Emilia Aguilera, psicóloga especializada en crianza: «La negociación con nuestros hijos es importantísima, pero debe ser una negociación consciente»
SALUD MENTAL
La profesional de la salud mental pasó de creer que mandar a un niño a la habitación era una buena estrategia a convertirse en una referencia divulgativa sobre la crianza respetuosa
15 may 2023 . Actualizado a las 10:09 h.Emilia Aguilera nos atiende por videollamada, después de negociar una cita con la que solventar la diferencia horaria entre Chile y España. La psicóloga se deja ver en su cámara y la estancia es familiar, se trata de la habitación en la que habitualmente graba sus píldoras por las que su perfil (Criarsinmorirenelintento) se ha hecho muy popular en las redes sociales; toda una referente de la educación en positivo de los niños. Pero ella no siempre creyó en lo que hoy cree. «Comencé mi embarazo llena de miedos y con una visión sumamente rígida de la crianza: estaba convencida de que las palmaditas a tiempo no eran violencia, de que si los niños hacían algo malo debían ser enviados a reflexionar en sus habitaciones», dice en su web sobre su propio pasado. Con ella nos disponemos a hablar de infancia; a buscar el camino que ella hizo. Le advertimos que la persona que le hará la entrevista no tiene necesariamente por qué tener hijos, algo que puede resultar hipócrita de algún modo si la intención es dar consejos. «Tal vez no tengas hijos, pero fuiste hijo. Eso ya te da una tribuna desde la que puedes hablar», responde.
—Ante las rabietas por los caprichos de los niños, hay quien considera que es mejor ignorar, que «hacerle caso es darle una importancia que no se puede aceptar», ¿qué le parece?
—Sería interesante saber quién define cuáles son los parámetros de lo que es un capricho y de lo que no.
—Le pongo un ejemplo, que monte un número porque se le han dado cuatro cerezas en vez de cinco.
—Tipiquísimo. Los niños cuando son pequeños, tienen un cerebro que está en desarrollo. Aquí, lo que más nos interesa es el lóbulo prefrontal, que termina de desarrollarse a los 25 años. Es como una burla de la naturaleza, porque es justamente lo que necesitamos para tener una relación 'adulta' con otros. Ahí residen habilidades como la sensatez, la toma de decisiones, la planificación o el poder empatizar. En un niño de cinco, seis o siete años, tenemos muy poco tiempo de desarrollo de ese lóbulo, por lo que se viven las situaciones desde una dimensión súper diferente a desde donde las viven los adultos. Hay veces que el niño te dice «pélame este plátano» y, por supuesto, se lo pelas. Automáticamente, pataleta porque le pelaste el plátano. ¡Pero loco!, ¡me lo acabas de pedir tú mismo! Ahí hay una razonamiento que los niños, por su desarrollo neurofisiológico, todavía no son capaces de hacer. Algo pasó, se cruzó una frustración y no tienen ni las herramientas, ni las estructuras suficientes como para poder manejarla. Y entran en estos estados de pataleta.
—Realmente, se enfadan mucho.
—Pero esto es algo que a los adultos también nos pasa mucho: pegamos portazos, gritamos a nuestras parejas, nos enfadamos, bloqueamos a alguien en WhatsApp... Eso son pataletas adultas que responden a que el cerebro está viviendo una emoción tan grande y tan intensa que no la puede gestionar. No somos capaces y se produce el desborde. Es lo que se conoce como el secuestro amigdalino. Cuando frente a esta explosión emocional, que el niño no sabe de dónde viene, yo abandono y tomo distancia, estoy perdiendo la oportunidad y privando a mi hijo de aprender a identificar la emoción y a gestionarla adecuadamente. Hay una cosa que se confunde mucho en Internet en nuestra generación de adultos sobre la crianza respetuosa: pensamos que, por el hecho de no castigar a un niño, es que le estamos permitiendo todo. Si mi hijo se enfada porque yo le pelé el plátano después de que él mismo me lo hubiese pedido, la respuesta no es ni abandonarlo, ni retarlo, ni decirle que vas de inmediato a comprar otro plátano. Lo que tenemos que hacer es acompañar la emoción.
—Acompañar. Eso siempre se dice, ¿pero cómo?
—Primero tendré que calmarle, porque si le hablo en medio de la pataleta no me va a entender nada, y cuando se calma le llevo a analizar la situación. «¿Recuerdas que tú me pediste que te pelara el plátano? Sí, ¿verdad? Y luego te frustraste mucho y gritaste a mamá. Tiraste cosas al suelo. Eso no es necesario hacerlo. Cuando te sientes enfadado, puedes decir que te sientes enfadado». Así es como modelamos la gestión emocional que en nuestra generación no nos fue modelada. Y por eso nosotros tenemos muchos problemas para demostrar nuestro enfado. Nos cuesta mucho poner límites de forma asertiva, por ejemplo, comunicar lo que nos pasa. Explotamos, y eso se ve mucho en las parejas: acumulamos hasta que explotamos porque no hicieron con nosotros ese modelaje de la gestión emocional.
—Cuando a alguien se le comenta eso, suele responder: «Es muy fácil de decir».
—Es que es difícil. El problema es que estamos en un momento en el que queremos que resulte fácil. Yo no sé a quién se le pasó por la cabeza, qué nos vendió la propaganda de que criar a otro ser humano iba a ser fácil. Es difícil y tiene que ver mucho con nuestra historia y nuestras dificultades. Hay padres que se llevan súper bien con el miedo de los hijos y lo acompañan; hay otros que dicen: «Eso son tonterías, los monstruos no existen, vete a acostarte». Todo esto tiene que ver con nuestra propia historia parental. Lo que diferencia a la generación anterior de la nuestra es que nosotros tenemos toda la información en la punta del dedo. Podemos acceder a un montón de recursos y, si te fijas, cuando la gente se va a comprar una batidora lee muchas reseñas, busca información y acaba siendo un experto en batidoras durante una semana hasta que te compras la mejor. Pero con los hijos, no queremos hacer lo mismo. Optamos por repetir lo que se ha hecho siempre; acabamos por darle más importancia a la batidora. Sí, acompañar es difícil, pero es una dificultad de la que nos tenemos que hacer cargo en nuestras decisiones y condiciones de parentalidad.
—Efectivamente, tenemos toda la información al alcance de la mano. Pero no siempre es fácil distinguir el grano de la paja. Hay discursos terribles vendidos de manera muy convincente.
—Ahí hay un criterio que es súper sencillo. A los adultos nos cuesta, por nuestra formación y por la manera en la que tradicionalmente hemos entendido la infancia, lograr dilucidar qué está bien y qué está mal. ¿Cuándo está bien validar el llanto y cuándo no? Pero cuando eso lo trasladamos a un ejemplo con otro adulto, nos es mucho más fácil. Si tú estás con tu pareja y te sientes mal porque tu pareja se quedó mirando fijamente a otra persona y te da la sensación, en tu cabeza, de que la estaba mirando sexualmente y empiezas a darle vueltas de que ya no eres atractivo para esa pareja y se lo expresas, ¿qué esperarías que respondiese tu pareja? ¿Esperarías un «eso son estupideces» y adiós o preferirías que te preguntase porque estás sintiendo eso, que te invitase a conversar y a hacerte entender que tiene derecho a mirar a otras personas sin que tenga que ver contigo? Ahí está el acompañamiento. Con los niños nos cuesta, pero con los adultos no.
—Habla de diferencias entre generaciones. Se nos llena la boca con la explosión de la salud mental, ¿pero cómo de bien estamos haciendo esta salida del armario?, ¿lo estamos haciendo mejor que nuestros padres?
—Uf, sí y no. Creo que es la misma dicotomía que surge con respecto a la alimentación. Por una parte tenemos una tremenda explosión con el body positive, el aceptarse y todos los mensajes de tolerancia que vemos en las redes sociales. Pero, en paralelo, en esas mismas redes sociales se recibe el mensaje de la comida rápida, del gimnasio, de la cultura de la dieta... Hay cosas que se encuentran y chocan. Por una parte, se han naturalizado ciertos temas. Cuando yo era adolescente, iba al psiquiatra y era algo que no se podía mencionar porque se iban a meter conmigo. Ahora, en TikTok, veo un montón de adolescentes hablando de salud mental, de determinados trastornos y de que está bien ir al psicólogo. Pero por otra parte, se nos ha entregado un acceso a una comunicación global y anónima que exacerba violencias en las personas. Los niveles de violencia en la comunicación son mucho más grandes que cuando yo era pequeña. Subes una cosa, te equivocas en una letra y ya no sirves para nada, eres una persona de pacotilla. Y de ahí, habría que mirar país por país para ver cómo, necesariamente, influye el contexto social y económico. Porque no sirve de nada que hablemos de salud mental y que en internet estemos diciéndole a todo el mundo «vete a terapia, vete a terapia» si no en todos los países es fácil acceder a la salud mental. En Chile es una cosa horrible. Pero horrible, horrible.
—En España, tampoco es fácil.
—Pero hay más. Porque, por otra parte, no todo se resuelve en terapia. Hay problemas que tienen que ver con violencias sistémicas y con violencias estructurales. Si yo crezco en un país en el que, por nacer mujer, soy vista como menos en términos laborales. Si no se concilia la paternalidad. Si tienes un hijo y tienes que responder de igual forma en el trabajo independientemente de que tu hijo esté enfermo, ya no todo se resuelve en terapia, sino con una mirada crítica hacia el sistema sociopolítico.
—¿Qué hacemos con el castigo?
—Hay dos cosas fundamentales. Primero, el tema de la negociación. Es importantísima. Y una negociación consciente, sabiendo que mi hijo es un niño y que, aunque yo negocie que la tele se apaga a las seis de la tarde y mi hijo me diga «sí mamá», a las seis de la tarde se enfade cuando le diga que hay que apagar la tele. Ahí puedo subirme a mi escala de adulto y decirle que me parece insensato, si ya lo habíamos negociado. Aquí entra el segundo tema: la amabilidad con firmeza. Acepto la emoción, pero el límite se mantiene. Ese es el gran cambio de paradigma. Estás enfadado, es una pena, ¿quieres que te abrace o quieres estar solo? La tele se apaga, pero la emoción no la rechazo. Nosotros veníamos de un sistema donde se rechazaba el paquete completo. Si tú estabas enfadado por algo, te vas a tu habitación. Eres excluido del grupo social por lo que hiciste y sentiste. Es por eso que a nosotros, ahora adultos, nos cuesta tanto cuando sentimos pena o estamos enfadados. Tendemos a encerrarnos, a aislarnos. Nos gustaría llamar a alguien, pero pensamos que para qué, si en realidad no es para tanto. Aprendimos que toda la emocionalidad, no solo la conducta, te hace ser apartado del grupo. En los castigos entra la negociación y los límites con firmeza. El límite se mantiene. No acepto que me insultes, no acepto que me golpees, pero sí que te enfades. Es una sutileza difícil, pero reveladora. Y cambia absolutamente la dinámica de la relación con nuestros hijos.
—El punto de vista de que muchos de nuestros problemas se originan durante la infancia podría recordar a Freud.
—Evidentemente si llega una vecina a vivir a mi lado y decide pegarle una patada a mi perro, es algo que se sale completamente de mis manos. Pero, en general, la forma en la que vivimos y afrontamos las situaciones, sale del mundo infantil. Está alojado en algo que se llama los modelos operantes internos. Es algo que empezamos a construir desde el momento en el que nacemos y va a tomar muchísima importancia nuestro patrón de apego. Nada que ver con Freud, que ya lo tenemos completamente superado. Yo creo que lo más importante en el mundo la psicología es la teoría del apego, cuyos padres son Bowlby y Ainsworth. La teoría del apego ha sido la que ha desarrollado mayor cantidad de estudios y de producción científica en todo el mundo de la psicología. Yo me especialicé en apego. Y siento que es todo.
—¿Qué es el apego?
—El apego es la tendencia innata con la que nacemos todas las personas a buscar los cuidados, la proximidad y la protección del otro. La regulación del otro. El apego es una capacidad que todos tenemos. Y esto es algo que se suele malinterpretar. La gente suele decir que su hijo «no tiene apego». O cuando nacen en el hospital te pasan al bebé para que «haga apego». Todos tenemos apego, lo que va a cambiar es su dimensión cualitativa: será seguro o inseguro. Y este apego como una tendencia innata a buscar la proximidad y la regulación del otro se va a mantener a lo largo de todo el ciclo vital, lo que cambiará serán las figuras a las que te apegas. En un niño, por lo general son los padres; en ti, puede que sea tu pareja. Eso es el apego y es lo que se va construir en una u otra dirección en función de cómo ha sido tu interacción con tus figuras de apego. Tu papá, mamá o abuela.
—Dice que se dio cuenta de que el apego es todo, ¿qué hizo «click» en su cabeza para caer en eso?
—Creo que uno de los clicks importantes es tomar consciencia y perdonarnos por la herencia de la herida transgeneracional. Hay un autor que dice que la herida del padre le sangra al hijo. Yo traigo una forma de entender el mundo que voy a tender a heredársela a mi hijo de una forma silenciosa. Para poder entender a mi hijo, no solamente tengo que entender la forma en la que yo me relaciono con él, sino también la forma en la que yo me relaciono conmigo y con mi historia.
—Usted dice que no debemos hablar de 'madres solteras', ¿por qué?
—Es importante entender de dónde surge el concepto de madre soltera. Nace de un concepto en el que la familia, considerada como base social, solamente existía en una forma: papá, mamá, hijos, perrito. Una pareja heterosexual, casada, católica y eso era lo único a lo que podías aspirar. Cuando el padre hace abandono de esta familia, como el estatus marital era tan importante y no se podía concebir que hubiese hijos fuera del matrimonio, se modifica toda la forma en la que se entiende la identidad de esa madre. Hablamos de una época en la que si tenías hijos fuera del matrimonio eras castigado socialmente. Pero evolucionamos. Supongo que en el 2023 entendemos que hay distintas formas de ser familia. Pueden ser casados, no casados, conviviendo, familias homoparentales, familias monoparentales. El estado civil ya no tiene interrelación con tu relación parental. Ya entendimos que la parentalidad y el estado civil no tienen relación, porque puedes seguir criando hijos aunque no estés casada con el padre o la madre de esos hijos. A estas alturas, decir madre soltera es tan absurdo como si yo me presentase como psicóloga soltera. Efectivamente, soy psicóloga; efectivamente, soy soltera. Ambas aseveraciones son ciertas, pero quedan descontextualizadas. Porque mi soltería no influye en mi ejercicio profesional. Cuando yo digo madre soltera, efectivamente, soy madre y soy soltera. Pero no es un solo concepto, sino que estoy mezclando dos cosas que no tienen nada que ver entre sí.
—A estas alturas, hay quien defiende que, por 'biología' y viendo el mundo animal, la mujeres asumen la crianza «por naturaleza».
—Sí, claro. Pero resulta que no somos cebras ni leones. Nosotros tenemos el neocórtex, que es algo que no tiene ningún otro animal. Durante muchos años se defendió esto del 'instinto maternal', que está desestimado. Una vez dije en redes que el instinto materno no existe y me llovieron tarántulas. Yo pensaba que ya todos lo sabíamos y me di cuenta de que no es así. Se ha demostrado que hay ciertas cosas que ocurren en el cerebro de las mujeres. Por ejemplo, durante el embarazo aumentan los niveles de oxitocina, que es una hormona que propicia la cercanía y los cuidados. Pero es que cuando los padres están involucrados en la crianza, estos niveles de oxitocina en los primeros meses de parentalidad, alcanzan los mismos niveles que los de las mujeres. Tanto los cerebros de los padres como los de las madres modifican su estructura para hacerse más competentes en los cuidados. Muchas veces en una separación, aunque el padre sea la figura más competente para los cuidados, se desestima de por sí porque no diste teta. Y punto. Y no, todo va a tener que ver con cómo estemos de involucrados en la crianza. Cuando un hombre está involucrado en la crianza, el cerebro se va adaptar para criar a ese niño. Además, pasa que las mujeres hemos sido entrenadas para las labores de cuidado desde niñas. No es tanto esto del instinto, sino que se ha naturalizado desde muy pequeñas. Cuando un padre viene a involucrarse en la crianza, también tiene que luchar contra esa carga cultural, porque el no fue entrenado desde pequeño.