Rafael Yuste, neurobiólogo: «Hay que proteger que no te lean la mente, es algo que cae de cajón»
SALUD MENTAL
Tras lograr manipular el cerebro de un ratón, pelea ahora por garantizar los «neuroderechos»
01 dic 2025 . Actualizado a las 05:00 h.La noche en la que Luis Carrillo, un investigador posdoctoral mexicano, logró que un ratón se esforzase por beber agua pese a que frente al animal no había ningún líquido que ingerir, Rafael Yuste (Madrid, 1963) no consiguió conciliar el sueño. Su grupo de trabajo había logrado algo inédito: crear un estímulo visual artificialmente en el cerebro del roedor, haciéndole creer que tenía bebida frente a él. El pequeño animal bailaba al son que la ciencia le había marcado. Habían logrado, como él mismo describe, «tocar el piano de la corteza cerebral».
Tras la euforia, vino la segunda fase. Porque en la ciencia lo que hoy es un ratón, mañana es un humano. Sus técnicas podrían aplicarse a la humanidad. Para que esa frontera, que llegará, sea beneficiosa, trabaja desde entonces en garantizar los neuroderechos. Así se llama su último libro —Neuroderechos. Un viaje hacia la protección de lo que nos hace humanos (2025)—, editado por Paidós y recién lanzado. Todo gira alrededor de seis puntos clave: proteger la privacidad mental, la identidad personal y el libre albedrío, así como garantizar el acceso justo a la 'neuroaumentación' y proteger a la población de sesgos y discriminaciones.
—Su trabajo, lo que tratan de legislar, creo que es de las cosas más inquietantes que existen ahora mismo en la ciencia. ¿Está justificada la preocupación?
—Esa preocupación que te surge a ti me surgió a mí de golpe una noche, hace diez años. Yo estaba feliz la vida con nuestros experimentos, y de repente, dije: «Fíjate la que nos viene». En resumidas cuentas, hay dos problemas. Uno es el de la privacidad mental, que los datos cerebrales puedan ser descodificados sin nuestro consentimiento. Esto es un problema urgente. Estamos involucrados en proteger la privacidad mental y aquí sí tengo buenas noticias: ya hay seis lugares en el mundo donde, por ley, tus datos neuronales están protegidos. Y entre esos lugares se incluye, y esto es absolutamente clave, el estado de California, donde están radicadas las grandes compañías tecnológicas del mundo. También las de neurotecnología. Todas estas empresas tienen que respetar estas leyes, que se aprobaron en septiembre del año pasado por unanimidad. Esto es buena noticia.
—Pero antes de California, hubo que pasar por otros lugares.
—Todo empezó en Chile y después en el Río Grande (Brasil). Luego en los estados de Colorado, California, Montana y Connecticut. Y ahora, hay otros diez estados con iniciativas en curso. En España, tenemos otras tres y estamos trabajando también con Naciones Unidas y en Latinoamérica. Creo que estamos llegando a tiempo para proteger la privacidad mental, soy optimista. Todo ha ido muy rápido y ha sido fácil políticamente. En todos los lugares a donde hemos llevado esta problemática hemos encontrado unanimidad en las votaciones. Desde la primera, que fue en el Senado de Chile, hasta la última, en Connecticut. En total, han sido doce votaciones unánimes, que se dice pronto. La gente entiende lo que hay en juego. Hay que proteger que no te lean la mente, es algo de cajón.
—La privacidad es el primero de los neuroderechos, pero hay otros, como el acceso justo a la llamada 'neuroaumentación'.
—El escenario de la aumentación mental es mucho más complicado. Es cierto que los inconvenientes en el acceso equitativo a la aumentación mental son un problema más de futuro, no es tan urgente. Todavía no disponemos de tecnología en el mercado que nos permita aumentarnos mentalmente, pero ocurrirá. Estamos preparándonos para lo que va a ocurrir, quizá, en los próximos cinco o diez años.
—No es por ser pesimista, pero también hay leyes aprobadas en, por ejemplo, la protección de nuestros datos, que se incumplen sistemáticamente por las tecnológicas. Sí, son multadas, pero parece que les compensa. No es lo mismo que obtener nuestras «cookies» que poder saber en qué estamos pensando.
—Bueno, yo te tranquilizaría un poco. Lo que te he contado de California es muy importante. Si las leyes de protección de datos más severas del mundo estuviesen en California, todos los dispositivos que fabrican estas tecnológicas tendrían que empezar barriendo sus casas. Precisamente por eso estamos trabajando con compañías neurotecnológicas. No solamente para regular esta industria con leyes, sino para estimularlas en que el manejo de los datos neuronales se ajuste a los neuroderechos. Por decírtelo muy concretamente, estamos escribiendo un contrato piloto para que estas compañías lo utilicen en todos sus dispositivos. Que este contrato piloto tenga el visto bueno de la Fundación Neuroderechos (NeuroRights), que es la nuestra. En marzo, en California, se reunirá toda la industria de neurotecnología y nos han invitado para impartir la conferencia inaugural, donde propondremos estos contratos pilotos. Sabemos de buena fe que hay compañías que están interesadas en apuntarse. Al final, para ellos va a suponer poder ponerse la medallita de que su neurotecnología es limpia. Creo que eso puede marcar el rumbo en la brújula de la industria, partiendo con unas reglas de juego responsables.
—Esto con respecto a la privacidad mental. ¿Tenemos brújula para la neuroaumentación?
—Ese es una controversia que está en el futuro y para el que no tengo una buena solución. Es un problema gordísimo, porque no se trata solo de quién tiene acceso o no, sino de quién decidirá qué tipo de ser humano querremos ser. Estamos hablando de poder cambiar nuestra propia esencia psicológica. Este es un problema muy importante.
—Es que se trata de un problema con profundísimas implicaciones éticas. Usted presume de que durante su juventud se enamoró del pensamiento de Kant en la escuela, pero el panorama educativo actual no presta demasiada atención a la filosofía, pese a que como sociedad vamos a tener que enfrentarnos a algunas de las encrucijadas más relevantes que hemos tenido como especie.
—No soy ni sociólogo, ni filósofo, ni mucho menos experto en sistemas educativos. Solo puedo dar una opinión como un ciudadano de a pie y transmitir cierto optimismo desde la ciencia o la medicina. Creo que la humanidad va progresando a pesar de que existan altibajos. Si echas la vista atrás, fíjate los avances que hemos tenido en nada. La humanidad progresa inexorablemente, y es porque en la punta de lanza los científicos están descubriendo cosas nuevas; luego llegan los ingenieros, que fabrican instrumentos nuevos; y, de repente, la sociedad se sube a ese carro siendo capaz de hacer cosas que nunca se habían podido hacer antes. No digo que haya excepciones. El mundo, por supuesto, no es perfecto. Pero lo que yo veo es que la neurotecnología de aumentación va a ser una oportunidad fantástica para la especie humana, para reinventarnos y dejar atrás las telarañas de prejuicios atávicos heredados de otras generaciones. Creo que será una oportunidad. Sinceramente, creo que estamos a las puertas de un nuevo renacimiento que nos permita entender qué es un ser humano y poder examinar lo bueno y lo malo que llevamos dentro. Una oportunidad para, incluso, mejorarnos.
—Cuando comenzó a defender que el cerebro funcionaba a través de redes neuronales, le cerraron el grifo de la financiación. Sidney Brenner, premio Nobel de Medicina en el año 2002, le dijo: «Nunca los convencerás, vas a tener que esperar a que se mueran». ¿Cuánto ha dejado de avanzar la ciencia por egos?
—Es cierto que la ciencia vive esa encrucijada, y lo he sufrido en mis propias carnes. La batalla es cada día y tiene altos y bajos. Max Perutz, que también recibió el Nobel, decía que en la ciencia la verdad siempre gana. Habrá gente que se oponga a los nuevos descubrimientos y que se morirán con las botas puestas, pero antes o después, la verdad siempre gana. Es inevitable. La ciencia es una red de personas que están buscando la verdad y compartiendo sus conocimientos, se extiende por las siguientes generaciones y llega a todo el mundo. Aunque haya piedritas en el camino, esta red puede con todo. Creo que el mensaje es que, aunque la ciencia no es una actividad perfecta, porque la hacen los humanos, es bastante impresionante. Consigue solucionar problemas que parecían insolubles y este conocimiento nos hace más libres. El progreso se traslada después a la medicina. Cuando yo estudié medicina, la mitad de los cánceres eran letales. Hoy, incluso se están curando la mitad de los melanomas, que eran mortales hace diez años. Hay un progreso inexorable. Ahí puedo trasladarte una visión optimista de la ciencia y la medicina, que está tirando del carro de la humanidad. Creo que no miento si digo que llevamos a la humanidad hacia un futuro mejor. Ciertas tecnologías como las armas nucleares, las armas bacteriológicas o las armas químicas podían haber acabado con la humanidad hace más de 120 años. Y no lo han hecho, porque se han regulado a rajatabla. Estamos un poco en este mismo escenario de cara al futuro. ¿Nos vamos a transformar en nueva especie? Bueno, vamos a pensar cómo hacemos este salto al futuro y poner los guardarraíles necesarios para que esto sea un motor de progreso.
—La revolución industrial seguramente fue un cambio de paradigma apabullante, pero jamás en la historia las cosas han ido tan rápido. Cuando todavía estamos digiriendo la llegada de las inteligencias artificiales, usted cuenta esto. Cuesta mucho salir a flote a respirar entre ola tecnológica y ola tecnológica.
—Creo que parte de lo que dices es absolutamente biológico. Las nuevas generaciones tienen cerebros distintos. El período crítico del desarrollo del cerebro se produce hasta la pubertad. En ese lapso, el cerebro es una esponja que aprende y se reformatea según el mundo en el que vive. Cuando alcanza la pubertad, se cristaliza, que es lo que llamaba Cajal «el mortero del cerebro». Se asienta, y aunque seguirás aprendiendo, lo harás mucho menos. A nosotros, que somos adultos, nos pueden parecer desconcertante muchos de estos cambios. El cambio siempre te descoloca, pero parte de la solución al problema serán las nuevas generaciones, que verán todo esto como algo absolutamente normal. Al igual que nosotros utilizamos un lápiz desde la escuela, ellos autorizarán algoritmos de inteligencia artificial desde párvulos como otra herramienta más. Insisto en que no veo esto como el fin, sino como un nuevo comienzo, hay cosas que no podemos ni imaginarnos que podremos hacer y que nos harán una especie mejor. ¿Por qué no vamos a poder utilizar esto para construir una humanidad mejor, más justa, con menos conflictos y violencia? Y, por supuesto, ir a por las enfermedades cerebrales. Tenemos en casa a pacientes mirándonos a los ojos y pidiéndonos ayuda. Tenemos la obligación de curar urgentemente estas situaciones personales de dolor y de enfermedad.
—Investigar en este campo, además de éticamente resbaladizo, ¿será también más complejo?
—La neurotecnología clínica se está introduciendo en la práctica médica de la misma manera que todas las tecnologías médicas, de manera muy regulada. Los médicos llevamos más de 2.000 años con el juramento hipocrático sobre nuestros hombros, intentando hacer el bien de una manera desinteresada. Todas las grandes corporaciones farmacéuticas que quieren ganar dinero se han tenido que ajustar a la ética médica y a las reglas y regulaciones en todo el mundo. ¿Que les cuesta muchísimo hacerlo? Pero lo hacen y ganan muchísimo dinero. Antes de que surgiesen las compañías tecnológicas, las compañías más grandes del mundo eran las de biomedicina, las farmacéuticas. Su modelo de negocio y de progreso quizá no haya sido perfecto, pero no es malo. Estamos empezando a curar enfermedades ahora con inmunoterapia, que es una tecnología nueva, y todo esto se ha aprobado de una manera rigurosa, con ensayos clínicos, bajo la fuerza de la estadística. Exactamente lo mismo está ocurriendo con los chips cerebrales. Estoy relativamente cerca de ese mundo y lo sé. Conozco a la gente que lo hace y tienen un rigor científico y un respeto por el paciente y por la dignidad de las personas increíble. No estoy en absoluto preocupado por el desarrollo de la neurotecnología médica, de hecho, lo promuevo.
—Pero, por simplificarlo mucho, vamos a reprogramar cerebros. ¿No cree que es más difícil ponderar riesgos y beneficios?
—Este tipo de decisiones de balanza las llevan tomando los médicos desde hace 2.000 años y las hay mucho más dramáticas que la que comentas en concreto. Hay decisiones de vida o muerte. ¿Qué se hace frente a un trasplante en el que tienes un riñón y cuatro pacientes? Al que no trasplantas se te muere, ¿a quién pones el riñón? Hay decisiones a vida o muerte todos los días en todos los hospitales del mundo. ¿Y qué hacen los médicos? Pues aplicar la ética médica. Los tres principios del juramento hipocrático: beneficencia, justicia y dignidad. Se examinan los beneficios y riesgos y tomas una decisión. Quizá no sea perfecta, pero es ajustada a estos principios. Con la neotecnología implantada en el cerebro ocurrirá lo mismo. Te lo garantizo. Uno de los problemas con la aumentación mental es que, por ejemplo, te pueden aumentar una parte de una actividad cerebral disminuyéndote otra. Igual se puede aumentar la memoria, pero te quitan parte de las emociones. ¿Qué hacemos ahí? Entonces se va a tener que mirar, pero con lupa. Yo te tranquilizo, porque la gente que está involucrada en neurotecnología clínica son los mejores médicos que tenemos. Porque estamos ante el gran desafío.
—Las dudas no están tanto en la parte médico, sino en qué pasará cuando este progreso llegue a los planes de negocio.
—Estamos hablando de dos cosas distintas que apenas tienen nada que ver. Una es la neurotecnología clínica y aquí, te aseguro, no hay que preocuparse. Incluso Elon Musk, con su chip de Neuralink, forma parte de esta parte clínica. Eso lo tiene que meter en el cerebro un neurocirujano, con lo cual va a estar regulado hasta la saciedad y los datos protegidos por las leyes médicas de regulación de datos clínicos. Por el otro lado, está la neurotecnología comercial, que surge cuando estos dispositivos se hacen portátiles y ya no requieren a un neurocirujano. Ahí es donde estamos trabajando y estoy de acuerdo contigo, la preocupación viene por el lado comercial y, desde ese prisma, lo que nos preocupa de una manera fuerte es la privacidad mental, la descodificación de información cerebral, que no está regulada en general. En cualquier caso, el equivalente a un chip cerebral que te manipule la actividad cerebral, comercialmente está todavía muy lejos.
—¿Cómo de lejos?
—Tal vez hablemos de cinco a diez años, quizás más. La clave es que desde fuera no tienes la misma precisión para trabajar que la que tienes desde dentro. Esos cascos que ponemos en el cráneo son fantásticos, pero desafortunadamente no te permiten acceder a la actividad cerebral desde fuera, por lo que tienes una versión muy descafeinada frente hasta donde puedes llegar desde dentro. También es un problema de leer y escribir, y me explico. Cuando aprendes un idioma, es mucho más fácil leerlo que hablarlo, ¿no? Pues lo mismo con la actividad cerebral, es mucho más fácil descodificarlo que manipularlo y escribir la actividad cerebral con precisión. Esto es lo que hacemos en el día a día en mi laboratorio. Por eso la neurotecnología de desciframiento de actividad cerebral va muy por delante de la tecnología de manipulación de actividad cerebral.
—¿Cómo va a ser un humano neuroaumentado? Hablaba antes del ejemplo de la memoria a costa de las emociones. ¿Podría ser un ejemplo que puede ser más o menos real?, ¿esos aumentos de memoria pueden servir para paliar déficits en enfermedades neurodegenerativas?
—De hecho, las primeras salvas de la neuroaumentación están viniendo de ensayos clínicos de enfermedades como la demencia o el alzhéimer. No tengo una bola de cristal, pero sí te puedo contar cosas que ya han ocurrido. Hace un par de años, en un ensayo clínico de alzhéimer, utilizaron un dispositivo de estimulación eléctrica transcraneal (EMT) para testar si eran capaces de aumentar la memoria en pacientes. La primera parte del ensayo fue realizar el tratamiento con voluntarios sin patologías, lo que en ciencia se conoce como el grupo de control. Para poder ver si tienes éxito con un tratamiento, primero tienes que saber cómo reaccionan individuos que no tengan la enfermedad. En este experimento control se dieron cuenta que los voluntarios, que tenían las mismas edades que los pacientes, tenían un aumento del 30 % de la memoria a corto y largo plazo después de que les estimulasen el lóbulo temporal del cerebro con protocolos determinados EMT.
Esto puede ser una avanzadilla de lo que viene, que puedas tener dispositivos en tu casa que a través de una estimulación de cierto tiempo puedan aumentar tu memoria en un 30 %. ¿Quién no querría disfrutar de esto? Evidentemente, para que esto ocurra, desde mi punto de vista, esta tecnología tiene que estar muy regulada y que estos dispositivos sean absolutamente seguros, constatar que no existen efectos secundarios. Y para esto falta tiempo. Estamos poniendo las bases para que, cuando demos ese paso como seres humanos, los demos con la carretera bien hecha y los guardarraíles perfectamente colocados. Y que dé lugar a un efecto positivo para la humanidad. Lo último que quiero transmitir es preocupación y desconfianza, es justo lo contrario. Los que están trabajando en primera línea en esto del mundo, son precisamente los firmantes del artículo de neuroderechos del año 2017 que empezó todo este movimiento. Estamos preocupados y trabajando para que esta tecnología sea un caso de innovación responsable que traiga beneficios a los pacientes y al resto de la población sin crear problemas añadidos.