El hígado graso gana terreno en pacientes jóvenes, incluso en niños: «Está ligado al sedentarismo y al consumo de comida rápida»

ENFERMEDADES

Los expertos alertan del incremento de esta patología y animan a un cambio de hábitos, pues en estadios iniciales es reversible
21 abr 2025 . Actualizado a las 18:35 h.El hígado graso, ahora conocido como enfermedad hepática metabólica, es cada vez más precoz. Si antes solía aparecer en varones que superaban los 50 años, en la actualidad se adelanta al adulto mediano o a la adolescencia. Un presente que se evidenció, por primera vez, en los Estados Unidos. «Van unos diez años por delante, por lo que esperábamos que terminase llegando aquí», lamenta Juan Turnes, jefe de Servicio de Aparato Digestivo en Complejo Hospitalario Universitario de Pontevedra (CHUP) y miembro de la Asociación Española para el Estudio del Hígado (AEEH).
No solo creció el número de pacientes con esta condición, sino que también se empezó a ver que la cantidad de personas que necesitaban un trasplante hepático a raíz de un trastorno derivado de la enfermedad hepática metabólica se había incrementado tanto en hombres como en mujeres. «Esto era prácticamente inexistente 20 años atrás», reconoce el experto.
Así, hoy en día en Europa y en España, se detecta, primero, a edades más tempranas, y en segundo lugar, con un nivel de gravedad mucho mayor que el que le correspondería por pura lógica de tiempo. En una escala de lesión de 0 a 4, «cada vez son más los que tienen un daño significativo con fibrosis avanzada o, incluso, con cirrosis», alerta el doctor Turnes.
Si se juntan todos los grupos de edad, son muchos los españoles que no tienen un hígado sano, aún con lo resistente que se considera este órgano, un guardián silencioso del equilibrio interno. En concreto, y según estimaciones de la Asociación Española del Estudio del Hígado, uno de cada cuatro adultos sufre de hígado graso. Más de diez millones de personas, de las cuales, unas 400.000 podrían presentar ya una cirrosis.
Esta cifra es más alarmante si cabe en niños y adolescentes. En concreto, ocho de cada diez jóvenes con sobrepeso tienen grasa depositada en su hígado. Una enfermedad que no les corresponde por edad, pero que a causa del exceso de lípidos, ha adelantado su presentación. Muchos han descrito la situación como una pandemia. «Nuestros pediatras ya nos están alertando de que la enfermedad hepática más frecuente en niños es el hígado graso. Si miramos a adolescentes o a adultos jóvenes, los números son todavía mayores», precisa Marta Casado, presidenta de la Fundación Española del Aparato Digestivo (FEAD) y hepatóloga en el Hospital Universitario Torrecárdenas (Almería).
El funcionamiento de este sistema es clave en la digestión, metabolismo, coagulación sanguínea y eliminación de sustancias tóxicas. Aguanta durante años mucho de lo que le echan, pero una vez falla y aparecen las primeras cicatrices de las lesiones, no hay vuelta atrás.
Alcohol y ultraprocesados, dos caminos que se entrelazan
Este fatal destino tiene dos caminos. Por un lado, a través del consumo excesivo de alcohol. Por otro, a través del síndrome metabólico, que engloba obesidad, sedentarismo y diabetes. «El efecto es muy parecido y, hoy en día, estamos viendo muchos pacientes que tienen una enfermedad mixta», explica la doctora Casado, quien reconoce que en ambos el progreso de la afectación es similar.
Según el doctor Turnes, el hígado es el principal órgano que se encarga de eliminar el alcohol, pero solo es capaz de hacerlo hasta cierta cantidad, «que dependen de características genéticas —por eso hay gente que bebiendo nunca llega a desarrollar cirrosis y otra que sí—, del patrón de consumo y del tiempo», precisa el hepatólogo.
En este proceso de eliminación, el hígado degrada a la bebida en otras sustancias intermedias que también tienen toxicidad. Todo ello «acaba produciendo un daño en la propia célula que lo elimina, la cual acaba muriendo y provocando una inflamación», resume. Se habla de que el hígado es graso porque, en este proceso de desactivación del tóxico, se producen lípidos.
Si bien deja claro que no hay ingesta segura, el problema hepático no depende de un día aislado, sino de una cantidad y un tiempo excesivos. En concreto, se habla de un promedio temporal de once años, suficiente para que en el órgano se haya producido una cirrosis, o lo que es lo mismo, un daño crónico.
Por su parte, el hígado graso no alcohólico, relacionado con sobrepeso u obesidad, a la par que diabetes, hipertensión o hipercolesterolemia, se explica mediante el depósito de grasa disfuncional en el hígado. «Normalmente, es un órgano que tiene lípido porque es una fuente de energía, es endocrino. Pero cuando la cantidad es excesiva, el daño es muy parecido al del alcohol, porque acaba provocando inflamación y cirrosis», responde Turnes.
Este último recorrido es el que siguen los más pequeños. «Va ligado a un aumento de la vida sedentaria y al consumo de comida rápida, que condiciona la aparición de obesidad y de hígado graso», señala Casado.
Diagnóstico por sorpresa
Llegar al diagnóstico no es tarea fácil. «Siempre les digo a mis pacientes que el hígado es un órgano muy traidor, porque no da síntomas y, al no tener terminaciones nerviosas, no duele», comenta la especialista. Solo deja de ser silente cuando evoluciona a una cirrosis, deja de funcionar y, como no puede ser de otra manera, se evidencia mediante síntomas.
Así, los profesionales explican que se suelen encontrar con ello por sorpresa en una analítica que revela unas transaminasas altas, o en una ecografía en la que este órgano brilla de más. «Los hepatólogos estamos buscando que se detecte antes y alertamos a los médicos de Atención Primaria de que aquellos pacientes con sobrepeso, con diabetes o con un consumo excesivo de alcohol, deben pasar un estudio en el que se busque esta enfermedad», expone la doctora del centro almeriense.
Una enfermedad reversible en estadios iniciales
La buena noticia es que el hígado graso tiene marcha atrás, por el momento, sin medicamento específico que lo trate. «Si el paciente bebe alcohol, lo único que podemos decirle es que lo deje. Si tiene sobrepeso u obesidad, que pierda peso con una dieta saludable. Si tiene diabetes, hipertensión o colesterol, que las tenga controladas», dice Casado. Así, el paciente no tiene otra opción más allá de cuidarlo, al menos, si no quiere que termine lesionado.
Con todo, la experta reconoce que no es fácil. Existe una indicación general que establece una pérdida de peso del 10 % del total para lograr un efecto terapéutico positivo en el hígado: «Suele costar mucho llegar a ello».
La capacidad de regeneración de este órgano es algo todavía sorprende a los propios hepatólogos. «Es muy agradecido, porque a los tres meses de dejar de beber, ya vuelto a estar normal», ejemplifica la doctora.
De hecho, se sabe que si los pacientes de enfermedad hepática metabólica adquieren buenos hábitos, la grasa de disminuye y las pruebas se normalizan. Por eso, ambos expertos consultados reconocen que es reversible en estadios iniciales, cuando la cirrosis todavía no se ha instalado.
En este contexto, los médicos españoles esperan con ansia la llegada del resmetirom, aprobado por la FDA (la Agencia del medicamento Estadounidense) el año pasado, pues esperan que la Agencia Europea del Medicamento le dé el visto bueno en este 2025. Este fármaco regula el metabolismo de las grasas y mejora la función de las mitocondrias (las fábricas de energía de las células), lo que logra resultados positivos en el retroceso de la fibrosis.
También, a los nuevos medicamentos indicados para la obesidad. El año pasado, por primera vez en la historia reciente de Estados Unidos, los habitantes norteamericanos no incrementaron su índice de masa corporal. Los profesionales consultados ven el futuro con esperanza: «Hay ensayos clínicos en los que se ha visto que el tratamiento con estos fármacos detiene o mejora las alteraciones importantes asociadas al hígado graso, como la fibrosis», indica Casado. Precisamente, esta última condiciona la evolución de la lesión.