Los expertos del cerebro humano toman la palabra: «Los niños me preguntan si voy a poder saber qué están pensando»
SALUD MENTAL
Una neurofisióloga, una neuróloga, un neurorradiólogo, un psiquiatra y una cirujana, las cinco áreas del servicio de salud que se ocupan de sus patologías, desgranan desde sus especialidades al órgano 'rey'
09 oct 2023 . Actualizado a las 13:19 h.Es prácticamente imposible acercarse más a la respuesta de qué es y cómo funciona un cerebro humano que escuchando a las cinco personas que lo representan reunidas una mañana en una sala de un hospital coruñés. Una neuróloga, una neurocirujana, una neurofisióloga, un psiquiatra y un neurorradiólogo —una área de especialización adscrita a la radiología—. Si alguien puede acercarse a los misterios del órgano que lo rige todo, son ellos. El cerebro ordena, hace que lata el corazón, que leas y comprendas lo que pone en estas líneas, que envidies a tu compañero de trabajo y que te des cuenta de que debes ir al baño. Todo al mismo tiempo. Veinticuatro horas al día, siete días a la semana durante toda una vida.
Los cinco dedican sus vidas a trabajar con el cerebro. Ningún otro órgano tiene a tantos profesionales en nómina en los hospitales. Todos lo han estudiado; todos tienen una opinión sobre él. «Más allá de todas las actividades motoras que lo puedan definir, el cerebro es lo que nos hace ser un ‘‘pienso, luego existo''. Ese centro donde se encuentra lo que nos distingue, lo que nos proyecta en el futuro y nos retrotrae al pasado», explica José Luis Díaz, jefe de la sección de neurorradiología del Chuac. Una definición muy poética para alguien a quien le toca ver este órgano a través de un monitor, muchas veces en blanco y negro. ¿Es capaz, desde su puesto de trabajo, de ver todo esto que le atribuye? Como mínimo, lo intuye: «Con las herramientas que hoy tenemos, estas cuestiones se pueden llegar a intuir, dónde se encuentran esos procesos de la conciencia. Esa conciencia que nos hace saber que soy, pienso, existo, tengo un pasado, un futuro, que he nacido y voy a morir. Ese momento de la conciencia, que no sabemos si existe en otros animales, tiene su sede en el cerebro».
El cerebro tiene partes intocables, pero cada vez menos
Sonia Gayoso, neurocirujana, representa la tecnificación de una práctica que se lleva realizando desde hace siglos. El Bosco, hace seis siglos, ya dejó en óleo sobre tabla pinturas que mostraban trepanaciones de pacientes. Pero esta curiosidad humana por ver qué se esconde dentro de nuestros pensamientos, de intentar reparar los problemas de nuestra mente, se remonta a mucho más atrás. Y gracias a aquellos pioneros, a los que habría que ubicar en algún punto entre la genialidad y la inconsciencia, se avanzó. Hoy sabemos que el cerebro no tiene terminaciones de dolor. Por decirlo malamente: que el cerebro ‘no duele', algo que nos permite, de cuando en cuando, ver escenas increíbles grabadas dentro de un quirófano.
«El cerebro, en sí, no tiene terminaciones de dolor. Hace ya mucho tiempo que conocimos a momias que, en vida, fueron trepanadas y sobrevivieron a esos procesos. Si hubiese un dolor insoportable, habrían muerto por shock. Que no existan esas terminaciones es lo que nos permite operar a pacientes despiertos», explica la cirujana.
Imaginen la responsabilidad que es abrir una cabeza y cortar con un bisturí un cerebro. Sonia Gayoso, acostumbrada a ello, ha naturalizado lo que para cualquier otra persona es un ejercicio fascinante de artesanía clínica. Pero ella no se sale del carril de la profesionalidad más estricta y deja ver que todo está mucho más milimetrado —literalmente— de lo que cualquier advenedizo pueda fantasear.
«A lo largo de la especialidad, y trabajando con los estudios, sobre todo de neurología, hemos visto que tras un daño externo provocado por un ictus o un traumatismo importante, se conservaban funciones vitales en el paciente. Seguía moviéndose, hablando y se pudo inferir, según la zona en la que se produjese el daño, si había más o menos secuela. Hay zonas del cerebro consideradas clásicamente intocables por sus funciones vitales, el movimiento y el lenguaje son siempre las más visibles, pero la realidad es que en el cerebro todo sirve para algo. Ayudándonos de las herramientas diagnósticas de imagen y de imagen funcional —aquí el neurorradiólogo mueve la cabeza constatando su argumento— y los estudios que se han ido haciendo con pacientes con daños por anoxia, inferimos hasta dónde podemos llegar», explica Gayoso que lleva su razonamiento a un lenguaje más prosaico, por si quedaba alguna duda: «No es que un día te pongan un bisturí y que cortes por donde quieres. Esto lleva años de estudio en cursos y en libros, años de ver cómo lo hacen los que ya son especialistas. La primera vez que tocas un cerebro, cada centímetro estás acompañada. La primera vez que cortas un cerebro, has visto cortar muchos cerebros».
Del mismo modo, y conectando el pasado con el futuro, hoy sabemos que el cerebro explora sus propias fronteras. Que lo que hoy es intocable, mañana ya veremos. «Es cierto que hay zonas intocables, zonas en las que un daño provocaría una secuela irreversible. Pero cada vez se evoluciona más en ver que cada una de las funciones no son tan estancas como alguna vez se creyó. Sí, todos tenemos las funciones exactamente en las mismas zonas, pero las áreas del cerebro se comunican entre ellas y, algunas, son capaces de buscar otros caminos para activar otras y conseguir, aunque no sea lo mismo, al menos tener parte de la funcionalidad perdida. Por eso no es tan taxativo como hace unos años, en los que decíamos: ‘‘Esta zona es intocable''. Hay que individualizar paciente a paciente».
Estimulando al cerebro
Más o menos, con mitos y verdades algo entremezcladas, cualquier ciudadano podría explicar a grandes rasgos qué hace un neurorradiólogo, una neuróloga, una cirujana o un psiquiatra. «Y luego estoy yo», dice Catia Martínez, neurofisióloga. Lo pone en bandeja. ¿De qué se ocupa la neurofisiología? «La neurofisiología es una especialidad que estudia la función del cerebro, de la médula espinal y de los nervios periféricos. Es una especialidad diagnóstica, que cuenta con distintas técnicas. La miografía y la electromiografía para medir la actividad de los nervios periféricos y el músculo; los potenciales evocados para controlar si todo funciona correctamente en la médula espinal y en los órganos responsables de los sentidos; y la electroencefalografía, que recoge e interpreta la actividad neuronal, la comunicación a través de impulsos eléctricos en el cerebro», explica la jefa de servicio del hospital coruñés.
Dice que, en su trabajo, hay dos preguntas clásicas. La primera preocupación de los pacientes es si los electrodos que se les colocan —ya sea en un casco, dentro del músculo o en el cuero cabelludo— les van a ‘dar calambre'. «Siempre les doy la misma respuesta: no. Precisamente somos nosotros los que registramos la corriente que hay en tu cerebro. Otra, que me hacen habitualmente, especialmente los niños cuando se realizan estudios prolongados, es si voy a saber lo que están pensando. Es una pregunta que escucho a menudo. De momento, no, pero si seguimos avanzando puede que llegue el momento en el que lo sabremos». Obligatoriamente, y a raíz de esta revelación, la conversación se dirige hacia la bioética, hacia esas cuestiones filosóficas cada vez con menos peso en las aulas y hacia la pobre persona que tendría que encargarse de redactar el consentimiento informado de esta técnica si algún día llega a ser factible. «Creo que debemos investigar en el cerebro, intentar adquirir cada vez más conocimiento, pero siempre para ayudar. No para entrar en la intimidad de la persona. Aunque fuese factible, no debemos leer los pensamientos. Los pensamientos deben ser propios, la técnica debe avanzar en otro sentido, para ayudar. Una de las características del cerebro es la individualidad. Y eso no debe cambiar por mucho que investiguemos. No me gustaría conocer los pensamientos de otra persona aunque fuese factible», concluye Catia.
Sobre biología y mente
El simple hecho de que los psiquiatras de A Coruña se ubican en un hospital distinto al resto de sus compañeros ‘cerebrales', sirve como pie para una pregunta, un tanto picajosa, que estimule un poco el debate. «¿Podríamos decir que sois una especialidad un poco distinta?, ¿la menos biológica de todas?». Sobre lo primero, lo de «distinta», ¿cuál no lo es?; sobre lo segundo, José Manuel Crespo, saca sus argumentos y discrepa. «Yo no creo que haya tantas diferencias». ¿Por qué entonces han existido corrientes como la antipsiquiatría? Que sepamos, no existe la antineurología o la antineurocirugía. «Nuestra especialidad tiene una gran área de desconocimiento. No sabemos la fisiopatología ni la etiología de ninguna de nuestras enfermedades. No la conocemos al 100 %. Eso da pie a formular todo tipo de hipótesis, de teorías inventadas, y a negar lo que sí vamos descubriendo a través del método científico y la evidencia médica. Donde hay ignorancia, hay todo tipo de creatividad. Por desgracia, ahora no solo afecta a la psiquiatría. Creo que se está infiltrando en todo el conocimiento médico esa corriente antimedicina que está ganando adeptos de manera exponencial. Y creo que es un problema al que nos vamos a enfrentar todos», responde José Manuel y todos muestran su acuerdo con esta tesis. Todos notan este incremento de un recelo escasamente fundado. Les pedimos ejemplos y el neurorradiólogo dispara rápido: «Respecto al influjo de las ondas magnéticas, antes hablábamos de la conciencia, del alma, esos gramos que pueden estar alojados en algún lugar del cerebro, pues hay quien opina que este tipo de influjos podrían dislocar esto. Este tipo de ideas existen. ‘‘No soy el mismo desde que he entrado en esta máquina con este imán que me ha podido mover esas moléculas que me constituyen''. Algunos salen con estas quejas».
Contacto estrecho
A Dolores Fernández Couto, neuróloga, nunca se la ve desconectada de la conversación. Asiente de manera continua y da la sensación de que todas las escenas cotidianas que salen en esta charla le son muy familiares. Cuando se les pregunta en conjunto si, fuera de un encuentro periodístico, hablan entre ellos en el día a día, todos los compañeros confirman que con ella sí. «Neurología habla con todos. Con neurorradiología tenemos una relación muy estrecha, muchísimo para elaborar diagnósticos, pero especialmente en el área de vascular. Trabajando juntos en el tratamiento de ictus en agudo —se trata de una patología altamente prevalente, una de cada cuatro personas en España sufrirá un ictus—. La relación tiene que ser de estar al lado, de estar viendo al paciente y estar siempre pegaditos. Con neurocirugía, igualmente; y con neurofisiología, también», expone Dolores, a la que parece importarle más la conversación sobre el futuro que sobre el pasado y recoge el guante a una pregunta que había quedado en el aire. ¿Qué echan de menos en su trabajo? No pierde la ocasión de rescatar su opinión: «Yo echo de menos marcadores biológicos, radiológicos, clínicos. Nos queda muchísimo por saber. En la mayoría de patologías no tenemos un marcador que nos diga que seguro que es esto. Nos movemos en cálculos probabilísticos», reclama. Tal vez esto pase por escuchar a la neurocirujana: «A mí me gustaría disponer de tiempo dedicado real a la investigación. Hay tanto donde avanzar. Ahí es cuando dices: ‘‘Qué lentos, no llega la vacuna de la depresión o el tratamiento de este tumor''. No sé si el que los clínicos pudiésemos jugar un papel más importante en la investigación podía suponer algún cambio.
Tal vez llegue. Tal vez pronto. No hay conversación sobre salud que, se quiera o no, no acabe por hacer parada en el andén de las inteligencias artificiales. «Aunque estemos aún en los preliminares, ya es un instrumento más dentro de nuestra práctica diaria», dice Díaz, mientras el psiquiatra apunta que, sin que entendamos muy bien cómo, ya hay inteligencias capaces de discriminar diagnósticos de depresión o esquizofrenia mejor que los clínicos.