Javier García, catedrático de psiquiatría: «La felicidad se ha convertido en una especie de objeto de consumo»

Laura Inés Miyara
Laura Miyara LA VOZ DE LA SALUD

SALUD MENTAL

Javier García Campayo es experto en mindfulness y felicidad.
Javier García Campayo es experto en mindfulness y felicidad.

El especialista asegura que priorizar las relaciones y los vínculos sociales, así como buscar el sentido de nuestra vida, son claves para ser más felices

21 abr 2025 . Actualizado a las 16:58 h.

El doctor Javier García Campayo es psiquiatra, investigador y catedrático de Psiquiatría en la Universidad de Zaragoza, donde dirige la cátedra World Happiness Foundation de Ciencias Contemplativas. Es uno de los mayores expertos de España en mindfulness y felicidad y ha publicado cinco libros sobre esta temática. En conversación con La Voz de la Salud, analiza los principales retos de la sociedad actual a la hora de construir un ambiente que facilite la felicidad de los individuos.

—¿Cómo define, desde un punto de vista psiquiátrico, la felicidad? ¿Deberíamos aspirar a ese estado?

—Sí. El concepto de felicidad es lo que a nivel psicológico conocemos como bienestar y en ese sentido es un estado que deberíamos poder alcanzar la mayor parte del tiempo. Por supuesto, hay circunstancias adversas, sean externas o internas, que pueden hacer que esto sea más difícil. Pero ese bienestar que llamamos felicidad debería ser el estado de base para la mayoría de las personas en una sociedad desarrollada.

—¿Existe una base biológica o genética que haga que unos individuos sean más propensos a ser felices que otros?

—Sí, y tiene que ver con neurotransmisores que actúan a nivel cerebral, pero también con el hecho de tener el sistema de neuroinflamación equilibrado. A nivel de neurotransmisores, sabemos que algunos de ellos como la serotonina o las endorfinas endógenas, tienen un vínculo con ese bienestar emocional, sin embargo, tiene que haber también como base un bienestar físico para ser feliz. De ahí que algunas recomendaciones habituales sean llevar una dieta adecuada y hacer ejercicio, ya que todo esto hace a ese estado físico óptimo. Cuando esas bases biológicas están equilibradas, el estado psicológico natural está estabilizado.

—¿Podemos modificar estos neurotransmisores a través de nuestras acciones? En otras palabras, ¿hasta qué punto nuestra felicidad depende de nosotros?

—Podemos modificar lo biológico y viceversa. Hay una relación muy directa. Por ejemplo, si yo recibo psicoterapia, eso modifica mi estructura cerebral de modo que se observa un cambio a nivel de resonancia magnética cerebral a los meses de haber iniciado ese tratamiento. Y a nivel corporal, todo el sistema neuroinflamatorio también se equilibraría. Sobre una base física estable, si yo no tengo enfermedades y vivo en circunstancias externas agradables, lo determinante son los componentes psicológicos.

—¿Cuáles son esos componentes?

—Uno importante, aunque poco conocido, es el sentido de la vida. Tiene mucha importancia la idea de tener un propósito. A lo largo de la vida, vamos a tener que enfrentarnos a circunstancias adversas, eso es inevitable. Las cosas no van a ser siempre como queremos y tener claro el sentido de nuestra vida ayuda a orientarnos para gestionar mejor esas circunstancias adversas a nivel emocional. Otro elemento importante es tener relaciones interpersonales sólidas. Tener una red significativa, valiosa, de personas con las que puedes comunicarte y que sientes que te entienden es un elemento nuclear. Si yo me siento aislado y no tengo personas en las que pueda confiar, que me puedan ayudar, voy a ser mucho más vulnerable al malestar psicológico.

—¿Cómo impactan las redes sociales en nuestra felicidad?

—Toda tecnología es neutra, el tema es cómo se la utiliza. La tecnología puede servir para aumentar el bienestar, para funcionar mejor, para conectarnos mejor, como ocurrió durante la pandemia. Lo que pasa es que en este momento, la adicción al uso de la tecnología y las redes sociales, sobre todo en personas jóvenes, está haciendo que surja una comparación social que no favorece la felicidad. Además, este uso de las redes hace perder mucho tiempo, con lo cual, las relaciones también se van banalizando en la medida en que uno no invierte tanto tiempo en estar con personas reales, sino en estar con perfiles de redes. La felicidad se ha convertido en una especie de objeto de consumo, del que yo tengo que presumir y prácticamente invento una supuesta felicidad porque pienso que eso me hace más popular, mientras tanto, no soy feliz.

Se habla del caso de Finlandia como el país más feliz del mundo. ¿Qué determina que los niveles de felicidad sean diferentes de una sociedad a otra?

—Muchas veces, en estos ránkings lo que se mide no es tanto la percepción subjetiva de los individuos, sino una serie de parámetros complejos, desde socioeconómicos hasta recursos que se pueden ofrecer a la ciudadanía. Yo creo que una sociedad igualitaria desarrollada económicamente favorece estas posibilidades, pero no sería lo único que hace a la felicidad de los individuos. Me parece un poco simplista la visión de que Finlandia es el país más feliz. Además, cuando miramos las mediciones de los niveles de felicidad en el mundo, hay una gran diferencia entre las últimas décadas y lo que vemos actualmente.

—¿Cuál es esa diferencia?

—Se sabe que cada nueva generación, independiente de la localidad geográfica o de las culturas, está teniendo más sensación de malestar que las generaciones anteriores. Es decir, nuestros hijos sufren más que nosotros y nosotros más que lo que sufrieron nuestros padres o nuestros abuelos. Incluso aunque la tecnología y el desarrollo económico es muy superior ahora comparado con décadas o generaciones anteriores. Se cree que esto tiene que ver con las expectativas. Desde que nuestros padres y abuelos vinieron al mundo, sabían que en el mundo había sufrimiento y por eso desarrollaron una mayor capacidad de resiliencia, de aceptación y de adaptación a todo ello. Pero las nuevas generaciones, en parte porque nosotros intentamos evitarles cualquier frustración, tienen unas expectativas desorbitadas que muchas veces no se cumplen, lo que produce un mayor malestar.

—Menciona que las redes de apoyo son un factor clave para la felicidad y, de hecho, informes como el World Happiness Report de este año apuntan en esa dirección. ¿Cómo nos beneficia formar parte activa de una comunidad?

—Es una forma muy importante de controlar el estrés. La sensación de no estar solo en el mundo, de no tener que gestionarlo todo solo, de que hay alguien ahí con quien podemos compartir el sufrimiento y la alegría, es una pieza fundamental de la felicidad y tiene un impacto increíblemente positivo. La conducta más potente para prevenir ese malestar psicológico es construir y nutrir esos lazos y esas redes, y se ha visto que la soledad acorta la vida.

—¿Qué consejos daría para fortalecer esas redes de apoyo?

—Hay que esforzarse. Hay que considerar la vida social como un elemento tan importante como el trabajo dentro de nuestra agenda. Hay que hacernos el tiempo de quedar al menos una o dos veces por semana con amigos, hacer actividades en grupo, pasar tiempo con la familia, tomar un café con los compañeros del trabajo. Tiene que ser una parte integral de nuestra vida, no algo absolutamente colateral que tenemos muy por debajo del trabajo en la lista de prioridades. Y con la familia es clave hacer al menos una comida al día todos juntos. Muchas veces le digo esto a mis pacientes y me dicen: «Pídeme lo que sea, pero eso no». Es increíble que cueste tanto, pero el comer todos juntos es un arma de prevención de salud mental muy potente. Estas cosas tan sencillas mejorarían la salud mental de la población de una forma increíble, pero no les dedicamos suficiente esfuerzo.

—¿Qué otros ingredientes lleva la receta de la felicidad?

La gratitud es un elemento que se considera una técnica clara para el bienestar. Es algo tan sencillo como intentar todos los días por la noche seleccionar dos situaciones que hayan sido agradables. Puede ser haber quedado tomando un café con un amigo, haber paseado un momento por el parque o haber estado un rato con tu mascota. Se trata de recordarlas y disfrutarlas, saborearlas. Eso lo que hace es que el cerebro esté mucho más sensible a esos pequeños momentos, porque la felicidad está en los pequeños momentos de cada día para detectarlos y disfrutarlos. Eso aumenta la sensación basal de bienestar.

—¿Cree que nos enfocamos demasiado en el éxito y nos olvidamos de la felicidad?

—Uno de los problemas que a veces tenemos es que nuestro sentido de la vida está reñido con el éxito laboral. Por eso tenemos que buscar que nuestro trabajo esté relacionado con nuestro sentido de la vida, que nos guste, que disfrutemos, que sintamos que crecemos como personas dentro del trabajo. No siempre se puede, pero buscar una conexión en ese sentido sería muy importante porque el trabajo estructura a la persona y son muchas las horas que le dedica. Entonces, cuanto más alineado esté ese trabajo con nuestro sentido de la vida, mejor. A mucha gente le recomiendo es que se replanteen si realmente el tipo de trabajo que están haciendo es el que pueden mantener la mayor parte de su vida. Si no lo es, a largo plazo van a tener problemas.

—Hace poco, Alejandro Cencerrado, analista jefe del Instituto de la Felicidad de Copenhague, nos contó que, desde que fue padre, su felicidad disminuyó. ¿Podemos prever si construir una familia nos va a hacer más o menos felices?

—No hay una recomendación general en este sentido. El tema es la identificación que tú tienes con eso, si eso encaja dentro de tu sentido de la vida. Si para mí tener hijos es muy importante y no he podido tener hijos, la sensación de frustración puede ser enorme. Si para mí tener hijos no es relevante, no voy a tener ese problema. El tema es que uno esté satisfecho con la vida que está llevando, que sea coherente. Por ejemplo, se sabe que las relaciones de pareja alargan la vida si la relación de pareja es satisfactoria, pero si la relación no es satisfactoria, acorta la vida. La clave entonces es que uno haga lo que desea hacer.

—¿Qué recomendaciones daría para encontrar ese sentido de la vida?

—Yo siempre invito a la gente a que se pare y que piense qué quiere hacer con su vida. Que piense si en los próximos 15 o 20 años, si lleva la vida que lleva ahora, va a ser feliz. Si no tenemos un claro sentido de la vida, cualquier situación negativa que nos ocurra, y nos va a ocurrir, acaba siendo el sentido de la vida. Yo soy el enfermo de tal cosa, soy la víctima de tal cosa, soy al que le pasó tal cosa. Queremos evitar esto. Para eso, hay una técnica que consiste en situarse al final de la vida, visualizarse a los 80 años. ¿Qué me gustaría haber hecho para, en ese momento, sentir que tuve una vida plena? En ese momento, generalmente, no es el trabajo, no es el éxito, no es el dinero que has tenido. Tiene más peso la gente que te ha querido y a la que has querido, y lo que has hecho para ayudar a que el mundo sea mejor. Esta reflexión nos puede ayudar a conectar con eso e identificar qué es importante para nosotros, para dedicarle más esfuerzo y tiempo. Y recomiendo repetir este ejercicio, porque el mundo te atrapa continuamente y si estás en lo urgente, no eres capaz de priorizar.

Laura Inés Miyara
Laura Inés Miyara
Laura Inés Miyara

Redactora de La Voz de La Salud, periodista y escritora de Rosario, Argentina. Estudié Licenciatura en Comunicación Social en la Universidad Nacional de Rosario y en el 2019 me trasladé a España gracias a una beca para realizar el Máster en Produción Xornalística e Audiovisual de La Voz de Galicia. Mi misión es difundir y promover la salud mental, luchando contra la estigmatización de los trastornos y la psicoterapia, y creando recursos de fácil acceso para aliviar a las personas en momentos difíciles.

Redactora de La Voz de La Salud, periodista y escritora de Rosario, Argentina. Estudié Licenciatura en Comunicación Social en la Universidad Nacional de Rosario y en el 2019 me trasladé a España gracias a una beca para realizar el Máster en Produción Xornalística e Audiovisual de La Voz de Galicia. Mi misión es difundir y promover la salud mental, luchando contra la estigmatización de los trastornos y la psicoterapia, y creando recursos de fácil acceso para aliviar a las personas en momentos difíciles.