Rosa Durán descubrió que tenía autismo con 47 años: «No se ha tenido en cuenta que las mujeres tenemos síntomas diferentes a los hombres»

Lucía Cancela
Lucía Cancela LA VOZ DE LA SALUD

SALUD MENTAL

A Rosa Durán le detectaron trastorno de Autismo grado 1 a los 47 años.
A Rosa Durán le detectaron trastorno de Autismo grado 1 a los 47 años.

En el Día Mundial de Concienciación sobre el Autismo, esta farmacéutica explica cómo ha sido su vida sin un diagnóstico: «Siempre había sentido que había algo mal en mí»

02 abr 2024 . Actualizado a las 19:22 h.

Rosa Durán pasó 47 años sintiéndose diferente al resto. Sabía que algo no cuadraba en base a la norma, pero nadie encontraba exactamente el qué. «Siempre he sentido que había algo mal en mí, pero fui tirando», dice, «sobreviviendo». Cuando era pequeña, llegó a pensar que tenía síndrome de Down. «Crecí y me di cuenta que no era posible. Así que pasé a creer que era tonta». Después, que no estaba bien de la cabeza y, finalmente, supo que tenía Trastorno del Espectro Autista de grado I (TEA), antes conocido como síndrome de Asperger

No hay dos casos iguales, pero la experiencia de muchas mujeres es parecida, una detección tardía que se explica mediante dos razones. Primero, que entre la población femenina reina el camuflaje —una habilidad de las personas dentro del espectro para esconder sus dificultades sociales y de comunicación—. Y, segundo, que los criterios diagnósticos se basan en los hombres. «No se ha tenido en cuenta que las mujeres tenemos otros síntomas, por eso, está habiendo ahora una avalancha de adultas autistas», detalla esta madrileña de, ahora, 48 años. 

Nunca encontró explicación a sus dificultades hasta que su hija empezó a tener algunas similitudes. «Era madre primeriza y tampoco sabía, del todo, lo que era normal o no. Pero yo veía que era una niña que lloraba muchísimo y no había forma de consolarla». Primero, le dijeron que tenía cólicos. Unos años después, y ya en el colegio, le comentaron que no atendía en clase, que no miraba a los ojos al hablar pero que sí seguía las conversaciones. «Ahí cometí el error, en ese momento, de obligarle a mirar a los ojos. No conocía su diagnóstico y no sabía que eso podría perjudicarle», lamenta Durán. 

Al terminar la escuela infantil, le dijeron que la pequeña podría tener tener un grado de inmadurez, así que comenzaron una travesía por distintos terapeutas. Nadie dio en el clavo, solo le confirmaron que tenía un procesamiento de información lenta, sin ningún otro diagnóstico. 

Rasgos de TEA

Así que, con una curiosidad innata, empezó a buscar respuestas por su propia cuenta y riesgo. «Quería entender el porqué de esa inmadurez, si se debía a una hiperactividad, a un déficit de atención o a altas capacidades. Y leyendo, me encontré con un artículo que hablaba del asperger en mujeres», recuerda. Muchos rasgos encajaban con su hija y con ella. Rasgos que no sabía que, sin saber que podían definirla, solo habían entorpecido su vida. «En un principio, yo no podía mirar a los ojos, pero lo conseguí a base de mucho entrenamiento», ejemplifica.

A medida que crecía, Rosa se percataba de que ella no era como los demás. «Pasé por mucho bullying, por muchas burlas, porque claro, si eres neurotípico, te das cuenta de lo que sucede, pero al tener autismo, no lo sabía», explica. Así que se adaptó a base de ensayo, prueba y error. Vio que si cambiaba algunos comportamientos, las burlas disminuían. 

Hablar con la gente se le hacía cuesta arriba. «Podía entender a los adultos, pero no sabía qué querían decir los niños». En el colegio, tenía un buen rendimiento académico, pero nulo a nivel social. «Por eso, no he tenido una amistad equilibrada, recíproca o duradera hasta la adultez», detalla.

Rosa, que siempre ha necesitado apoyo psicológico, comentó todas estas diferencias con su especialista de confianza. «Me echó la bronca por autodiagnosticarme y me dijo que yo no cuadraba con el perfil, que no necesitaba ponerme una etiqueta», añade. Pensó que tendría razón e intentó olvidarse del tema. Al menos, hasta los límites que podía. Vivió muchas crisis —que se conocen como shut down o melt down, en inglés—, que le hacían buscar refugio en sitios cerrados. «Ahora sé lo que son, pero en aquel momento, simplemente sabía que no podía soportar ver u oír más cosas, ni hablar con gente, A veces, me daba una explosión de ira», explica. Al tratar de ponerle solución, siempre se encontraba con el mismo muro: «Ansiedad o depresión». 

Hace unos tres años, se abrió una cuenta de TikTok y, en esta red social, encontró varios perfiles de mujeres autistas, con un diagnóstico tardío, en las que se sintió reflejada. Así que la posibilidad de serlo volvió a ocupar su mente. También leyó un libro, La guía autista, del psicólogo Daniel Millán, con un capítulo dedicado a las mujeres, en el que daba una serie de consejos para vivir en un mundo de neurotípicos siendo neurodivergente. 

De perdidos al río, decidió ponerlos en práctica y su vida empezó a mejorar. «Fui reduciendo mi círculo social a las personas con las que me sentía cómoda y con las que no había problema si yo cometía un error a la hora de no entender las normas sociales», enumera. También se dio cuenta de que, para superar una crisis, no le servía salir a correr como le recomendaban muchos psicólogos. «Lo que funcionó fue meterme en una habitación a oscuras, ponerme unos audífonos antirruidos, un antifaz y una manta terapéutica con peso», indica.

La primera vez que lo hizo, recuerda, «fue como si me hubiera tomado una tortilla de orfidales». Su vida se volvió más fácil en muchos sentidos. Para el trabajo, por ejemplo, se compró unas gafas con un cristal rosado, que además de disminuir el efecto de la luz artificial en un momento de sobrecarga sensorial, «también sirven para establecer una especie de barrera física entre la gente y yo». Rosa ha trabajado de cara al público desde su juventud. Primero, en el videoclub de sus padres, y cuando tuvo la carrera, como farmacéutica. 

Sin embargo, la clave para buscar un diagnóstico la encontró en la inestabilidad emocional. Algo hizo click en ella y tomó la decisión. El trastorno del espectro autista se confirmó tanto en ella, como en su hija. Vivió una época de duelo por lo que pudo ser, «eres consciente de que si lo hubieras sabido antes, todo sería más fácil», pero no tardó en sentirse aliviada.

Explica que la sensación antes de saberlo era «de una irrealidad constante»; sentía que estaba metida en su cuerpo y que sus ojos eran una especie de ventanas; ahora bien, el diagnóstico también le ha permitido experimentar con estrategias nuevas. «Mediante técnicas de atención plena me siento más en el aquí y ahora. No estoy pendiente de mi entorno, de los peligros que pueda haber fuera y que no me doy cuenta». Ha podido aceptarse, y lo que todavía es más importante, «saber que no hay nada malo en mí». 

Lucía Cancela
Lucía Cancela
Lucía Cancela

Graduada en Periodismo y CAV. Me especialicé en nuevos formatos en el MPXA. Antes, pasé por Sociedad y después, por la delegación de A Coruña de La Voz de Galicia. Ahora, como redactora en La Voz de la Salud, es momento de contar y seguir aprendiendo sobre ciencia y salud.

Graduada en Periodismo y CAV. Me especialicé en nuevos formatos en el MPXA. Antes, pasé por Sociedad y después, por la delegación de A Coruña de La Voz de Galicia. Ahora, como redactora en La Voz de la Salud, es momento de contar y seguir aprendiendo sobre ciencia y salud.