
La terapeuta se define como una firme defensora del poder de la escritura como herramienta en la consulta
07 mar 2025 . Actualizado a las 15:45 h.La psicóloga Júlia Pascual dice que escogió el título de su libro No te comas el coco (Vergara, 2024) porque, precisamente, es algo que le sucede a mucha gente: intentando no pensar, acaban pensando de más. «Esa necesidad de control es la que dispara la voracidad de la mente en una progresión de pensamientos incesante, insaciable, que exige cada vez más combustible», comenta. El combustible es la vida de cada uno por eso, dice, «las personas que sufren de pensamientos excesivos se van quedando sin ella».
—¿La gente tiende a sobrepensar mucho las cosas?
—Sí. Tengo unos 20 años de experiencia y me he dado cuenta de que sobrepensar acaba generando muchos problemas psicológicos. Cuando pensamos mucho en el futuro, por ejemplo, nos angustia, y pensar en el pasado, tiende a ponernos tristes. Hay que anclarse en el presente, que parece muy fácil pero es muy difícil. Elegí el nombre de Comecocos para el libro porque hay que estar atentos a no jugar el juego perverso de la mente del comecocos, que va comiéndonos por dentro y dejándonos debilitados, con baja autoestima y como si fuéramos marionetas rotas.
—¿Cómo se traduce en problemas de salud mental?
—Este problema de pensar demasiado es transversal a la mayoría de problemas psicológicos, las conductas obsesivas o los miedos. Sobreanalizar las cosas nos paraliza. Para mí, pensar es un superpoder y conlleva una gran responsabilidad. Divido el libro en diez psicosoluciones y en diez frases antídoto.
—Señala que pensar en el futuro genera incertidumbre. En una de sus psicosoluciones explica que las profecías catastróficas que muchos tienen corren el riesgo de convertirse en profecías autocumplidas. ¿Por qué?
—Los últimos estudios dicen que durante un día llegamos a tener entre 60.000 y 80.000 pensamientos, por suerte no nos damos cuenta de la mayoría, porque el 90 % son involuntarios y no pasan a la conciencia. Pero de esa amplia mayoría, entre un 70 % y un 80 % son percibidos como negativos. Los humanos tenemos una tendencia que para poder estar tranquilos controlamos mucho las cosas. Cuando nos damos cuenta de que la mente nos lanza preguntas que no habíamos pensado previamente y que nos dan inseguridad pensamos: «¿Y si me equivoco? ¿y si no estoy a la altura? ¿y si tengo un accidente? ¿y si se enferma mi hijo y muere? ¿y si le pasa algo en el autocar?». También con el pasado, que a su vez puede mezclarse con el futuro: « ¿Y si me equivoqué? ¿Y si me despiden por el proyecto que hice? Al ser negativos, intentamos no pensarlos, pero sucede justo lo contrario, que intentando no pensar, pensamos de más. Y de estos, hay un grupo de personas que hacen el efecto película. Es decir, la mente le lanza todo tipo de profecías catastróficas: «Hoy me voy a caer», «hoy voy a tener un accidente». Y se quedan dándole vueltas a eso, enganchados.
—¿Qué riesgo tiene?
—Que te confundes y tú crees que eres lo que piensas, y no es así. Una de las frases antídoto que explico muy bien es que no eres lo que piensas ni lo que sientes. Esto se entiende muy bien, por ejemplo, cuando vemos una película de miedo y sentimos ansiedad. O cuando lloramos con una película triste. Es decir, son pensamientos que se traducen en sensaciones físicas y que pueden no tener nada que ver con la realidad. Aquí brindo todo estrategias que se basan en esa lógica no ordinaria, que es el uso de la contradicción, de la paradoja y obviamente también de la creencia, por eso he querido hacer frases antídoto, que quieras o no, también te las vas diciendo como creencia. Algo que nos puede ayudar a salir de ese efecto película es una acción presente voluntaria, que nos ayude a cambiar esos pensamientos y sensaciones.
—¿Como qué?
—La mayoría de mis estrategias se basan en la escritura terapéutica. Uno de los ejercicios que explico es la tortura horaria de los pensamientos negativos. Hay gente que tiene pensamientos intrusivos, que tiene miedo de coger a su hijo porque piensa que lo dejará caer. Son ideas que les asustan. Así que, según la frecuencia y el grado de intensidad, lo haríamos de una manera u otra. Vamos a poner un ejemplo general. Le decimos al paciente que de nueve de la mañana a nueve de la noche, se ponga una alarma cada tres horas y que, de forma deliberada, se ponga a escribir todos los pensamientos, todo lo que le venga a la cabeza, durante cinco minutos. Cuando se cumplan, stop, se acabó. Otra de las estrategias que sigo es hacer que le pongan un nombre a la voz de la inconsciencia. Ponerle nombre nos ayuda a distanciarnos, a ver que no somos ese problema y a dejarlo pasar, que es otra solución. Lo identificamos, pero no jugamos con él, no le damos respuesta ni entramos en esa dinámica de sobrepensar.
—En su libro habla de la rumiación, pero la línea que la separa de una idea un poco más reflexiva es muy fina.
—Sí. Es una línea muy delgada la que está entre pensar bien, reflexionar para avanzar, el pensar estratégico, y la rumiación. A mi esta última palabra me encanta porque es lo que hacen los animales herbívoros como las vacas y que representa muy bien la rumiación mental. Es masticar una imagen o una idea tantas veces que es absurdo. Pero esta rumiación puede llegar a viralizarse, por ejemplo, en un grupo. A veces, sin darnos cuenta, caemos en lo absurdo y acabamos haciendo rituales, conclusiones o acciones que creemos que nos protegen que no suceda una desgracia, o a estar más tranquilos, pero acaban empeorando nuestra paz mental.
—¿Puede darme un ejemplo?
—En el libro explico un episodio personal de cuando mi hijo empezó en el colegio. Era su primera excursión. En el grupo de whatsapp de las familias, una madre preguntó: «¿Creéis que el autocar es seguro? ¿y si no ponen sillitas para los bebés?, ¿y si el cinturón no tiene los tres puntos de anclaje?». Total, que le preguntamos a la escuela y nos comunicó que había medidas de seguridad. Pero la duda patológica ya estaba sembrada. Así que otra madre empezó a decir: «¿Y si el conductor está bebido?, ¿y si no ha dormido bien?». La idea llegó a ser tan absurda que al final dos madres que el día de la excursión no trabajaban decidieron coger el coche y seguir al autobús para ver si hacía alguna cosa rara.
—¿Y cómo envejeció la historia?
—Pues ahora mi hijo tiene diez años. Estas dos madres no llevan a los suyos a las colonias, pero sí les permiten asistir a las excursiones, solo que no utilizan el autocar. Se organizan y los llevan en coche.
—¿Por qué cree que se produce el sobrepensamiento?
—La mente está demasiado bien hecha. ¿Por qué? De manera involuntaria esos 60.000 pensamientos son hacia el futuro para poder planificar, prevenir y anticiparnos para garantizar nuestra supervivencia, para que no nos pase nada malo, para protegernos. Y también nos lanza todo de pensamientos sobre el pasado, ¿para qué? Para pararnos a aprender, a reflexionar si podemos hacerlo mejor y diferente la próxima vez. El problema está en los excesos. Si te excedes en pensar demasiado hacia el futuro, te angustias y tendrás un problema de ansiedad. Si excedes el pensamiento en el pasado, te deprimes. Y si estás demasiado en el futuro y en el pasado, se te escapa el presente. La mente también nos lleva a cubrir nuestras necesidades y, por lo tanto, nos moviliza. Pero también al revés. Creo que no estamos comiendo más el coco por el sedentarismo, por los avances tecnológicos o por la gran comodidad que tenemos. Las acciones que implican movimiento nos ayudan a anclarnos.
—¿Y meditar?
—Meditar como acción es estupenda, pero meditar para frenar y para vaciar la mente es una trampa. Eso no es meditar. Funciona cuando prestamos atención a través de la respiración. Podemos meditar andando, a través del movimiento corporal o en disciplinas como el yoga. Con todo esto quiero decir que hay que moverse para callar el ruido mental.
—Hablando del futuro, apunta que uno de los miedos que más tiene la gente es no tomar la decisión correcta. ¿Cómo se sabe que lo es?
—Bueno, la duda en sí es necesaria porque es un motor del conocimiento, pero también es la puerta de la obsesión. Así que cuidado. En el libro explico la técnica del escenario más allá del problema. Consiste en que la persona visualice, piense y sienta que con una de las decisiones obtiene el éxito. Una vez aquí, le pregunto: «¿Qué problemas tienes? ¿Qué problemas vas a tener que afrontar cuando te sientas orgulloso de la decisión tomada porque ha sido un éxito?». Es decir, es muy interesante llevar a la persona no solo a que puede ser una decisión exitosa, sino saber que cualquier decisión, sea A o B, va a tener que seguir resolviendo problemas. Vale la pena llevar al paciente a visualizar. Si no acepto la incertidumbre, no acepto la vida. Al final, hay que decidir y empezar a andar. El tema de la acción. Realmente, si no acepto la incertidumbre no acepto la vida. Y en el presente, realmente, no se puede saber al cien por cien si será la decisión correcta. Solo en el camino, y ahí tendrás capacidad de ajustar el tiro, de cambiar ciertas acciones aunque vayas a subir algunas montañas, puedes alcanzar distintos caminos para alcanzar el objetivo que has decidido. Una de las trampas de la mente es querer saber si la decisión es correcta y ahí es cuando se toma. Pues no, eso te bloquea.