Alicia Valiente, psiquiatra: «El hecho de sufrir un trauma aumenta por tres las posibilidades de sufrir un segundo»

Lois Balado Tomé
Lois Balado LA VOZ DE LA SALUD

SALUD MENTAL

La psiquiatra, Alicia Valiente.
La psiquiatra, Alicia Valiente. La Voz de la Salud

La profesional, especializada en los efectos de los eventos traumáticos sobre la salud mental, fue una de las ponentes del seminario «La herida (in)visible», organizado por Lundbeck

24 jul 2024 . Actualizado a las 11:00 h.

Hace años que la palabra «trauma» se incorporó a nuestro vocabulario. Coloquialmente, decimos que alguien está «traumatizado» con algo; una forma de dar a entender que a esa persona, determinado evento le causó un fuerte impacto condicionando su vida presente. Sin embargo, como con tantos otros términos, lo hemos roto de tanto usarlo. No todo lo traumático acaba en un problema mental; del mismo modo, hemos infravalorado el potencial dañino para nuestra salud de un acontecimiento traumático. Como población, pero también desde los círculos académicos. De un tiempo a esta parte, los expertos en salud mental sí son cada vez más conscientes de que vivir un episodio traumático puede ser un desencadenante de todo tipo de trastornos mentales. Por supuesto de estrés postraumático, pero también de todo lo demás. De la depresión a la psicosis y multiplicando el riesgo de suicidio.

«En nuestro hospital hicimos un metaanálisis en paraguas, un análisis a gran escala que fue publicado en la revista especializada European Archives of Psichiatry and Clinical Neuroscience que buscaba saber si el trauma psicológico podía ser un factor de riesgo para sufrir patologías mentales. Y lo es, para cualquier enfermedad. Además, vimos que la aparición de trauma en la infancia multiplicaba por tres el riesgo de desarrollar problemas en la edad adulta», explica Alicia Valiente, psiquiatra en el Hospital del Mar de Barcelona y una de las firmantes de este artículo científico. Durante el XXII Seminario Lundbeck sobre Trauma y Depresión celebrado en Sitges, Valiente fue una de las ponentes que se encargó de visibilizar la importancia que supone para la futura salud mental de la población la aparición de este tipo de eventos. 

—Se dice que, a lo largo de nuestra vida, todos vamos a sufrir algún episodio potencialmente traumático. Pero no todo el mundo acabará sufriendo un trastorno psicológico.

—En general, tenemos una capacidad natural de superar las situaciones adversas. Todos vamos a tener una experiencia traumática, pero los datos nos dicen que solo un 3,6 % va a desarrollar un trastorno de estrés postraumático. Afortunadamente, tenemos mucha capacidad de superar este tipo de situaciones adversas, con lo que no todo nos va a impactar negativamente.

—¿Cuáles son los traumas más habituales en la infancia y adolescencia y cuáles los de la edad adulta?

—Durante la infancia, el abuso físico, el abuso emocional, el abuso sexual, la negligencia física —no atender a necesidades de comida, ropa limpia o llevarlo al médico—, la negligencia emocional, el uso de drogas en el ámbito familiar, la presencia de trastornos mentales en casa, ser testigos de violencia y peleas en el hogar, el bullying o la sobreprotección. En la vida adulta, la violencia sexual y machista, los divorcios traumáticos, la pérdida de seres queridos, la aparición de enfermedades graves invalidantes, el mobbing laboral, sufrir adversidades económicas, accidentes y catástrofes como una guerra, un terremoto o, por ejemplo, una pandemia. 

—Todavía se escucha eso de que «el tiempo todo lo cura», ¿es aplicable al trauma?

—El tiempo no lo cura todo. Es verdad que situaciones vitales negativas que todos vivimos tienen una intensidad diferente cuando las vivimos en el momento presente y que, de una manera natural, podemos ir procesándolas e integrándolas con el tiempo. Pero cuando una experiencia es traumática, el tiempo no la cura. El tiempo sí ayuda a atenuar las emociones, pero en una experiencia traumática, capaz de generarnos una serie de síntomas entre los que se encuentran las alteraciones cognitivas y del estado de ánimo, la reactividad de una persona, que nos hace evitar cosas o producir síntomas intrusivos como sueños o incluso reacciones fisiológicas intensas, todo eso va a persistir a lo largo del tiempo. Y muchas veces pueden incluso complicarse.  

—¿Cómo se ha tratado tradicionalmente el trauma?, ¿cuánto se ha tenido en cuenta?

—No demasiado, a pesar de que ya desde el siglo pasado los psiquiatras clásicos lo incluían como un factor de riesgo para enfermedades mentales. Emil Kraepelin, por ejemplo, considerado uno de los padres de la psiquiatría, a finales de 1800 ya decía que situaciones de acoso podían inducir enfermedad mental, pero a lo largo de los años ha sido un factor bastante olvidado. Probablemente, en los últimos años nos hayamos ceñido a un modelo más biologicista, por el que todo estaba en los genes y los síntomas, sin centrarnos tanto en las experiencias o en el ambiente. Afortunadamente, cada vez más le estamos prestando la atención que le corresponde, porque cada vez hay más estudios que apuntan sobre la importancia de la interacción gen-ambiente. El papel de ese ambiente como inductor de algunas enfermedades.

—Me ha sorprendido escucharle decir que la presencia de trauma, además de con enfermedades psiquiátricas, también se relaciona con una mayor probabilidad de desarrollar cáncer, enfermedades inflamatorias o fibromialgia.

—Sí. Hay muchas enfermedades. En las enfermedades que están más cerca de la psiquiatría, estas que llamamos psicosomáticas, sí tenemos más presente el papel que puede jugar el trauma. Pero es que además hay mucha literatura científica que ha relacionado cánceres como el de pulmón o el de mama con el trauma, funcionando como un factor de riesgo. Normalmente, nunca lo hubiéramos asociado porque son patologías que se relacionarían con el estilo de vida, con factores de vulnerabilidad o de predisposición genética. Pero ahí están esos trabajos.

—Cuando introducimos el ambiente, todo se complica. Llama la atención que, en ocasiones, quien acaba desarrollando una patología mental a causa de un trauma no es la víctima principal, sino un testigo de la agresión. Esto es algo que, a veces, a los afectados les cuesta entender. ¿Porque sufren ellos si no son las 'víctimas'? Se sienten impostores. 

—Es algo muy común. De hecho, uno de los criterios para hacer el diagnóstico de estrés postraumático es ser «víctima o testigo de»; que algo malo le pase a una persona muy querida. Dentro de un núcleo familiar, tú puedes no ser la víctima, pero si le pasa algo a alguien a quien quieres mucho, ese impacto puede ser igual o superior al de la propia víctima. Es una situación que se suele dar, es muy típica. También se puede dar el estrés postraumático en personas que se dedican a recoger información de personas que han sido abusadas. O les pasa, por ejemplo, a policías o a socorristas que asisten a personas víctimas de una situación violenta, a personas que recogen restos humanos. Este tipo de pacientes, que están expuestas a detalles repulsivos y traumáticos, también pueden desarrollar estrés postraumático. Un policía que toma testimonio a víctimas de violencia sexual o que atiende casos de violencia machista también puede desarrollar este trastorno únicamente por estar expuestos a este tipo de detalles.

—En el mundo de la psiquiatría, y en concreto en el del trauma, ha entrado al tablero la palabra resiliencia como factor para recuperarse de un trauma. ¿Cuánto de importante es?

—Estamos hablando de una capacidad personal de cada individuo; hay quien tiene más resiliencia y hay quien tiene menos. Pero no podemos olvidar otros factores de nuestro entorno que van a jugar un papel clave en cómo va a afectarnos un evento traumático como es el apoyo familiar o social, que son aspectos complementarios. Porque la resiliencia no la podemos aumentar. A día de hoy, tenemos lo que tenemos. 

—No la podemos aumentar, pero es que tampoco la podemos medir, a diferencia de, por ejemplo, la renta familiar, que también es un factor de riesgo.

—Exacto. Pero es verdad que la parte ambiental, la familia y el entorno del paciente, siempre nos da la posibilidad de hacer más cosas. 

 —Usted explica también que el trauma se agrega. ¿Quiere esto decir que si sufrimos dos eventos traumáticos sufriremos el doble?

—No es tan sencillo. El hecho de sufrir un trauma aumenta por tres las posibilidades de sufrir un segundo. Pero cada trauma va generando una especie de poso, unas consecuencias, unos síntomas. Se aumenta la vulnerabilidad de la persona a poder sufrir un trastorno asociado al trauma. Además, es muy probable que sea un trastorno más grave. Es el llamado efecto dosis dependiente: cuanto más trauma acumulo, más grave va a ser mi trastorno. Y, probablemente, más difícil va a ser de tratar y de recuperar. Pero eso no quita que una intervención psicológica adecuada, pueda aliviar el cuadro clínico.

 —¿Qué importancia tiene el abordaje inmediato tras el trauma?

—Las guías clínicas recomiendan la intervención precoz; cuanto antes, mejor. El tratamiento precoz permite prevenir el desarrollo de un trastorno asociado al trauma. Tú puedes tener una experiencia traumática que puede derivar en un trastorno asociado al trauma, pero si tú intervienes de manera precoz mejoras la capacidad de asimilar, de adaptarse a la experiencia traumática y que tenga menos impacto.  

 —Los abusos físicos y sexuales son factores de riesgo, pero es que son precisamente, y hay estudios sobre esto, dos de los temas que los pacientes no cuentan a sus médicos de atención primaria.

—Creo que hay señales que pueden servir a, por ejemplo, los padres para detectar lo que está pasando. A veces no tienes claro lo que puede estarle pasando a un niño, porque un abuso puede acontecer en un ámbito que no es el familiar. Pero aunque suceda en el ámbito escolar, el pediatra en este caso sí puede notar un cambio en el niño. Que esté más irritable, que duerma o se comporte peor. Hay una serie de señales que pueden indicar que ese niño está sufriendo algo, señales que los padres deben poder transmitir, porque el niño, que es demasiado pequeño, difícilmente lo va a poder hacer. La clave es que los pediatras y los profesionales de la salud tengan la información de que esto es una posibilidad. Y que a, partir de ahí, se puedan detectar estas situaciones de la manera más precoz posible. 

—El problema es que si el abuso se produce dentro de la familia, ¿cómo puede darse cuenta el médico de la situación?

—Ahí estamos ante situaciones mucho más complejas. Es muy posible que la información, en esas visitas breves al pediatra, no se pueda detectar de una manera clara. Podemos tener ciertos indicios, como presencia de golpes en las revisiones, que pueden hacer sospechar al pediatra. Pero tiene que haber unos circuitos bien estructurados en los que el profesional sepa que tiene que activar para poder preservar y proteger a ese niño.

Lois Balado Tomé
Lois Balado Tomé
Lois Balado Tomé

A Coruña (1988). Redactor multimedia que lleva más de una década haciendo periodismo. Un viaje que empezó en televisión, continuó en la redacción de un periódico y que ahora navega en las aguas abiertas de Internet. Creo en las nuevas narrativas, en que cambian las formas de informarse pero que la necesidad por saber sigue ahí. Conté historias políticas, conté historias deportivas y ahora cuento historias de salud.

A Coruña (1988). Redactor multimedia que lleva más de una década haciendo periodismo. Un viaje que empezó en televisión, continuó en la redacción de un periódico y que ahora navega en las aguas abiertas de Internet. Creo en las nuevas narrativas, en que cambian las formas de informarse pero que la necesidad por saber sigue ahí. Conté historias políticas, conté historias deportivas y ahora cuento historias de salud.