Benjamín Herreros, profesor de Cine y Medicina: «El 99 % de mis alumnos preferiría ser como House antes que como el Doctor en Alaska»

Lois Balado Tomé
LOIS BALADO LA VOZ DE LA SALUD

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Benjamín Herreros es médico internista y profesor en la Complutense.
Benjamín Herreros es médico internista y profesor en la Complutense. La Voz de la Salud

El especialista en Medicina Interna y bioética, coordina en la Universidad Complutense una asignatura en la que los alumnos debaten sobre las conductas de los profesionales a través de películas y series

25 sep 2023 . Actualizado a las 15:42 h.

Benjamín Herreros es médico, especialista en medicina interna. Pero también es filósofo, lo que le ha llevado a trabajar desde años en temas de bioética y humanidades médicas. Además, Benjamín es cinéfilo. Tanto, que hace ya unos cuantos años quiso realizar su tesis doctoral sobre cine y medicina. No encontró a nadie que dirigiese su tesis y se quedó con las ganas, pero se tomó su revancha y a día de hoy coordina la asignatura de Cine y Medicina en la Universidad Complutense de Madrid. Defensor de la parte más humanista de la profesión, opina que el cine no curará a un enfermo, pero sí puede ayudar a crear mejores médicos. «Para aprender a hacer una biopsia no utilizas el cine, lo usas para otras competencias como son las éticas, la comunicación o la relación entre los profesionales. Y ahí el cine sí es tremendísimamente útil», dice. Con él tendemos un puente hacia dos mundos lejanos, pero que se conectan entre sí. 

—Solemos pensar en la Medicina como una práctica muy ligada a la ciencia, pero lo cierto es que está completamente llena de juicios de valor.

—Totalmente, escapando un poco del cine, yo siempre les digo a los alumnos que ser un buen médico es algo muy complejo, porque precisa unir muchas cualidades y disciplinas distintas. Un buen médico no es aquel que sabe poner el mejor antibiótico o el que mejor hace una biopsia, aunque esto haya que saberlo; un buen médico es el que sabe comunicar, trabajar en equipo, tomar decisiones en momentos de incertidumbre y el que sabe tener en cuenta los aspectos profesionales, legales y económicos. Ser un buen médico es muy complejo porque hay que armonizar muchas cosas. Pregunto mucho en clase en base a qué juzgan si el médico que les ha atendido es un bueno o malo. ¿Se basan en su dominio de la patología? El juicio que el paciente hace sobre el médico tiene que ver con otras competencias como la comunicación, la empatía, la cercanía o la toma de decisiones compartida. Una serie de cuestiones que muchas veces a los estudiantes o a los médicos no les interesan, que parecen estar en un segundo lugar, pero que son fundamentales. Y aquí el cine tiene mucho que enseñarnos. Ojo, con ejemplos y con contraejemplos. Porque vemos médicos que son un desastre en este campo. Ahí está el famoso ejemplo del doctor House.

—Claro, pero a caballo de esto cabe preguntarse si preferimos un médico majo o uno desagradable que sea un prodigio.

—Hay un médico al que yo admiro mucho, que fue número uno en el MIR en su momento, Eloy Pacho, que reflexiona sobre esto. Cuando a él se le pregunta si preferiría morir con alguien de la mano o vivir con alguien que le trate mal siempre responde que no hay por qué elegir, que es un falso dilema. Al paciente hay que tratarlo técnicamente, pero también humanamente. El médico que no tiene en cuenta la parte sentimental, los afectos y al paciente en su conjunto, no es un buen médico porque no le importa el ser humano que tiene delante. Es posible que hagas muy bien la cirugía, pero es que al paciente no le atiendes en un instante, sino que lo haces a lo largo del tiempo. Ese paciente va a requerir unas revisiones, unas visitas, ponerte de acuerdo con los especialistas. La virtud que yo más destaco a los estudiantes es la responsabilidad, el echarse a la espalda al enfermo. Atenderle de forma óptima cuando le veo, pero además saber que va a haber una continuidad, que habrá que estar pendiente de lo que va a necesitar en su seguimiento. 

—¿Entonces House es un mal médico?

—(Ríe). Es un buen técnico, un buen clínico, pero no sería un buen médico en su conjunto. Del mismo modo, un médico que te pase la mano por la espalda, pero que no se sabe las patologías, tampoco es buen profesional. Ser un buen médico indica reunir muchas cualidades, que incluyen la parte técnica y la parte humana. 

—Deme un ejemplo de una buena película y una mala película sobre medicina. 

—Lo que hay que decir es que hay obras maestras del cine que, aunque traten sobre la medicina, no tienen interés para el mundo médico porque no aportan nada y la medicina es una excusa. Sin embargo, hay películas o series malísimas que son fenomenales para trabajar algún tipo de aspecto de la medicina. Con este presupuesto, hay una película que intento que siempre vean mis alumnos que se llama Las confesiones del doctor Sachs, basada en el libro de un médico francés de origen argelino (La Maladie de Sachs). Es una cinta de los noventa sobre un médico rural que se preocupa tanto por sus pacientes que termina enfermando, sufriendo con ellos. Es una película en la que la relación médico-paciente tiene un papel protagonista. Son casos muy reales, muy diversos, de rechazo a tratamientos complicadísimos, casos en los que los padres tienen mala relación con los hijos, casos de pacientes en el final de la vida, casos de aborto... Es una película muy interesante. Tengo debilidad por otra película, también desde el punto de vista artístico, pero que ofrece muy bien el punto de vista del enfermo y que es El hombre elefante de David Lynch. Nos sitúa en otra época; nos ayuda a entender cómo, aunque la práctica médica pudiera ser muy rudimentaria hace no tanto tiempo, cambiaba cuando dabas con un buen médico, como es el caso del doctor Treves. Hay un momento en el que ese médico, además del interés científico por el caso que tiene delante, tiene un interés humano. Intenta humanizarle

—Le falta la mala.

—Errores en el cine, desde el punto de vista de la medicina, los ha habido siempre. Empezando por el famoso jeringazo de Pulp Fiction. La película es una obra maestra y a mí me encanta Tarantino, pero la barbaridad que hace un neófito cogiendo esa aguja y 'cascándosela' de manera trastorácica, intracardíaca y sin ninguna experiencia previa para salvarle la vida.

Cosas de esas sí se han visto. Por ejemplo, yo soy muy amante  de los western y, en concreto, de John Ford. Ford tendría para hacer una tesis doctoral sobre cómo trata a los enfermos en sus películas. En los western y en las películas de acción hay una cosa que llama mucho la atención, que es la facilidad con la que los personajes se quedan inconscientes y lo rápido que se recuperen. Para que alguien se quede inconsciente tiene que sufrir un traumatismo craneoencefálico tremendo. Sin embargo, vemos en cualquier película de acción, desde Indiana Jones a 007, cómo cuando le pegan un cachiporrazo a alguien ya se queda en el suelo. Desde eso, a lo contrario. En los western se hacían todo tipo de cirugías mayores con el paciente consciente y estando alerta, operaciones totalmente inverosímiles si somos un poco rigurosos desde el punto de vista científico.

—Para el drama romántico, el boca a boca también se ha usado mucho y hoy está desaconsejado.

—Sí. Recuerdo Always, de Steven Spielberg. De esas imágenes de reanimaciones se ha aprovechado mucho el cine porque al final son situaciones dramáticas y personajes llamativos. El cine, desde el punto de vista de la medicina, ha tirado frecuentemente de una serie de situaciones terribles: catástrofes, reanimaciones, urgencias, situaciones de vida o muerte. En La chispa de la vida, de Álex de la Iglesia, José Mota se queda atrapado por una barra de hierro y no se puede mover, porque si lo hace puede morir porque la lesión amenaza su columna vertebral. En cuanto a personajes, posiblemente la especialidad que más se ha retratado en el cine sea la psiquiatría. El cine es casi un manual de esta especialidad, porque la enfermedad mental crea personajes llamativos, diferentes y que son un gran gancho. Personalidades extremas con esquizofrenia, psicosis, psicópatas, trastornos de la personalidad y, por supuesto, trastornos del ánimo con depresiones profundas debido a situaciones dramáticas. También personajes con rasgos de ciclotimia, que se mueven constantemente entre la euforia y la depresión. 

—Pero a veces el cine también ha podido hacer daño, pienso en «Alguien voló sobre el nido del cuco» y todos los clichés que sacamos de esa cinta.

—Hablamos sin duda de una grandísima película, producida por Kirk Douglas, basada en algo que se hacía en los países más avanzados del mundo durante mucho tiempo: lobotomías en las que se les cortaban a algunos enfermos mentales determinados circuitos. Evidentemente, a los síntomas positivos que se derivaban de esta técnica, se sumaba la anedonia, personas sin respuesta, sin apenas vida social. Si recuerdas la película, en realidad el protagonista no es un enfermo mental, sino alguien que se hace pasar por loco porque prefiere ir a un sanatorio mental, a un manicomio como se decía antes, que a la cárcel. Allí se da cuenta de que tratan fatal a la gente y levanta conciencias entre los enfermos mentales, y terminan aplacando esta rebelión practicándole a él esta lobotomía. Las lobotomías supusieron el premio Nobel para Egas Moniz, pero hoy es algo que está en desuso y forma parte de la historia.

—La medicina siempre ha estado presente en el arte, estoy pensando en la famosa lección de anatomía de Rembrandt.

—La película Hannibal tiene una secuencia en la que el psicópata organiza una cena en las que extirpa la carota a uno de sus invitados. Aquí se ve cómo el cine ha ido retomando gran parte de una iconografía pictórica mostrando imágenes terribles. Volviendo a Rembrandt, no hay más que ver los cuerpos humanos que se han visto en muchas películas, degollados, abiertos y en todo tipo de situaciones. En gran medida, se ha tomado la delantera a la pintura. Hay pinturas muy interesantes, estoy pensando en los cuadros sobre la piedra de la locura del Bosco, trepanaciones. De él es también La nave de los locos, reflejo de una época en las que se cogía a los locos y se les metía a todos en una nave para que se alejaran río abajo. O pensemos en los cuadros que tiene Goya de su experiencia en manicomios. Volviendo al cine, hemos visto muchas veces manicomios terribles. Los más jóvenes pueden pensar en Shutter Island, pero en El gabinete del doctor Caligari es terrible cómo se trata a los pacientes.

Detalle de «Extracción de la piedra de la locura», de El Bosco.
Detalle de «Extracción de la piedra de la locura», de El Bosco. La Voz de la Salud

—¿Hasta qué punto nos prepara lo que vemos en el cine para el momento en el que llega la enfermedad?

—Para esta pregunta voy a tirar de una telenovela que fue muy famosa en los años ochenta y que se llamaba Cristal. En un capítulo a una de las protagonistas le diagnostican un cáncer de mamá. Y sirvió para concienciar a muchas mujeres de la importancia del diagnóstico y una guía sobre cómo afrontar el tema. En aquella época, el cáncer era algo muy tabú. No solamente para el cine, también para pacientes e incluso médicos.

El cine ha servido tradicionalmente para desmitificar muchas cosas, aunque también tiene una parte negativa. En mi clase, hay muchos alumnos que trabajan temas como pueden ser la obesidad o la anorexia. Y refieren películas que pueden ser perjudiciales de cara a la idea social, a culpabilizar a personas con estos problemas de salud; y luego hay películas en las que sucede todo lo contrario, que pueden ayudar a no estigmatizar o tratar mejor una enfermedad que puede ser más compleja. Estoy convencido de que hay películas que han ayudado a que los pacientes se sepan acercar mejor al médico, que aprendan a preguntar, porque hasta hace poco los españoles teníamos miedo a preguntar al médico, nos parecía una especie de semidios, y hay películas que ayudan a desmontar todo esto.

—¿Por ejemplo?

—Hay una película producida para televisión por HBO que se llama Wit (En España se tradujo como Amar la Vida), protagonizada por Emma Thompson. A la protagonista le diagnostican un cáncer de ovario y su relación con médicos y enfermeras es algo que hace repensar sobre cómo debemos relacionarnos con la enfermedad y los sanitarios. Y saliéndome del puro diagnóstico y tratamiento médico, en el año 2004 le dieron el óscar a la mejor película extranjera a Mar Adentro y el óscar a la mejor película a Million Dollar Baby. Ambas tratan el mismo tema: la eutanasia o el suicidio asistido. En aquella época, esas dos películas sirvieron para abrir ese debate social y que la gente opinase. Más tarde llegaron películas como Gattaca o Código 46, protagonizada por Tim Robins, que tratan el tema de la manipulación genética. No solamente manipular los genes para el tratamiento de enfermedades, sino para mejorarnos como seres humanos. La famosa eugenesia del siglo XXI. Cualquier ciudadano que haya visto estas películas se habrá planteado si esto de manipular los genes tiene límites o no. 

—¿Y hay temáticas estacionales? Es decir, la psiquiatría o el cáncer pueden ser temáticas atemporales, pero hace un par de años, con la pandemia, las películas sobre contagios surgieron como setas. 

—Claro que hay momentos en la historia donde se tratan unas enfermedades más que otras. En las primeras décadas, durante el cine mudo donde los recursos eran fundamentalmente visuales, evidentemente los médicos y la medicina que se mostraba era muy de cliché, de estereotipos. Salían muchos locos o enfermos muy disparatados. En comedias de Chaplin, por ejemplo, pacientes con gota a los que el protagonista pisaba y salían corriendo. O pacientes mentales durante el expresionismo alemán. Empiezan a aparecer otro tipo de patologías más desarrolladas cuando el cine se hace hablado, cuando a finales de los años 20 se introduce la palabra. Ahí surgen un conjunto de películas que tenían que ver con los trastornos de los sentidos: sobre sordos, personas mudas o personas ciegas. Un ejemplo es Belinda, pero hay otros relativamente recientes como Hijos de un dios menor. Hay gran cantidad de películas que explotan esto. También hay una gran variedad de cintas que tienen que ver con el cáncer. Aunque en las últimas décadas han salido muchas, la enfermedad se empieza a tratar en el cine a partir de los años cincuenta. Hay una película de Bette Davis llamada Amarga Victoria que es magnífica, aunque es algo más antigua. Películas como Elegir un amor, protagonizada por Julia Roberts, en la que se enamora de un paciente que está cuidando o Love Story. Todas estas películas que tienen que ver con el cáncer surgen cuando se empiezan a tratar y a diagnosticar mucho más la enfermedad. Y luego están las patologías neurológicas. Desde un punto de vista clínico, puede ser muy llamativo ver a una persona con párkinson o alteraciones del movimiento. En El Hundimiento se ve a Hitler con esos temblores, porque se decía que tenía párkinson. Y por supuesto el deterioro congnitivo, enfermedades como el alzhéimer, ligadas a que cada vez vivimos más, también lo vemos cada vez más en el cine.

Pero la protagonista en el cine son las enfermedades psiquiátricas, no hay duda. Distintas enfermedades infecciosas también han sido muy recurrentes, algunas de ellas por su vertiente de tabú y otras por su connotación romántica. Y te pongo dos ejemplos: el sida con Philadelphia, una película de los años noventa y donde la enfermedad hacía estragos, y una infección a la que se le dio un halo romántico como fue la tuberculosis. En Moulin Rouge, con Nicole Kidman, o en algunas óperas como La bohème en las que esta enfermedad las dejaba pálidas, delgadas, sin fuerza debido a una astenia que se consideraba romántica. Y otro tipo de enfermedades son las adicciones. El alcoholismo ya merecería un punto aparte, pero Bajo el volcán, de John Huston, es magnífica, como también lo es Leaving Las Vegas y muchas otras. También las drogadicciones han servido muchísimo de inspiración. Aquí la patología dual es muy frecuente, ese combo de enfermedad mental y adicciones. Si tuviera que decir alguna por la que tengo debilidad es por Trainspotting. Una película fenomenal sobre lo que es el mundo de las drogas, de cómo se come la vida de los seres humanos y lo que es el intentar volver a una vida normal y salir de ese mundo.

Luego también hay otro grupo de enfermedades que son las enfermedades raras. Desde El hombre elefante a Máscara, que buscan una fisionomía muy particular sobre la que se arma una trama. Y sin olvidar el género de las enfermedades inventadas. El cine, para inventarse historias, se inventan historias como podemos ver en El curioso caso de Benjamin Button

—Que todos estos productos habituales han servido para educar a la población parece quedar claro viendo el tipo de series de televisión que consumimos por ejemplo. España ha pasado de ver «Médico de Familia» o «Hospital Central» a series mucho más 'técnicas' como «House» o «New Amsterdam».

—Si te digo la verdad, no me suele apetecer ver series de médicos, pero la última que vi y que me gustó mucho es The Knick, que es magnífica. También me han hablado bien de The Good Doctor. Este tipo de series que ya están más elaboradas, y dejando de lado Urgencias que supuso un antes y un después, pero es que incluso en Anatomía de Grey hay secuencias para trabajar temas de ética que son magníficas. Hay una secuencia en la que un paciente no quiere que le explore una médico afroamericana porque tiene una esvástica en el abdomen. Me parece magnífica.

Yo creo que las series están más trabajadas hoy porque hay más interés en la medicina que nunca. A mí me gustaba mucho Doctor en Alaska. Yo que soy manchego, cuando vine a Madrid a estudiar medicina, esa serie me encantó. A los estudiantes en la universidad una vez les puse un capítulo de House y otro de Doctor en Alaska, uno en concreto en el que ya el doctor Fleischman era más cercano con sus pacientes, porque al principio era un neoyorquino más estirado y luego se va humanizando. Después del visionado, les pregunté a qué médico les gustaría parecerse más. El 99 % prefería ser como House. Lo que interesa a los ciudadanos y a los propios estudiantes es más la parte técnica que la humana.

—Pues igual tenemos un problema.

—Ya, eso desde luego.

Lois Balado Tomé
Lois Balado Tomé
Lois Balado Tomé

A Coruña (1988). Redactor multimedia que lleva más de una década haciendo periodismo. Un viaje que empezó en televisión, continuó en la redacción de un periódico y que ahora navega en las aguas abiertas de Internet. Creo en las nuevas narrativas, en que cambian las formas de informarse pero que la necesidad por saber sigue ahí. Conté historias políticas, conté historias deportivas y ahora cuento historias de salud.

A Coruña (1988). Redactor multimedia que lleva más de una década haciendo periodismo. Un viaje que empezó en televisión, continuó en la redacción de un periódico y que ahora navega en las aguas abiertas de Internet. Creo en las nuevas narrativas, en que cambian las formas de informarse pero que la necesidad por saber sigue ahí. Conté historias políticas, conté historias deportivas y ahora cuento historias de salud.