Anabel González, psicoterapeuta: «Para que se cure una herida no siempre tengo que perdonar al que me la causó»

SALUD MENTAL

La experta explica cómo superar las situaciones de abandono que se manifiestan con síntomas de salud mental a lo largo de la vida
02 mar 2025 . Actualizado a las 17:24 h.Las ausencias, las pérdidas y las traiciones configuran el mapa de nuestras heridas más profundas. Como explica la psiquiatra y psicoterapeuta Anabel González, aquello que hubiera sido importante que pasara y no pasó deja las huellas más duraderas en nuestro interior. El hecho de sentir que no importamos para las personas que son significativas para nosotros o las palabras que no se dijeron pueden ser tan dolorosas como un golpe o un insulto. En su nuevo libro, Lo que no pasó (Planeta, 2025), la experta explica cómo empezar a navegar en este mapa de nuestro dolor para llegar a sanar esas heridas.
—¿Cómo nos impactan las heridas de las ausencias a lo largo de la vida?
—Para desarrollarnos mentalmente y para funcionar bien necesitamos aportaciones de los demás. No nos criamos como individuos aislados, sino con unas personas que cuidan de nosotros. Cuando en esas relaciones faltan cosas que son importantes, si esto ocurre en la infancia, nuestra mente se desarrolla para adaptarse a eso. Si nos acostumbramos a que nadie nos vea, acabamos asumiendo que somos invisibles y situarse en el mundo con esa idea acaba teniendo una serie de consecuencias. Y, como son cosas que no pasaron, a veces es mucho más difícil identificar el origen. Podemos ver que tenemos dificultades pero no tenemos conciencia de dónde ha surgido. A lo mejor es que la clave no está en lo que pasó sino en lo que no pasó.
—¿Cómo podemos empezar a explorar esas heridas de lo que no pasó?
—Primero, tenemos que hacernos conscientes de nuestras sensaciones. Por ejemplo, qué tal llevamos la soledad, qué tal llevamos cuando alguien se aleja, si cuando alguien importante para nosotros deja de estar se nos activa una sensación de abandono que va más allá de la tristeza normal de perder a alguien que nos importaba. También, cómo actuamos si en las relaciones vemos que hay cosas que no funcionan como nos gustaría, porque a veces tenemos una relación muy problemática y seguimos en ella. ¿Qué es lo que hace que sigamos en un vínculo que no nos convence? A veces es que el miedo a la pérdida, el miedo a la soledad o el miedo al abandono es mucho más potente que la falta de satisfacción o el daño que podemos estar viviendo en esas relaciones.
—¿Qué hacemos con esa información una vez que hemos tomado esa consciencia?
—Si nos damos cuenta de que están ahí este tipo de cosas, podremos intentar entender dónde empezó a construirse esta forma nuestra de funcionar, qué cosas hubiera hecho falta que estuvieran ahí, porque nos da son pistas de qué elementos tenemos que sembrar y qué es lo que es importante que ayudemos a crecer. En el fondo, se trata de conectar con nuestras propias necesidades un poco más o empezar a conocerlas. Entender por qué nos relacionamos con nuestras necesidades de la manera en que lo hacemos. Si nuestras necesidades siempre están en último lugar y las de los otros se ponen por delante, por algo estamos haciendo eso. Entonces, buscamos desesperadamente a alguien que cubra nuestras necesidades pero somos los primeros que no las cubrimos. Nos rechazamos a nosotros mismos, buscamos la solución fuera y en realidad se trata de hacer un viaje interno hacia las raíces de nuestra historia.
—Sin embargo, explica en el libro que intentar entender no debería hacer que nos quedemos estancados en una pregunta.
—Podemos preguntarnos por qué nos pasó a nosotros esto. Cuando nos hacemos siempre la misma pregunta y no llegamos a ninguna respuesta, esto se convierte en un bucle y ahí nos podemos quedar atrapados eternamente. No es que esté mal la pregunta, preguntarnos por qué está bien. Pero repetirlo una y otra vez es como darnos latigazos. Ya deja de ser una pregunta y es una tortura.
—¿Cómo se sale de ese bucle?
—Es muy importante aprender a hacernos preguntas diferentes, a mirar la situación desde distintos puntos de vista, porque esto es lo que nos hace reflexionar, adquirir perspectiva y poder llegar a digerir eso que nos ha ocurrido. Uno piensa a veces que si llega a entender la situación, va a ser más fácil evitar que se repita o salir adelante. Y hay mucho de cierto en eso. Lo que pasa es que a veces la explicación no es una, son cien. Si pretendo encontrar una clave que me deje tranquilo respecto a lo que pasó, a lo mejor no la encuentro. La única respuesta que voy a encontrar es que a lo mejor me ha tocado convivir o relacionarme con personas muy contradictorias. Pero lo que sí que me interesa entender es cómo me ha influido esto en cómo yo funciona ahora, conmigo mismo, en las relaciones con los demás. Porque si yo no consigo entender eso, tampoco voy a saber dónde cambiarlo.
—¿Cuáles son los roles que asumimos como adultos cuando hemos sufrido este tipo de heridas?
—Cuando vivimos situaciones ya de un nivel de dureza mayor, hablamos ya del trauma en el sentido estricto de la palabra. En esos casos, muchas veces soñamos que la solución es que venga alguien a rescatarnos de esta historia. Podemos sentirnos víctimas de las cosas. Está bien decir que algo nos ha hecho daño porque nos damos cuenta de que llevamos dentro ese trauma, pero sentirnos víctimas significa dejar nuestra posibilidad de salir de ahí en manos de otras personas. Es decir, yo no puedo hacer nada con lo que me pasa; o viene alguien a rescatarme, o me quedo así. En otros casos, podemos volvernos nosotros mismos agresores porque consideramos que estamos justificados. O bien, nos dedicamos a arreglarle la vida al vecino cuando la nuestra la tenemos manga por hombro. Entonces, pasamos por el rol de rescatador, el de víctima y el de perpetrador sin darnos mucha cuenta.
—¿Cómo podemos identificar si tenemos un trauma que requiere acudir a terapia?
—Yo creo que tampoco tendríamos que preocuparnos demasiado de si le ponemos o no ese nombre, sino de cómo nos han influido estas vivencias. Y el momento en el que podemos consultar a profesionales es cuando hemos intentado entenderlo, lo hemos hablado con amigos y las perspectivas que nos dan, no parece que nos ayuden a salir. Es entonces cuando conviene hacer una consulta. Alguien que sepa de estos temas me puede ayudar a ver cosas que yo no veo.
—¿Cuál es el rol del perdón en el proceso de sanación de estas heridas emocionales?
—Creo que el perdón es un derecho, pero no es una puerta por la que sí o sí tengo que pasar. Esto pone a la gente en una situación muy difícil, que consiste en creer que si no perdonas, no te puedes curar. Yo no creo eso. Yo creo que hay cosas que son imperdonables y punto. Lo que no nos viene bien es quedarnos atascados en el rencor. Pero la solución no es necesariamente perdonar, sino cuidar de nuestras heridas y abrazar nuestro dolor hasta que nos deje de doler. Cuando nos deja de doler, el rencor ya no está. Porque el rencor lo que significa es que a mí todavía me está doliendo. Pero, insisto, para que se cure una herida, yo no tengo obligatoriamente que perdonar al que me la causó.
—¿Si hemos causado daño, tenemos derecho a pedir perdón?
—No sobra. Que nos perdonen ya es decisión del otro, pero si consideramos que hemos hecho algo mal, está bien mostrar arrepentimiento. Ahora, hay casos en los que igual hay que dejar espacio. No se puede responder a esto de manera generalizada, porque hay situaciones absolutamente diferentes.
—¿Qué errores cometemos en nuestro proceso de sanación?
—Cometemos errores todos, todo el tiempo. Lo de vivir va de eso, en realidad. Una trampa en la que caemos a veces es hacer cosas que parece que dan el resultado a corto plazo, pero que no son una solución. Son parches que ponemos para sentirnos mejor en el momento. De una situación traumática no se deriva siempre el mismo problema, sino que puede haber gente que se engancha mucho a las relaciones por ejemplo y gente que las evita a toda costa. Podemos irnos hacia cualquiera de los extremos. Lo interesante es que invirtamos en el medio a largo plazo.