Pablo Ojeda, de ludópata a nutricionista de éxito: «Me ofrecieron vender un riñón por 60.000 euros y me lo pensé»

SALUD MENTAL

Antes de saltar a la fama como nutricionista en televisión padeció ludopatía, requiriendo un ingreso para su rehabilitación. Ahora cuenta su historia para dar visibilidad a esta adicción
03 jul 2025 . Actualizado a las 10:24 h.Pablo Ojeda es reconocido por su divulgación en nutrición, pero «ha llegado el momento de dar visibilidad a esta experiencia de la que salí fortalecido». Acaba de publicar Cuando me alimenté del juego (Alienta, 2025), un libro «100 % de verdad» sobre su pasado ludópata. «Sé que muchas personas lo estarán pasando mal con este tema porque es muy tabú, quiero dar esperanza».
—¿Cómo fue el primer contacto con el juego?
—Creo que el descontrol de impulso lo padezco de toda la vida, pero el primer contacto fue en el salón de juegos que pusieron debajo de casa de mis padres. Entré porque estaba aburrido. Me tomé dos cervezas muy baratas y le eché dinero a la máquina, con la mala suerte de que me tocaron 80 euros. Me volví a casa con una sensación agradable y peligrosa que quería repetir.
—¿Solo jugabas a las tragaperras?
—Después de mucho tiempo en la sala de máquinas, el siguiente paso fue el casino. Y este ya es más peligroso. Cuando tomas alcohol te desinhibes y la sensación de miedo desaparece.
—¿Eras consciente de que empezaba a crearse una adicción?
—No. Me resistía mucho a pensar que tenía un problema. Existe una falsa sensación de seguridad, de «yo controlo». Cuando en realidad no controlas nada, te están controlando. Me costó más dejar de mentir que de jugar. Porque para sostener ese tipo de vida te conviertes en mentiroso profesional. Llega un momento que lo tienes tan normalizado, que forma parte de tu vida con una naturalidad bestial. Si no, sería insostenible.
—¿Cuál dirías que fue el pico de la adicción?
—Empiezo a tener problemas graves cuando falto al trabajo. Era comercial y llegó un momento en el que me inventaba las visitas. Me iba a jugar. Era capaz de decirle a mi mujer que estaba trabajando cuando en realidad estaba jugando.
—¿Cómo te afectó a las relaciones personales?
—Desde el primer día. Construyes relaciones desde la mentira y mantener eso es imposible. Nunca tuve una relación sana desde el minuto uno. En momentos de conciencia, te sientes muy mal contigo mismo. Pero la enfermedad puede más que tú. Ojalá hubiera dicho: «Oye, tengo un problema», porque me hubiera ahorrado todos los disgustos del mundo, pero no era capaz.
—¿Qué llegaste a hacer para sostener la adicción?
—Necesitas tanto el dinero que se lo coges a tus padres o vendes tu coche por 800 euros a las puertas del casino. Me ofrecieron vender un riñón por 60.000 euros y me lo pensé. No sé qué hubiera pasado si hubiera aceptado, pero sé que te ofrecen eso para ver el grado de desesperación que tienes. De forma que si accedes, a lo mejor entras en una mafia, contraes una deuda con alguien para cometer cualquier tipo de delito, lo que sea. No lo sé. Pero sí, me lo planteé. Hay gente que no se lo cree, pero hay quien se sorprendería al ver el círculo tan oscuro que se mueve detrás de las adicciones.
—¿Cuándo dijiste «hasta aquí»?
—En uno de los primeros intentos de suicidio. Cortaron la luz de mi casa por impago cuando mi exmujer estaba embarazada. Había pedido dinero a una financiera rápida y me lo denegaron.
—¿Te costó dejar de relacionar el alcohol con el juego?
—Sí, siempre lo relacionaba con el ambiente de juego. También es verdad que tuve la suerte de no engancharme a él. Pero cuando entré en rehabilitación, estuve muchos meses sin probarlo, reeducándome. A día de hoy, casi no bebo. Una copa en una ocasión especial como una boda. Cambió mucho, sí.
—¿Cómo de difícil es dejar el juego?
—Muy difícil, por varios motivos. El primero, porque tienes que reconocer algo que te da vergüenza que lo sepa la gente: que tienes una enfermedad mental, que eres ludópata. Porque no hay que olvidar que la ludopatía está calificada como una enfermedad mental por la Organización Mundial de la Salud desde hace muchos años. Después, saber que toda tu vida va a cambiar, que te van a guiar durante mucho tiempo si quieres rehabilitarte de verdad. Te enfrentas a muchos estigmas.
—En el libro hablas de una obsesión que te acompaña durante toda la vida, que incluso se disfraza como positiva en ciertos entornos. La obsesión por ganar.
—Sí, y de positiva nada. De hecho, fue una de las cosas que me pasó factura porque yo venía del mundo del deporte, de la competición, y desde que soy niño fui educado en que había que ganar. Y cuando desde chico tienes ese pensamiento, tú tienes tendencia a ese descontrol de impulsos, se vuelve contra ti. Cuando estaba en rehabilitación tuve que darme de baja del gimnasio. Porque si me ponía en la cinta del gimnasio e iba a diez y el que estaba al lado mío a once, inconscientemente me ponía a once y medio. Y si el que levantaba peso podía con cincuenta, yo cogía sesenta. Era una angustia continua.
—¿Cuánto tiempo llevas rehabilitado?
—13 años, desde que entré en rehabilitación. Lo más difícil no es dejar el juego, sino alejarte de amistades que no eran adecuadas o del alcohol. Fue volver a hacer deporte. Fue mancomunar las cuentas, coger los tickets de las cosas más insignificantes que me compraba, porque no podía tener ningún tipo de dinero negro. Fue volver a rellenar el espacio del juego, que era infinito, con otras actividades como el estudio —fue ahí cuando decidió empezar a formarse en nutrición—. Es muy difícil, por eso hay tantas recaídas. Pero aquí estoy, en mi mejor momento.