En un escenario socioeconómico de total incertidumbre y ante la falta de alternativas públicas que permitan el acceso a la psicoterapia, el consumo de recetas de antidepresivos sigue disparado
17 nov 2024 . Actualizado a las 14:37 h.El 28 % de fármacos con receta que se dispensan en España son medicamentos que actúan sobre el sistema nervioso central, el mayor porcentaje de todos los grupos anatómicos que atiende la sanidad. Solo en el mes de marzo del 2024, últimos datos recopilados por el ministerio, se dispensaron en las farmacias españolas más de cuatro millones y medio de antidepresivos. Son los números de solo un mes. Alejando la lupa, los ciudadanos consumieron el año pasado más de 54 millones de envases; en el 2010, primera vez que se recopilaban datos, el número de recetas de antidepresivos consumidos por la población no alcanzó los 35 millones. Son veinte millones más de cajas en menos de quince años. Galicia, según la última Encuesta Nacional de Salud, es la segunda comunidad autónoma que más antidepresivos consume solo por detrás de Asturias. Si observamos los datos de tranquilizantes, relajantes y pastillas para dormir, la comunidad lidera el ránking nacional.
No todos los antidepresivos son iguales, pero una sola familia se lleva, aproximadamente, la mitad del total de recetas del estado. Son los llamados inhibidores selectivos de recaptación de la serotonina (ISRS). Un mecanismo de acción que apareció por primera vez a finales de los años setenta con la fluoxetina —el famoso Prozac— como pionera y que hoy incluye en su abanico terapéutico a moléculas tan comunes como la paroxetina, la sertralina, el citalopram o el escitalopram.
Para explicar todas las aristas de este crecimiento exponencial se deben recorrer todos los vértices. Los antidepresivos no son consumidos exclusivamente por personas deprimidas. Muchos de estos medicamentos son combinados con ansiolíticos en pacientes que padecen cuadros de ansiedad, por lo que más antidepresivos no es sinónimo de más personas deprimidas. Además, la mayor exposición pública de los problemas de salud mental ha hecho que se multiplique el número de personas que consultan a su médico; no es que antes no los hubiese, es que antes no se decía. En el otro lado de la balanza, sociedades en constantes crisis de todo tipo —pandemias, guerras, inflación, precariedad e, incluso, de valores— han multiplicado el número de personas incapaces de gestionar el día a día.
En el 2023 en España, las bajas laborales relacionadas con los «trastornos mentales y del comportamiento» batieron un récord absoluto alcanzando la cifra de 597.686 incapacidades temporales. El debate social está ahí, pero también el debate médico. Un revisión sistemática del uso de estos fármacos publicado en la revista Nature en julio del 2022 que se convirtió en uno de los artículos más compartidos de la historia de la ciencia, cuestionaba la falta de evidencia científica de su mecanismo de actuación y argumentaba que las diferencias en el largo plazo entre los resultados obtenidos con los ISRS y el placebo eran muy pequeñas. Una bomba que hizo reaccionar al mundo de la psiquiatría, que confrontaban este trabajo con su evidencia clínica.
Pero detrás de los números, de la discusión académica, están los pacientes. Afectados que viven una realidad común. La de la cronificación de los tratamientos. «Tanto los inhibidores selectivos de la recaptación de serotonina como los medicamentos duales —dos tipos de antidepresivos que también tienen la indicación de ansiedad generalizada— no actúan al día, al momento, sino que su efecto se nota pasadas unas tres o cuatro semanas. Mientras que esperamos a que hagan efecto, hemos de intentar que los pacientes controlen y no abusen de benzodiacepinas. A la larga, el objetivo es quedarse solo con con el inhibidor selectivo de la recaptación de serotonina o el antidepresivo dual durante un período que va entre los seis o doce meses, dependiendo de cada caso», explicó a La Voz de la Salud el psiquiatra Josep Ramón Domènech, expresidente de Asociación Española de Psiquiatría Privada (ASEPP). ¿Pero cuántos pacientes cumplen realmente con esta pauta y cuántos continúan medicándose una vez consumida esta horquilla temporal y por qué?
Inma: «Tengo 50 años y llevo tomando antidepresivos desde los 19»
Inma tiene 50 años y lleva tomando antidepresivos desde los 19. «No siempre ha sido el mismo tipo de antidepresivos, he tenido que ir cambiando. Cuando empecé, no eran ni siquiera ISRS, eran los tricíclicos y se hacían combinaciones», declara, dejando patente lo añejo de su historial con los psicofármacos. Pasados los veinte, el boom de la sertralina llegó a su receta. Siempre afectada por la ansiedad y con una infancia marcada por la presencia de fobias, sufrió una depresión que se desató tras abandonar su pueblo de Lleida e irse a Barcelona para estudiar una carrera universitaria. «Lejos de casa, con la presión de los estudios, me descontrolé». Con este fármaco, logró mantenerse estable hasta que, en el 2018, sufrió una recaída por un cuadro de ansiedad generalizada y tuvo que cambiar de principio activo. De la sertralina pasó a la fluvoxamina, una prima hermana, pero no funcionó. Otro cambio y una nueva pauta, esta vez con paroxetina. Otro miembro de esta familia de inhibidores selectivos de recaptación de la serotonina con el que continúa a tratamiento a día de hoy, además de disponer de ansiolíticos pautados (diazepam) para usar como terapia de rescate en caso de necesitarla.
«Nadie se medica por gusto y hay que poner en la balanza lo positivo y lo negativo. Si no tuviera que medicarme lo preferiría, obviamente, pero yo lo necesito. Porque me conozco», explica. Alguna vez, con más curiosidad que intención, comentó en la consulta de psiquiatría la posibilidad de abandonar este tratamiento, algo que se le desaconsejó. «Prefiero no hacer experimentos». En tantos años de trayectoria clínica lo ha probado todo. También la psicoterapia, algo que dice no haberle dado nunca resultados. «La teoría me la conozco, pero es que siempre te acaban diciendo lo mismo. A veces no es suficiente con decir que hay que tener voluntad de hacerlo, a veces va más allá de la voluntad. No soy muy partidaria, considero que no me aporta nada y nunca me ha ayudado demasiado. Sin la medicación no hubiese tenido el bienestar que he tenido», aduce, aclarando que habla únicamente por ella. De hecho, explica el aumento de prescripciones debido a la falta de acceso y personal en salud mental pública; que lo más fácil es «dar la pastilla». «Hay personas que si tuviesen acceso a la terapia, que es muy cara, podrían prescindir del tratamiento».
«Lo que sí me gustaría es que sacasen algo que fuese más rápido. Porque con los actuales hay que esperar de dos a cuatro semanas para ver si funciona. Es lento y en ese impás te encuentras mal. Después hay que ajustar la dosis, es muy pesado». Con los años ha acabado conociendo, gracias también a plataformas como la asociación Ayuda Mutua para los Trastornos de Ansiedad (AMTAES), otras personas en posiciones similares a la suya que la ha comprendido. «La gente que no lo ha padecido, no siempre lo entiende. No hay mala intención, entiendo que cueste entender que tenemos miedos que se ven absurdos e irracionales, pero que te comprendan ayuda a no sentirte tan solo y a quitar el estigma».
En su vida, se ha encontrado muchas posturas sobre este tipo de medicamentos: «Me he encontrado gente que habla muy mal de los psicofármacos, que los consideran una tirita que no va al origen del problema. Pero es que no siempre tiene que haber un problema concreto. A veces es como una diabetes o un asma. Algo de nacimiento. Hay gente que lo podrá dejar, pero hay otros que tenemos que continuar. Y fastidia escuchar que se va a lo fácil porque estás tomando pastillas, cuando no es fácil. Que no nos hagan sentir culpables», pide.
Los datos de la salud mental en Galicia
Liderando los ránkings: Según la última Encuesta Nacional de Salud, Galicia lidera el consumo nacional de tranquilizantes, relajantes y pastillas para dormir dentro de la totalidad del territorio español. El 16 % del total de los ansiolíticos del país serían consumidos por gallegos. La diferencia entre géneros es muy acentuada. Las mujeres están cerca de doblar el uso de este tipo de psicofármacos que hacen los hombres.
Segundos en consumo de antidepresivos: Con respecto a los tratamientos antidepresivos, la última encuesta Nacional de Estadística ubica a Galicia en segunda posición con un porcentaje del pastel nacional que alcanza el 9,56 %. Solo Asturias supera a la comunidad gallega con el 10,68% del total. La tercera posición la ocupa Navarra (6,22 %).
Cinco psicólogos por cada 100.000 personas: Pese a que el Plan de Saúde Mental de Galicia poscovid-19 2020-2024 incrementó en un 48 % el número de psicólogos en el Sergas, Galicia cuenta con 5,2 psicólogos por cada 100.000 habitantes. La recomendación estimada está en 12 profesionales por cada 100.000 personas.
La encuesta de la Xunta: el Sistema de Información sobre Conductas de Riesgo del año 2023 del Sergas refleja que de cada diez gallegos, dos admiten tener o haber tenido depresión. Una enfermedad especialmente presente entre las gallegas. El 27% de las mujeres aseguran convivir con ella o haberle hecho frente al 12% de hombres.
Suicidio: Galicia registró durante el 2022, la segunda tasa de suicidio más elevada del conjunto del Estado, únicamente superada por Asturias. La comunidad tiene una tasa que supera en 37 puntos la media del Estado.
Bajas laborales: Los problemas de salud mental (estrés, ansiedad o depresión) son la segunda causa de baja laboral en Galicia, solo superados por los trastornos musculoesqueléticos.
Lucía: «Ahora mismo no las puedo dejar, pero me gustaría»
La voz de Lucía suena cansada, apenas un hilo tenue, apagado. Empezó a tomar sertralina a los 26 años a causa de un cuadro de estrés postraumático. Tiene 31 y sigue haciéndolo. «Tenía superclaro que yo no quería tomar pastillas nunca, pero me dijeron que sería solo durante un tiempo. Pero veo que pasan los años y que las sigo tomando», reconoce. La ficha técnica de este fármaco indica que, en el caso de su patología, el efecto terapéutico suele observarse en siete días, aunque «normalmente se necesitan períodos más largos para obtener una respuesta terapéutica», aclara el documento.
Tras cinco años, dice ver «negro el futuro». En situación de desempleo, solo tras «intentar quitarse del medio» y de sufrir varios ingresos ha tenido acceso a psicoterapia de manera semanal en la sanidad pública. Hasta entonces, ningún médico realizó un seguimiento de su pauta farmacológica o evolución clínica. «Ahora mismo no las puedo dejar porque acabo de sufrir un ingreso, pero me gustaría dejarlos lo más pronto posible. La verdad».
Alberto: «Los tratamientos se alargan porque no existen alternativas»
Alberto, de 29 años, es psicólogo y consume antidepresivos. En los años noventa, cuando la salud mental estaba confinada en el armario, su historia sería un chascarrillo. «¿Saben cuál es el colmo de un psicólogo?». Pero en el 2024 resulta insultantemente ingenuo pensar que el conocimiento de las emociones supone evitar que la vida nos sobrepase. Su historia es una narración de idas y venidas. De recurrir a los antidepresivos, de abandonarlos y volver a reencontrarse. Comenzó con un tratamiento combinado de benzodiazepinas y escitalopram a los 19 años por un cuadro de ansiedad generalizada, con mucha ansiedad social. Logró dejarlos, hasta que en el 2020 —en plena pandemia— volvió a padecer crisis que le llevaron a ser recetado temporalmente con sertralina. Abandonó de nuevo los fármacos hasta que, en julio de este 2024, volvió a tener que recurrir a este antidepresivo. La angustia por su futuro laboral, fue la causa de su última receta.
«Siempre he acompañado estos tratamientos de psicoterapia, he tenido la fortuna de poder costearme un psicólogo privado. Además, también he recurrido a las benzodiazepinas, que me está costando quitarme», admite. Por su formación y experiencia, realiza un análisis bien pulido del porqué de esta espiral farmacológica. «Creo que son un parche, que vienen bien en muchos casos, pero que es la incertidumbre política, social y económica que vivimos la que los ha convertido en necesarios. Mucha gente se ve empujada a ellos por este panorama. Y claro, también el hecho de que no exista un tratamiento psicológico efectivo desde lo público. Si quieres terapia, te la tienes que pagar. Si puedes. Mucha gente comienza a tomar antidepresivos porque no tiene una alternativa en forma de tratamiento psicológico», asegura.
Dice que la deshabituación tras sus sucesivos tratamiento no ha sido «tan difícil». «Lo más complicado para mí ha sido prescindir de los ansiolíticos». Cuando ha conseguido estar psicológicamente bien, ha podido, poco a poco, quitarse los antidepresivos. Pero siempre gracias al apoyo psicológico. «Los tratamientos se alargan porque no existen alternativas. La gente no se puede permitir un trabajo psicológico más allá del farmacológico, que idealmente debe ser combinado. Cuando solo tienes la pastilla como alternativa, acabas tomándolos durante años», razona.
Mireia: «Hay que aprender a convivir con la angustia, con la tristeza y el miedo»
Dicen los especialistas que todos viviremos varios eventos en nuestras vidas potencialmente traumáticos. Solo un 3,6 % de ellos van a acabar desarrollando un trastorno de estrés postraumático, pero es difícil escapar de él cuando se presenta tan crudamente como lo hizo en la historia de Mireia. Una joven falleció delante de ella sin que pudiese socorrerla, un acontecimiento que acabaría por desencadenarle con el paso del tiempo ataques de pánico y agorafobia. «Me afectó mucho. Yo no sabía qué era la ansiedad, pero no podía salir de casa ni hacer nada», recuerda. La primera crisis la cogió de vacaciones en Asturias, lugar de refugio familiar. «El médico de cabecera de mi pueblo me dio las primeras benzodiazepinas que me tomé, pero no acababa de estar regulada». Su madre, enfermera psiquiátrica, la llevó a ver a uno de los doctores con los que trabajaba. «Me recetó paroxetina, con la que estuve varios años. Con este medicamento, con seguimiento del psiquiatra y terapia logré controlar los ataques de pánico. Estaba bien así que, un año y medio después, me fui a Francia a trabajar», continúa.
Fisioterapeuta de profesión, muy en contacto —tanto en lo familiar como en lo laboral— con la esfera sanitaria, hizo su primer intento de abandonar el antidepresivo. «Estaba bien, el psiquiatra de España me llamaba, hacíamos consulta telemática y lo hice de manera pautada. Pero cuando llevaba unos seis meses, todo era un desastre. Tomaba 20 mg de paroxetina y, cuando llegué a los 10, me empecé a descompensar, otra vez con ataques de pánico muy intensos. Le cogí miedo a intentar dejarla y volvió a la pauta inicial».
En el 2020 volvió a intentarlo. Una pauta de deshabituación que se prolongó durante dos años. «Tuve que pasar a la paroxetina en jarabe para poder ir bajando cada mes 0,5 mg. Por eso tardé tanto. Bajar de los 10 mg me costó muchísimo», cuenta, porque no decirlo, con cierto orgullo por su perseverancia. Aunque reconoce que es algo que no le hizo demasiada gracia, asumió que, para poder alcanzar la meta, tendría que recurrir a las benzodiazepinas —fármacos más peligrosos por su potencial adictivo— para obtener una ayuda extra . Y, así, lo consiguió. «En el 2022 logré llegar a cero, y así me mantuve hasta finales del 2023. Sin absolutamente nada y estando bien. Pero sufrí otro evento traumático, alguien de mi familia murió inesperadamente, y me volví a descompensar. El psiquiatra me recetó sertralina —otro antidepresivo distinto—, pero a muy bajas dosis», rememora.
Preguntada por qué consumió tantos esfuerzos en abandonar el tratamiento a sabiendas de que es una persona sensible, explica que no le gusta tomarse medicación: «También sabiendo que soy joven o que si el día de mañana quiero tener hijos, no quiero tener dependencias de medicamentos. A mí me gustaría poder gestionarlo yo misma. Por eso también trabajo con la psicóloga. La idea es que la sertralina, ya que he estado muy agobiada, me sirva para darme un respiro y, mientras tanto, aprovechar para tratar cosas en terapia que me remueven y sobre las que me costaría poder profundizar en terapia sin el medicamento. Cuando vea que todo esto lo puedo gestionar sola, quitaré la sertralina de mi vida», asegura.
Muy consciente de lo todo el proceso que sigue atravesando, también pasa facturas. «En el colegio nadie nos ha enseñado a gestionar las emociones, a enfrentar nuestros miedos. A lo mejor hay que mirar un poco ahí, que venimos de una generación de padres que no saben gestionar sus emociones y que nadie nos ha enseñado cómo hacerlo. Es decir, nos encontramos con una sobredosis de información que no sabemos cómo gestionar y con unas emociones que tampoco. Es un bote cerrado que llega un momento en el que explota. Está claro que el cambio de valores de la sociedad están ahí, pero también creo que hay un trabajo personal», asume. No demoniza el uso de estos medicamentos, pero sí se muestra crítica con la actual gestión de la salud mental de la población. «En efecto, la medicación es lo más fácil. Me pasa algo, me tomo una pastilla y se pone todo más fácil. Los antidepresivos son una buena opción si hay un trabajo psicológico detrás que te permitirá afrontar un problema que no puedes gestionar. Está bien tener una ayuda durante un tiempo mientras trabajas para acompañar esos sentimientos. Y cuando estés listo, los abandonas. Pero hoy en día cualquiera va al médico, dice que tiene malestar y le dan un antidepresivo de este tipo. Yo no creo que esa sea la solución. Hay que aprender a convivir con la angustia, con la tristeza y el miedo. Los antidepresivos inhiben estas emociones y eso no puede ser», argumenta.