 la llamamos autoinmune, porque es el propio organismo es que destruye o lesiona las células del páncreas que producen la insulina; precisamente por ello, son personas que van a necesitar esta hormona de por vida», señala el endocrinólogo. Se sabe que hay una predisposición genética y representa a entre el 5 y el 10 % de los casos a nivel mundial. 

Ahora bien, el trozo grande del pastel se lo lleva la tipo 2, profundamente relacionada con el estilo de vida, aunque de nuevo, existe cierta predisposición natural. Representa al 90 % de las diabetes. «Aparece o se diagnostica a edades más tardías, aunque cada vez en más jóvenes, porque está muy relacionada con la obesidad o la adiposidad», señala el presidente de la SED. Este último término, “la adiposidad”, resulta clave. Existen muchos tipos de obesidades, sin embargo, para que esta enfermedad se relacione con la diabetes exige, también, un exceso de grasa, especialmente, de la visceral. 

«Tenemos muchas otras», puntualiza el especialista, que apunta a síndromes genéticos, el consumo de algunos medicamentos o una lesión en el páncreas, «como la cirugía o un cáncer en este órgano», ejemplifica. El nexo común y lo que lleva al diagnóstico, añade el experto, «es la glucemia elevada aunque, como es lógico, con todos estos orígenes el tratamiento difiera de una a otra». 

La inflamación: una de las chispas que inicia el problema

Un origen, hasta ahora desconocido a nivel popular, es el sistema inmunológico y la relación que guarda con la diabetes. En esta patología, en palabras de Luis Franco, profesor de los Estudios de Ciencias de la Salud de la UOC, puede haber un círculo vicioso entre uno y otro. «Cuando la diabetes se ha instaurado, el sistema inmunológico se ve afectado porque la hiperglucemia provoca una inflamación crónica y esto hace que se sobreactive este sistema causando daños en los órganos. Donde más perjudicial resulta es en los vasos sanguíneos y en el riñón», expone Franco. 

En este proceso, los leucocitos también se vuelven menos competentes para detectar patógenos, disminuye la fagocitosis de macrófagos y neutrófilos, «es decir, que hace que no se engullan bien las bacterias», y provoca estrés oxidativo que daña las células defensivas. En este sentido, la inflamación crónica y la hiperglucemia consiguen desorganizar el sistema inmune: «Las células defensivas están constantemente activadas, pero responden peor ante infecciones o lesiones. Es un sistema inmunitario exhausto: inflamado, pero ineficaz», detalla la doctora Cristina Tejera, miembro del Área de Diabetes de la Sociedad Española de Endocrinología y Nutrición (SEEN) y endocrinóloga en el Complexo Hospitalario Universitario de Ferrol (Chuf). De ahí, que estos pacientes sean más vulnerables «a infecciones cutáneas, respiratorias o urinarias, y su cicatrización sea más lenta». 

La clave reside en la inflamación, el sistema de alarma del cuerpo. Un sistema tan agresivo como efectivo, que si se mantiene a la larga, puede conducir a mayores problemas, y que está tanto en la causa como en la consecuencia de esta enfermedad. «La inflamación crónica de bajo grado juega un papel fundamental en el desarrollo de la resistencia a la insulina», reconoce el profesor. Se trata de una microinflamación, «difícil de detectar», que es capaz de dañar órganos y tejidos a largo plazo. 

Es más, en palabras de la doctora Tejera, es uno de los «principales motores silenciosos» de la diabetes tipo 2. «No produce fiebre ni dolor, pero mantiene al organismo en un estado continuo de alerta inmunológica, lo que altera la acción de la insulina y favorece el deterioro metabólico», expone. 

No es cosa de un día para otro. Todo lo contrario. La inflamación silenciosa aparece años antes del diagnóstico de diabetes tipo 2: «Grandes estudios poblacionales han demostrado que las personas con niveles elevados de marcadores inflamatorios, incluso con glucosa y colesterol normales, tienen un riesgo significativamente mayor de desarrollar diabetes tipo 2 en el futuro». Además, si el paciente que es susceptible de desarrollar diabetes convive con obesidad y tiene grasa visceral, el problema se retroalimenta. Las células adiposas ya no cumplen con su función y producen citoquinas proinflamatorias que interfieren con la acción de la insulina. «Cuando la grasa visceral se expande fuera del tejido adiposo a otros órganos como hígado, corazón o músculos—algo muy habitual en la obesidad abdominal— libera moléculas inflamatorias como la interleucina-6 o la proteína C reactiva, que interfieren con la señal de la insulina, dañan las células beta del páncreas y promueven resistencia a la insulina», explica la doctora Tejera. Como consecuencia, el daño se extiende a las arterias, riñones, retina y corazón. El presidente de la SED destaca la importancia de ponerle punto final. De lo contrario, todos estos problemas se incrementarán. 

Esta inflamación contribuye a la hora de desarrollar problemas a la par. Por un lado, se encuentran las enfermedades asociadas a la diabetes y, en su mayoría, a la obesidad, como es el caso de la dislipemia diabética o aterogénica, y después, todas aquellas patologías en las que una hiperglucemia actúa como un factor de riesgo. «Todo tipo de alteraciones cardiovasculares, tanto a nivel del corazón como el ictus, enfermedades vasculares periféricas o enfermedades renales crónicas», apunta el doctor Pérez. Incluso, en la hipertensión o en la dislipemia se observa una situación común de mucha resistencia a la insulina. 

Para Tejera, con el conocimiento que manejan en las consultas endocrinas de hoy en día, el reto en la actualidad no solo debe centrarse en el control de la glucosa, «sino también en el de la inflamación metabólica para reducir complicaciones y el riesgo cardiovascular», destaca la especialista gallega que habla de la inflamación como «la chispa metabólica». 

Una chispa que se prende por un exceso calórico, sedentarismo o el envejecimiento, genera resistencia y, con el tiempo, precipita la patología. Eso sí, suelta ascuas que permiten una oportunidad de intervención antes de que aparezca la hiperglucemia. 

Patrón alimenticio mediterráneo, ejercicio y medicamentos revolucionarios

Las soluciones a esta situación pasan tanto por cambios en el estilo de vida, como la pauta de medicamentos. En el primer caso, seguir el patrón mediterráneo clásico, «que no lleve muchos alimentos procesados ni azúcares refinados contribuye a reducir el estado crónico inflamatorio», apunta el doctor Pérez. Además, el ejercicio físico utiliza células musculares «capaces de consumir glucosa sin necesidad de insulina», precisa Franco que añade: «Por eso, cuando se hace deporte, se pueden reducir los niveles de glucemia sin necesitar insulina, lo cual resulta muy útil».

Para el experto, es necesario reconocer el esfuerzo que hacen los pacientes, especialmente, aquellos diagnosticados a edades avanzadas. «En algunos de ellos, la glucemia es difícil de controlar porque es difícil que la gente mayor, habiendo comido como le ha dado la gana toda su vida, ahora tenga la necesidad de controlar sus niveles de azúcar», reconoce. 

Ahora bien, el verdadero cambio de paradigma en el control de la diabetes y sus consecuencias llegó de la mano de dos familias de fármacos: las gliflozinas, inhibidores del cotransportador de sodio-glucosa tipo 2, y de los agonistas del receptor del péptido similar al glucagón tipo 1. Los primeros, que consisten en pastillas que eliminan el azúcar por la orina, «reducen los niveles de glucosa y, con ello, tienen un efecto cardioprotectores y nefroprotector, porque los niveles altos de glucosa tienden a dañar estos órganos», apunta Franco. Algo importante, especialmente, si se tiene en cuenta que son las principales causas de fallecimiento en pacientes diabéticos. 

Por su parte, los segundos imitan la acción de una hormona intestinal y reducen el apetito. Con ellos, se mejora la glucemia y el paciente reduce su peso. Efectos positivos para la diabetes que permiten entender como el cuerpo es un organismo que funciona de manera conjunta y no sistema por sistema. Si se mejora uno el resto le acompañan. «Los nuevos fármacos como semaglutida o tirzepatida han cambiado la forma en que entendemos el tratamiento de la diabetes. No solo reducen la glucosa: atacan el origen  de la inflamación, disminuyendo la grasa visceral, que es uno de los principales focos inflamatorios del organismo», dice Tejera. 

Al mejorar el peso, la glucosa, la presión arterial y el perfil lipídico, también disminuyen las señales inflamatorias y el daño vascular. «No actúan como antiinflamatorios clásicos, pero apagan la fuente del fuego metabólico. Algo similar ocurre con los inhibidores de SGLT2, que también mejoran el entorno inmunometabólico», añade la especialista. 

Por todo esto, en el campo ya se habla de fármacos con efecto antiinflamatorio metabólico, «porque ayudan a frenar la progresión de la diabetes y a reducir el riesgo cardiovascular más allá del azúcar», concluye. Visto de otro modo, regular la inflamación y controlar la glucosa es sinónimo de fortalecer las defensas. 

Lucía Cancela
Lucía Cancela
Lucía Cancela

Graduada en Periodismo y CAV. Me especialicé en nuevos formatos en el MPXA. Antes, pasé por Sociedad y después, por la delegación de A Coruña de La Voz de Galicia. Ahora, como redactora en La Voz de la Salud, es momento de contar y seguir aprendiendo sobre ciencia y salud.

Graduada en Periodismo y CAV. Me especialicé en nuevos formatos en el MPXA. Antes, pasé por Sociedad y después, por la delegación de A Coruña de La Voz de Galicia. Ahora, como redactora en La Voz de la Salud, es momento de contar y seguir aprendiendo sobre ciencia y salud.