Carol Tavris, psicóloga social: «La disonancia cognitiva hace que rechacemos los hechos para proteger nuestro autoconcepto»

Lois Balado Tomé
Lois Balado LA VOZ DE LA SALUD

SALUD MENTAL

Don Byrd

La experta explica por qué, al recibir información que contradice nuestras creencias, las seguimos sosteniendo en lugar de admitir que nos hemos equivocado

25 sep 2025 . Actualizado a las 18:55 h.

Se abre el telón y se ve a dos ciudadanos norteamericanos, simpatizantes del partido republicano, frente a una urna en el año 2017. Uno elige la papeleta de Donald Trump y el otro decide no hacerlo. Se cierra el telón y se abre de nuevo, ocho años después. Es el año 2025 y a esos dos mismos ciudadanos, que hace menos de una década tenían visiones de la vida bastante similares, les separa un mundo ideológico y sus posturas se han radicalizado hasta un punto tan extremo que ninguno de los dos sabe cómo han acabado llegando a donde están. Todo este viaje lo han estado observando Carol Tavris (Los Ángeles, 1944) y Elliot Aronson y no les sorprende, porque era lo esperable —más o menos—. La escalada en las opiniones, explica Tavris, no es más que la respuesta adaptativa que ambos han tomado inconscientemente para hacer frente a la disonancia cognitiva. Sobre este apasionante fenómeno, los dos psicólogos han escrito largo y tendido en Se cometieron errores (pero yo no fui) (Capitán Swing, 2025), un ensayo en el que se aportan toneladas de bibliografía científica para explicar por qué justificamos «creencias ridículas, decisiones equivocadas y actos dañinos».

—Mientras avanzaba por las páginas del libro se me venía a la cabeza esa letra de Beyoncé que dice «Who run the world? Girls» (en español, «¿quién manda en el mundo? Las mujeres»). Creo que quien manda en el mundo es, en realidad, la disonancia cognitiva. Es una de esas cosas que, una vez sabes que existen, no puedes volver a ver el mundo como lo veías.

—Gracias por decirlo. Esto es algo de lo que mi maravilloso coautor, Elliot Aronson, y yo nos hemos dado cuenta tras publicar el libro. Ni te imaginas la cantidad de gente que nos ha escrito para decirnos «dios mío, ahora veo disonancia cognitiva en todas partes». En mi familia, en la política o en mi vecino de enfrente. En todas partes. Es un mecanismo de nuestra mente muy útil. Al describirlo parece simple, pero lo aplicamos en todo tipo de situaciones. 

—Dice que es simple de explicar, ¿cómo definiría de manera sencilla la disonancia cognitiva?

—Cognitivo hace referencia la mente, al conocimiento. Disonancia nos habla de un choque, de un conflicto, de incomodidad. La disonancia cognitiva es la sensación desagradable que todos padecemos cuando dos de nuestras ideas entran en conflicto; cuando una creencia entra en conflicto con nuestro comportamiento. El ejemplo más típico es al que se enfrentan las personas fumadoras: saben que es un hábito pernicioso, pero no quieren abandonarlo. Eso es disonante. Por tanto, el fumador debe justificar su comportamiento. «Sé que es malo, pero me hace sentir más atractivo» o «no lo dejo porque voy a engordar y no quiero» o «no es un buen momento porque ahora tengo muchísima ansiedad». Una de las características fundamentales de la disonancia cognitiva es que es desagradable y que nos incomoda. Nos incomoda del mismo modo que lo hace tener hambre o sed. Y la persona que la padece está poderosamente motivada a reducir esta incomodidad. Es un proceso inconsciente.

—¿Cuál es el gran avance que su compañero Elliot Aronson aportó a esta teoría? 

—Todos podemos sufrir esta disonancia cognitiva cuando nuestro mejor amigo cree que nuestra película favorita en el mundo es, en su opinión, una basura. Pero lo que Elliot vio es que esta disonancia es más dolorosa cuando nos ponen, frente a nuestra opinión, información; cuando los datos son disonantes con la visión que tenemos de nosotros mismos. Si me considero una persona inteligente, competente, amable, escéptica, y tú me aportas nueva información, explicándome que con mis actos he hecho daño a alguien, que he cometido una tontería, que he sido incompetente en algún campo o que he actuado con poca profesionalidad, todo esto va a generar una disonancia. Tal vez lo lógico sería responder a esto agradeciendo la explicación y proponiéndome hacerlo mejor la próxima vez. Pero la realidad es que lo que la mayoría de nosotros hace es rechazar los hechos para proteger nuestro autoconcepto. 

—De hecho, muchas veces esas autojustificaciones vienen acompañadas de unas excusas que escalan, subiendo de tono la conversación. Nos metemos nosotros solos en un bucle que no lleva a ninguna parte. 

—Creo que una de las lecciones más importantes del libro es que no podemos hacer nada para no sentir esta disonancia cognitiva. Es un sentimiento universal. Y esa es la razón por la que, cuando alguien que pertenece a nuestra cultura, a nuestra comunidad, religión o sesgo político hace algo mal, lo excusamos. «Bueno, tampoco es para tanto», decimos. Sin embargo, si se produce exactamente la misma situación en el espectro contrario a nuestras creencias, culpamos a esa persona que ha hecho exactamente lo mismo y lo juzgamos como un ser humano terrible. Un buen ejemplo lo hemos tenido aquí, en Estados Unidos, después del asesinato de Charlie Kirk. La reacción de la derecha ha sido la de decir: «¿Veis lo violentos que son los liberales?, ¿lo asesinos, violentos y terribles que son?», ignorando por completo los asesinatos de demócratas que se han cometido por personas de derechas en todo el país. Los dos casos son terribles, nadie aprueba un asesinato, pero si lo que los cometen son 'los otros', se convierten en el enemigo. A donde quiero llegar es que, aun sabiendo que no podemos hacer nada para evitar sentir disonancia cognitiva, tenemos el control sobre cómo podemos responder ante ella. 

—¿Cómo?

—Pues en vez de saltar impulsivamente hacia una decisión para evitar este sentimiento, podemos convivir durante un rato con esa disonancia y pensar cuál es el mejor desenlace que queremos dar a los acontecimientos. Esa es la meta. 

Robert Sapolsky publicó el año pasado «Decidido», un ensayo tratando de demostrar que el libre albedrío es una falacia, que cualquier decisión viene predeterminada . Ahora ustedes explican que nuestro cerebro nos hace trampas para encontrar razones en nuestros argumentos, aun cuando son erróneos. Entre la neurociencia y la psicología social nos van a quitar toda esperanza en esforzarnos por ser mejores. 

—Bueno, no me gustaría deprimirte ni a ti ni a los lectores. No quiero que nadie se lleve las manos a la cabeza pensando que no hay esperanza. Como psicóloga social, creo que el conocimiento es poder. Elliot tiene muchísimo conocimiento en este campo y siempre recuerda que si tendemos a reducir la disonancia cognitiva es porque se trata de una ventaja evolutiva. Básicamente, este mecanismo nos permite dormir por las noches sin preocuparnos patológicamente por las decisiones que hemos tomado. Hace que no entremos en un bucle, lamentándonos por haber actuado de manera estúpida. Es autoprotección. Pero también recuerda siempre que, a veces, las noches de insomnio son necesarias, porque nos dan espacio para pensar y enfrentar el dolor o el arrepentimiento por una decisión que tomamos y que resultó ser incorrecta, o por haber hecho daño a alguien innecesariamente. Y entonces, en vez de enterrarlo, tratamos de resolverlo y aprender. Por tanto, la disonancia cognitiva nos protege, pero al mismo tiempo es un modo de aprender y una oportunidad para cambiar la cosas. Elliot es muy aficionado a decir que la psicología clínica va sobre reparar a la persona, mientras que la psicología social, nuestro campo, trata sobre el cambio, sobre mejorar. 

—¿Y hasta dónde podemos llegar en ese proceso de mejoría sabiendo que esto es algo intrínseco a cómo funcionamos? Porque no es fácil, en esos momentos en los que entramos en bucle, parar.

—Es que si fuese fácil todo el mundo lo haría y no nos encontraríamos con estos problemas. Muchos de nuestros lectores nos han hecho llegar historias personales de cómo han aplicado la comprensión de la disonancia cognitiva a sus propias vidas. Cuando estás discutiendo con una persona a la que quieres, ¿que es lo primero que intentas lograr? Que esa persona entienda que está equivocada. «Yo tengo la razón y tú estás equivocado». Este es el sesgo que todos tenemos. «Yo soy quien ve las cosas desde un punto de vista razonable y claro porque soy una persona inteligente. Por tanto, si no estás de acuerdo conmigo, tiene que deberse a que estás equivocado». Pero constantemente nos encontramos con personas que no dicen que ahora se enfrentan a este tipo de cuestiones preguntándose cuál es su rol en esta disputa. «¿Es posible que haya algo que esté haciendo mal?, ¿cuál debe ser mi aportación?» Cuando alguien parte desde este punto, permite que la otra persona entre a la conversación con esta misma actitud. 

—Se lo digo honestamente, no me parece fácil. 

—Ya, ¿y no te parece extraño? No debería ser tan complicado. ¿Se va a enfadar la otra persona por pedirle perdón y decir que quizás estabas equivocado? ¿No querrá más bien darte un beso enorme? Debería ser facilísimo, pero ¿por qué no lo es? Porque queremos proteger la autopercepción de que siempre actuamos de forma inteligente. Pero a veces no lo hacemos. Y no significa que seamos estúpidos, incompetentes o crueles. Simplemente, habremos cometido un error. Porque somos humanos.

—Es increíble cómo nuestra memoria es capaz de alterar lo que hemos visto. Recuerdo que una profesora de psicología dijo una vez que ponerse a discutir sobre algo que pasó es una pérdida de tiempo enorme, que nunca te vas a poner de acuerdo con el otro. No porque seas malvado, porque el otro mienta o te autoengañes, sino porque fisiológicamente es imposible recordar las cosas igual.

—Haces referencia a lo que vemos con nuestros ojos, que es algo que remarcamos en el libro. Hay una frase en inglés que dice «seeing is believing» —cuya traducción literal es «ver es creer»—. Pero la realidad es que «believing is seeing» —«creer es ver»—. Lo que creemos va por delante y afecta a lo que terminamos viendo. A cómo interpretamos lo que sucede a nuestro alrededor. Está ese clásico experimento en el que ponían a dos aficionados al fútbol de equipos rivales a revisar una misma jugada polémica y uno veía penalti y el otro no. El que ve claramente la infracción no da crédito que el otro no la vea. Porque creer es ver. La memoria es uno de los principales generadores de conflicto. La gente se pelea muchísimo por cómo recuerdan las cosas. ¿Quién recuerda las cosas tal y como fueron? Esto sucede porque la memoria es un pilar fundamental de nuestra propia historia vital. Genera una enorme disonancia aprender que tus recuerdos están equivocados. 

—Se refiere en el libro a la memoria como «una historiadora que se justifica a sí misma», y recuerda el caso de cómo el prestigioso periodista Tom Brokaw realizó una entrevista al novelista Gore Vidal en la que le insistía a que explicase por qué escribía tanto sobrebisexualidad, algo a lo que Vidal se negó para redirigir la conversación hacia la política. Años después, la revista «Time» hizo una entrevista a Brokaw y el presentador aseguraba que Vidal se empeñaba en hablar de bisexualidad cuando él quería hablar de política. ¿Cómo es posible que nuestro cerebro altere un recuerdo hasta este punto?

—Porque nuestra memoria no es una grabación, que es como muchas veces nos lo han querido pintar. Las metáforas sobre nuestra memoria se adaptan al tiempo que nos toca vivir. Cuando llegó la imprenta, la gente empezó a pensar en ella como si fuese una biblioteca o un archivo donde los acontecimientos de nuestra vida se almacenan para, en algún momento, recuperarlas, yendo a buscarlas a un catálogo. Cuando llegaron el cine y las grabadoras, la gente imaginó la memoria como una cámara de vídeo que se enciende el día en el que nacemos. Hoy pensamos en la memoria en términos informáticos, asumiendo que todo lo que ocurre queda guardado y deseando tener más memoria RAM para procesar nuestras experiencias. Pero la memoria no es nada de esto. Lograr entender cómo funciona la disonancia cognitiva debería enseñarnos una importante lección de humildad. Suelo decir que la ciencia es una buena forma de controlar la arrogancia, porque nos obliga a poner a prueba nuestras ideas frente a estudios para saber si son correctas o incorrectas. Y no nos gusta descubrir que nuestras creencias estaban equivocadas, teniendo que cambiarlas o modificarlas. Y lo mismo sucede con la memoria. El objetivo debería ser lograr mantener nuestras creencias, pero con la suficiente ligereza como para poder cambiarlas en caso de que resultasen erróneas. La gente suele creer que esto significa que se le está instando a vivir sin creencias sobre su propia historia, sobre ellos mismos, sobre sus sentimientos o hacia su forma de ver la política. Y para nada va de eso. Todos tenemos creencias poderosas que son importantes para nosotros. El reto es ser capaces de modificarlas si nos damos cuenta de que existe una mejor manera de proceder.

—En el libro usa constantemente la metáfora de la pirámide para explicar cómo nos separan y polarizan estos mecanismos de autojustificación. Partimos de la cima, pero a medida que vamos tomando decisiones y nos esforzamos por justificarlas, vamos deslizándonos hasta que sin darnos cuenta nos vemos en la base, separados por un mundo, pese a que al principio, antes de enrocarnos, no estábamos tan lejos. 

—La metáfora de la pirámide de la elección es, probablemente, la idea central del libro, porque muestra cómo influye la toma de decisiones impulsivas entre dos personas que parten desde lo alto. Por ejemplo, en los Estados Unidos, un republicano que decide votar por Trump y otro republicano que decide no votarle. Ambos toman una decisión e, inmediatamente, para mantener una consonancia entre sus creencias y sus acciones, justifican la decisión que han tomado. «Vale, no me gusta, pero es de mi partido» o «no, es un mentiroso y un violador y no voy a darle mi apoyo aunque sea de mi mismo partido». Y entonces comienza a apreciarse cómo esas dos personas continúan con el tiempo justificando la primera decisión que han tomado. Se van comprometiendo cada vez más y más con esa primera decisión. Esto los dirige hacia la base de la pirámide, donde personas que habían iniciado su descenso como buenos amigos terminan absolutamente apartados en sus creencias. Y es común que cuando vemos a personas hacer cosas que nos parecen absolutas locuras, no se deba a que se han vuelto locos, sino a que han gastado un montón de tiempo en justificar decisiones que les han llevado a deslizarse por esta pirámide. Cuando han llegado al final, sus visiones se han radicalizado. Es muy importante entender esta imagen para poder darnos cuenta por qué es tan difícil dar pasos atrás en este proceso después de haber invertido semanas, meses o años de tu vida en justificar que tus creencias son las correctas. 

—En el libro incluyen un capítulo completo señalando cómo Donald Trump es un gran ejemplo de cómo los estadounidenses han afrontado esta disonancia cognitiva. Y eso que cerraron el capítulo en el año 2019, antes del asalto al capitolio, por ejemplo. Desde entonces han pasado tantas cosas...

—Por entonces, escribimos el capítulo como una especie de advertencia, admitiendo que no sabíamos que podríamos llegar a esperar de esta persona, pero sí lo que podría suceder en caso de acabar imponiendo sus ideas. Y la realidad es que ha acabado siendo una de las partes más potentes, porque nos muestra como, paso a paso, una democracia se acaba convirtiendo en un régimen autoritario. Y diría que en España también tenéis cierta experiencia con este proceder. 

Lois Balado Tomé
Lois Balado Tomé
Lois Balado Tomé

A Coruña (1988). Redactor multimedia que lleva más de una década haciendo periodismo. Un viaje que empezó en televisión, continuó en la redacción de un periódico y que ahora navega en las aguas abiertas de Internet. Creo en las nuevas narrativas, en que cambian las formas de informarse pero que la necesidad por saber sigue ahí. Conté historias políticas, conté historias deportivas y ahora cuento historias de salud.

A Coruña (1988). Redactor multimedia que lleva más de una década haciendo periodismo. Un viaje que empezó en televisión, continuó en la redacción de un periódico y que ahora navega en las aguas abiertas de Internet. Creo en las nuevas narrativas, en que cambian las formas de informarse pero que la necesidad por saber sigue ahí. Conté historias políticas, conté historias deportivas y ahora cuento historias de salud.