Gabriel Rubio, psiquiatra: «Un alcohólico no es el que bebe todos los días, es alguien que ha perdido su libertad frente a la bebida»
SALUD MENTAL
El especialista explica que suelen ser necesarios varios intentos para abandonar la bebida definitivamente, pero que las recaídas son normales y forman parte del proceso de desintoxicación
09 jul 2024 . Actualizado a las 17:07 h.El doctor Gabriel Rubio es psiquiatra especializado en el tratamiento de la dependencia al alcohol y jefe del servicio de Psiquiatría en el Hospital Universitario 12 de Octubre, en Madrid. Ha coordinado el programa Ayúdate, ayúdanos, que ha sido galardonado con el premio Albert Jovell en el 2015, y lidera el proyecto Hospital optimista, dedicado a la integración de los grupos de autoayuda para alcohólicos en el programa terapéutico del hospital, un trabajo multidisciplinar que es la base de la recuperación de esta adicción. Su nuevo libro, El laberinto de cristal (Plataforma editorial, 2024), es una guía divulgativa que explora todas las aristas de esta problemática, desde cómo afecta al entorno del paciente hasta el impacto negativo del estigma del alcoholismo en la recuperación.
—¿Qué deberíamos saber acerca de la adicción al alcohol?
—En este momento, en España, hay unas 600.000 personas en tratamiento por adicción al alcohol y otras 600.000 que tienen adicción y no están en tratamiento. Pensemos que son más de un millón de personas. Lo determinante es saber que cuando uno empieza a beber no quiere ser alcohólico. Esto es una enfermedad, es un trastorno mental. No un vicio. Y la recuperación tiene un proceso. No es cuestión de dejar de beber hoy y se acabó, aquí no hay una curación como la de una gripe. Y la familia tiene que entender esto para no equivocarse y caer en la simpleza de pensar que si lleva tres meses sin beber, puede celebrarlo tomándose una cervecita y no pasa nada.
—¿Qué se entiende a nivel médico por alcoholismo?
—La mayor parte de las personas tienen la idea de que alguien dependiente del alcohol va todo el día bebido y que llega a casa a cuatro patas por la noche, o que ha perdido el trabajo debido a esto. Pero existe el alcoholismo funcional y hay personas que mantienen el trabajo. Hay otros que tienen repercusiones en su vida laboral y familiar. Pero el grupo es muy heterogéneo. La idea del alcohólico que la gente puede tener es solo un subgrupo.
—¿Cómo puede saber una persona si tiene problemas con el alcohol?
—El criterio fundamental es que a la persona le cueste no beber en determinados lugares o contextos, aunque no sepa muy bien por qué. Cuando empieza a darse cuenta de que a veces se le va la mano con la bebida, ya puede que haya un problema. Un alcohólico no es el que bebe todos los días. Es aquella persona que ha perdido su libertad frente a la bebida. Hay muchos bebedores intermitentes que a lo mejor no beben todos los días, pero que son incapaces de ir a una fiesta y no beber. Cuando el alcohol empieza a controlar tus hábitos, estás cruzando esa línea roja. Cuando el individuo empieza a beber para aliviar estados emocionales negativos, está entrando al terreno de la dependencia.
—¿El alcoholismo tiene un componente hereditario?
—El alcoholismo no se hereda. Aunque uno tenga padres y abuelos alcohólicos, si se cría en un sitio donde el alcohol está prohibido, es muy improbable que desarrolle la enfermedad. Hay factores que tienen que ver con la personalidad, pero otros tienen que ver con la cultura y el ambiente. Si vivimos en una sociedad en la que se bebe en los bautizos, en las bodas, en las celebraciones y en los funerales, en la que prácticamente es imposible que haya una reunión sin alcohol, lo que les transmitimos a los menores es que el alcohol es motivo de reunión. Y cuando una persona joven no quiere beber, sus amiguitos le excluyen. Por lo tanto, lo que se hereda son factores de vulnerabilidad, pero no la enfermedad. Después, si el alcohol está disponible y es barato, eso aumenta el riesgo.
—¿Cómo impacta en los hijos el alcoholismo de los padres?
—El que haya un padre o una madre con un problema de adicción al alcohol condiciona que los hijos adopten un papel o un rol frente a esa persona. Hay chicos que se rebelan y culpan a ese padre de todos los problemas, hay otros que están siempre buscando disculparle. Ese rol del niño o la niña, si se mantiene en el tiempo, genera una serie de problemas psicológicos. Son experiencias traumáticas y no necesariamente se trata de que tus padres te peguen. Lo más frecuente, de hecho, es la negligencia emocional.
—¿En qué consiste esa negligencia emocional?
—Cuando un adolescente de 12 o 13 años llega a su casa y su madre ha bebido, aunque ella esté ahí, desde el punto de vista emocional, aunque no le pegue ni le insulte, no le da la sensación de seguridad que un hijo necesita. Cuando estamos bajo los efectos del alcohol, emocionalmente, estamos ausentes. Si papá bebe y mamá está pendiente de si papá bebió, ¿quién se ocupa de mí? El sentimiento de culpa que tienen las familias por tener una persona alcohólica en casa hace que los niños no quieran traer a amigos a casa. Todo eso va dejando secuelas que pueden permanecer en la edad adulta.
—¿Cómo son en la vida adulta estas secuelas?
—Serán personas con problemas en sus relaciones interpersonales o en sus trabajos. A veces eligen a parejas que también son alcohólicas porque creen que les van a poder ayudar. A lo mejor, cuando uno es joven, si los padres beben, después uno en su ambiente también se junta con otra gente que bebe mucho. Entre los hijos e hijas de personas dependientes del alcohol suele haber una tendencia a unirse a personas tóxicas. Y eso es fruto de esas experiencias traumáticas no resueltas que hemos tenido durante nuestra infancia y adolescencia.
—¿Qué lleva a los jóvenes a empezar a beber?
—Generalmente, cuando empezamos a beber, pensamos que el alcohol es bueno. Estamos acostumbrados a relacionarlo con alegría y fiesta. Cuando alguien no quiere beber se ve forzado a hacerlo porque su grupo de referencia lo hace y si no, sientes que no estás integrado. Durante la adolescencia, los jóvenes necesitan formar parte de un grupo. Necesitamos ese grupo de referencia y distanciarnos de nuestros padres, por eso es tan importante ser aceptados.
—¿Cómo actúa el alcohol en el cerebro? ¿Qué efectos tiene?
—El alcohol interacciona con una zona del cerebro que se llama circuito de recompensa. Cada vez que bebemos se produce una sensación agradable que es como un premio y cuando recibe ese premio, el individuo tiende a repetir esa conducta. Ese circuito es el que hace que disfrutemos de comer y de tener relaciones sexuales, ya que estas son conductas necesarias para la supervivencia de la especie. Cuando se mete el alcohol en ese circuito, queda grabado allí y, biológicamente, no se lo puede borrar. Por eso, cuando uno tiene una dependencia grave al alcohol, no puede volver a beber como antes. No bebes tanto porque quieras, sino porque crees que controlas. Además, el individuo empieza a utilizar la bebida para aliviar estados emocionales negativos que están alojados en la amígdala. Esta es la que nos avisa de emociones que tienen que ver con peligros, con la preocupación y con la tristeza. Entonces, la persona utiliza el alcohol para quitar el malestar. Esas dos zonas relacionadas con la supervivencia y con evitar los peligros se ven claramente implicadas en la relación con el alcohol.
—¿Cómo se trabaja para llegar a la recuperación?
—La recuperación es un proceso basado en la adquisición de valores. Cuando acuden, los pacientes quieren simplemente dejar de beber, pero la recuperación no es solo eso, tienen que aprender a afrontar las emociones negativas sin recurrir al alcohol ni a otras conductas tóxicas, y tienen que obtener herramientas para lograrlo. La mayoría de los programas de recuperación contemplan esto. Me suelen preguntar si las asociaciones de ayuda mutua aportan algo al tratamiento y mi respuesta es: desde luego. Debemos tener en cuenta que a la adicción se llega, en general, a través del grupo y también se sale de ella en grupo.
—¿Cuánto dura este proceso?
—El proceso de recuperación dura cinco años, aunque a los tres meses estás desintoxicado. Lo que pasa es que el paciente se tiene que dar cuenta de que muchas de sus conductas estaban guiadas por el alcohol. Se ve obligado a hacer cambios en su vida para ir reemplazando esas conductas por otras saludables pero que sean agradables. En vez de irme al bar, me voy a dar un paseo. Entonces, dejar de beber y desintoxicarse es solo el primer paso. Después, hay que tomar consciencia de que esto es una enfermedad, hacer esos cambios en la vida, que cuestan mucho. Después de esa recuperación emocional, uno se da cuenta de que su relación con los demás y su trabajo es mejor. Llega un momento, al cabo de unos años, en el que uno se siente orgulloso de lo que ha conseguido con su sobriedad, entonces, ya no le compensa beber alcohol porque ahora se siente una persona digna. Hay que pasar por esas fases.
—¿Es necesario dejar para siempre de beber para siempre tras la adicción?
—No nos gusta hablar de curación y tampoco de volver a beber. Cuando un paciente pregunta si va a poder volver a beber, te das cuenta de que su foco está todavía en el alcohol. A medida que pasa el tiempo, ellos mismos se dan cuenta de que no quieren perder esas relaciones, esa dignidad y ese trabajo que han conseguido con su sobriedad por una copa.
—¿Es frecuente que haya recaídas?
—Claro. Yo no conozco a nadie que lo haya dejado a la primera. Son necesarios varios intentos. En los primeros meses, suele haber pequeñas recaídas, pero intentamos que sean lo más leves posible, que los pacientes lo cuenten y no se sientan avergonzados de ello. Para eso, las asociaciones de alcohólicos son de gran ayuda. Pero no pueden decir: «Ahora que estoy recuperado, puedo beber otra vez», porque cuando lo hacen, se les va de las manos.
—¿Qué le diría a alguien que ha intentado dejar de beber pero no logró hacerlo permanentemente?
—Que la recuperación es posible. Que después de la recuperación, la calidad de vida de las personas, su sensación de bienestar y de dignidad, es enorme. Y si usted tiene a un familiar con problemas con el alcohol, pida ayuda para usted, no solo para su familiar. Cuando las familias vienen y les decimos que vengan a la terapia para familiares, muchas veces, no quieren hacerlo o consideran que no es necesario. Dicen: «Con que mi marido no beba, yo ya estoy bien». Pero el alcoholismo siempre afecta a los demás miembros de la familia y ellos también requieren apoyo y contención.