María Luisa Ferrerós, psicóloga: «El cuento de dormir siempre debe ser el mismo porque lo que nos interesa es que se acabe aburriendo»

Cinthya Martínez Lorenzo
Cinthya Martínez LA VOZ DE LA SALUD

LA TRIBU

María Luisa Ferrerós es psicóloga infantil especializada en neuropsicología.
María Luisa Ferrerós es psicóloga infantil especializada en neuropsicología.

La experta asegura que «es peor dejarle tu móvil a tu hijo que comprarle uno específico para niños»

27 jun 2023 . Actualizado a las 18:57 h.

María Luisa Ferrerós estudió psicología en la Universidad de Barcelona con especialización en neuropsicología, el posgrado en alteraciones del sueño en el Instituto Universitario Dexeus y el máster en psicoterapia breve estratégica y psicología sistémica en el centro G. Nardone de la Universidad de Florencia. Además, está acreditada en formación clínica para el diagnóstico de TEA por la Universidad Cornell de Nueva York y es autora del bestseller Pórtate bien y de otros libros de referencia como Abrázame, mamá (Planeta, 2007), Enséñame a aprender (Planeta, 2004), Tengo miedo (Planeta, 2008) y Pórtate bien (Planeta, 2023).

—¿Qué nos puede decir el llanto de un bebé?

—No es lo mismo el llanto de un bebé de cero a cuatro meses que más mayores. Lloran por distintos motivos: cuando tienen hambre, sueño y cuando se sienten solos. Debemos de tener en cuenta que el bebé lleva nueve meses dentro del útero materno totalmente abrazado por el agua del líquido amniótico. Todo su cuerpo tiene esa sensación de contacto. Y claro, cuando sale se siente desprotegido. Por eso necesitan el contacto piel con piel y, cuando no lo tienen, es uno de los motivos por los que lloran.

También pueden llorar porque están incómodos al estar sucios y el tipo de lloro es un poco diferente. El de la comida, de tener hambre, es muy urgente. Parece que les pasa algo y enseguida las mamás aprenden a diferenciarlo. Y aparte, es fácil interpretarlo porque suele coincidir con los horarios de las comidas. Si ya han pasado tres horas o tres horas y media y está llorando desesperadamente, está claro que tiene hambre.

—¿Y el lloro por sueño?

—Es fácil también, porque se puede ver que están incómodos y que andan a vueltas. Pero es otro tipo de llanto. Se han hecho unos estudios muy interesantes sobre el tipo de frecuencia sonora del lloro, según cada país. La frecuencia del lloro de los bebés cambia si son rusos, alemanes, españoles o americanos, porque todos tenemos una frecuencia determinada de la cantinela de nuestra entonación. El llanto se acopla perfectamente a la frecuencia de cada idioma. Es muy curioso. 

—Cuando se hacen mayores y se producen las pataletas, ¿cómo actuar?

—Siempre es importante observar el motivo de la pataleta porque debemos actuar de diferente manera según cuál sea. No es lo mismo si el niño monta una porque le has dicho que «no» a alguna cosa, a que la monte porque está cansado o tiene hambre. Serían dos formas diferentes de actuar. Y también serían los dos grandes grupos. Los niños pequeños suelen montar pataletas coincidiendo con la hora de la merienda o con la cena. Están cansados o irritados porque pensamos que para ellos el tener hambre es muy urgente. No es como nosotros que podemos aguantar un rato. Claro, ahí ya no tendríamos que reñir. Si nos damos cuenta de que el niño está montando un berrinche porque lo que le pasa es que tiene hambre, sueño, está cansado o lo que sea, lo que hay que hacer es darle algo de comer, calmarlo y ponerlo a dormir. 

 —¿Y cuando la pataleta es porque le hemos puesto un límite?

—Debemos revisar si nuestro lenguaje ha sido el adecuado para la edad del niño. Muchas veces utilizamos un lenguaje muy elaborado y muy abstracto y los niños no nos entienden. Si te dice que quiere una piruleta, un donut o lo que sea, y tú le dices «no, ahora no, después». Yo, como adulto, entiendo que le he dicho que sí, que en un rato se lo daré, pero el niño, como no entiende lo que es una doble negativa ni lo que quiere decir «después» porque no entiende el concepto de tiempo, para él le has dicho dos veces que no y después una cosa que no entiende. Lo primero que hay que hacer es explicarle que sí que se lo vas a dar, pero una vez se acaba de cenar. Solucionando este conflicto, entiende que le has dicho que sí, se acaba la pataleta en el momento. 

—¿Qué ocurre cuando no es un malentendido?

—Ahí lo que debemos de hacer, dependiendo de la edad, es aplicar una consecuencia pedagógica para que el niño aprenda que, por mucho que llore, no va a conseguir lo que quiere.

—¿Cómo conseguir que el niño duerma solo en su habitación?

 —Primero deberíamos de tratar a qué edad debería dormir solo. Hay diferentes teorías y maneras de abordar este proceso. Por un lado hay una sección que propone que a partir de los seis meses o un año, coincidiendo siempre con el destete, es decir, con que deje el pecho o el biberón, ya se puede empezar a introducir que duerma en otra habitación. Siempre debe ser de forma paulatina, ligándolo con un elemento agradable.

—¿Puede proporcionar un ejemplo?

—Como por ejemplo, leerle un cuento que ya se sepa. Y durante ese tiempo, salir varias veces de la habitación y él vea que no pasa nada. Se queda a gusto en su habitación. Se trata de establecer una especie de ritual. El cuento de dormir siempre debe ser el mismo porque lo que nos interesa es que se acabe aburriendo con el cuento y, a la tercera página, piense: «Ya me lo sé, me voy a dormir». Si cada día le cambiamos el cuento, haremos que se active y no conseguiremos nunca que se duerma, conseguiremos lo contrario.

Con ese cuento de ir a dormir lo que tengo que hacer son tres interrupciones en las cuales mamá o papá le dice al niño: «Mira, cariño, vete mirando los dibujos mientras me voy poniendo el pijama». Tardas dos segundos y vuelves. El niño tiene que ver que te has puesto el pijama. Eso en la página dos. Cuando llegues a la cinco, me voy a poner las zapatillas que me las he dejado y en la página siete me voy a hacer una coleta o me he olvidado no sé qué. Algo que el niño vea que siempre es lo mismo. Porque así le estamos acostumbrando a estar sola en la habitación leyendo su cuento, sabiendo que papá o mamá han salido un momento y vuelven a venir. De esa manera, el niño, poco a poco se va acostumbrando a estar solo en su cama. Cuando ya dices: «Hemos acabado el cuento, te quedas aquí tranquilo». No te preocupes que vendremos por aquí para ver que estás bien y, para que sepas que estuvimos, te dejaré aquí el muñeco o alguna cosa que el niño cuando se despierte sepa que sus papás han ido a arroparle. Queremos que darle confianza al niño para que esté a gusto en su habitación, que sepa que sus papás le están vigilando, que vamos a estar ahí y que así él no tenga miedo. Porque al final el enemigo de dormir solos son los miedos. El miedo a la oscuridad, a los monstruos, a estar solos.

—¿Cuándo sería el momento ideal para que el niño empiece a dormir solo?

—Existe ese primer momento durante el destete. Si por lo que sea, no llegamos y queremos hacer colecho, que es otra opción absolutamente válida y recomendable, se acabaría cuando el niño tuviera tres años o así. Existen momentos de autonomía en los que debemos introducir nuevos hábitos. Pero para el niño y dependiendo de la familia, es una elección totalmente personal el hacer colecho, dormir en la misma habitación o diferentes. Todo tiene sus pros y contras y no hay ninguna que sea el elemento perfecto. Cada uno tiene que hacer un poco lo que en su familia se sienta más cómodo. Lo que yo nunca recomiendo es hacer cosas que a ti te hagan sentir mal. Que las hagas contra tu corazón, digamos. Debes de hacer aquello con lo que te sientas cómodo. Si estás cómodo durmiendo con tu hijo hasta los tres años, fenomenal. Lo importante es que ni tú ni el niño hagáis nada que sea forzado. 

—¿Debemos cogerlo en brazos?

—Cogerlo en brazos siempre es bueno. Cuando es inconveniente es cuando estás nervioso y no tienes ganas de cogerlo porque le transmites esa energía negativa al niño. Si tú lo coges para abrazarlo y darle besos, eso siempre es positivo. Es negativo cuando lo coges para que se calle. Ahí no le estás transmitiendo la mejor de las energías, sino la peor. De forma natural, en un niño, él va a dejar de pedir que le cojas en brazos cuando todo funciona bien. Lo que sería muy raro es que un niño de ocho años te pidiera que lo cojas en brazos porque de forma natural, el niño ya va dejando de pedir esas cosas. Pero cuando son chiquitines y lo piden, muchas veces necesitan ese contacto. Necesitan sentir que estás cerca y nunca es malo el exceso de cariño. Otra cosa es la hiperprotección que se hace cuando son mayores. Cuando tienes un niño de ocho años y no le dejas ni abrocharse los cordones de los zapatos, le preparas una mochila o le haces tú todo, eso es hiperprotección y ahí sí que no está siendo adecuado.

—¿Cuál sería la diferencia entre premiar y chantajear?

—La diferencia entre chantaje e incentivo es la forma de hacerlo. Si tú le dices al niño: «Venga, si lo haces todo bien, luego nos iremos al parque», ahí estás incentivando. El chantaje sería cuando le dices: «Si no te portas bien te quito el chupa chups». Ahí le estás haciendo chantaje. Hay que huir de comprar e incentivar con cosas materiales. Es mejor compartir tiempo juntos: haremos un pastel juntos o iremos en bici. Lo que no suele funcionar y es bastante negativo es: «Te voy a comprar esto si sacas un diez». Ahí sí estás chantajeando. Además, le estás comprando cosas que al niño le dan igual. A los dos minutos quiere otra. Huyo siempre de recompensas materiales, creo que siempre son mejores experiencias de compartir, hacer juntos.

—¿La personalidad de un niño que tiene hermanos es diferente a la de un hijo único?

Las circunstancias vitales de cada niño modifican su experiencia y modulan su personalidad. No es lo mismo un niño que haya crecido en una familia en la que son tres o cuatro hermanos y que de pequeño ya tiene que aprender a compartir, a jugar con otros, estar siempre con gente, que un niño que es hijo único y todo gira a su alrededor. En principio son dos circunstancias vitales diferentes que no es ni mejor ni peor, son las que tocan a cada uno, pero condicionan un poco el tipo de personalidad. Cuando se dice: «Tener varios hermanos te hace ser más generoso». A veces sí, a veces no, porque también hay hermanos que son cinco en la familia y son súper egoístas todos. Depende quizás más de la educación que les das.

—¿Sería normal tener un hijo preferido?

—Más que normal, diría habitual. Si tienes varios hijos, los quieres a todos igual, pero siempre tienes uno con el que te llevas mejor o te hace más gracia. Esto al final, es humano. Según el carácter del niño, puede que te empieces a llevar mejor con uno que es más parecido a ti, pero es una cuestión de gustos porque quererlos, los quieres a todos igual. Es verdad que lo de tener un preferido está muy extendido en la literatura psicológica y novelística. Es algo que es humano y que existe. Igual que hay uno que es siempre más de la mama y otro del papá. 

—También influirán las circunstancias. 

—Claro. Igual cuando tienes el segundo, imaginemos, tienes una mejor situación en el trabajo. O eres primerizo, no sabes muy bien cómo gestionarlo y a veces el impacto que tiene es diferente. Pero diría que son circunstancias diferenciales, no mejores o peores. 

—¿Cuál sería la mejor opción para su primer acceso a la tecnología?

—Cuando son pequeños, la mejor opción es una tablet que no tenga acceso a Internet. Tener los juegos descargados y filtrados por los intereses que consideras necesarios, según la edad del niño. No tiene acceso a que aparezcan otro tipo de cosas. Los juegos son estimulantes y sirven para que el niño aprenda. A medida que van creciendo, ya van utilizando más cosas. 

—¿Debemos dejarles el móvil?

—Creo que los padres hacen una trampa cuando dicen: «El mío no tiene móvil», pero le dejan el suyo. El nuestro no tiene control parental ni filtros. Es una trampa tremenda. Los padres tienen claro que no les deben de comprar un móvil porque tienen cinco o seis años, pero tampoco les deben dejar el suyo. Es peor eso a que si le compras un móvil a tu hijo, específico para niños, sin acceso a Internet, con control parental, todo filtrado y de manera que el niño solo pueda llamar y cuatro cosas. En cambio, si le dejamos el nuestro, tiene acceso ilimitado a todo y es mucho peor. Y eso los padres no lo suelen pensar.

—¿Cuándo deben tener su primer móvil?

—El consejo de los profesionales es que no puedan tener acceso a Internet hasta los 14 y ahora se empieza a hablar de los 16. Primero deben aprender. Esto es como si a un niño de 18 años, cuando se quita el carné de conducir, le compras un Ferrari. Es absurdo. Al igual que si un niño que está empezando a navegar por la red, le das un móvil de nueva generación, el último modelo. Un montón de cosas que no saben gestionar. Y es lo más habitual porque actualmente los padres se quedan con los móviles viejos y dan los nuevos a los niños. 

—¿Esa edad idónea corresponde con la realidad a día de hoy?

—Lo que está pasando es que a los doce, más o menos, cuando empiezan el instituto, parece que todos los niños deben de tener móvil. Lo ideal es que tuvieran uno para llamadas y whatsapp y, todo lo demás, filtrado y con control parental. El problema es que la mayoría de estos móviles de última generación que son los que manejan estos niños, tienen acceso ilimitado a todo. Es tremendo porque si miras el tiempo que pasan, hay niños que están cuatro, cinco o seis horas al día mirando Youtube, TikTok, etcétera. Siempre les pregunto: «¿Has decidido estar cada día cinco o seis horas mirando el móvil?». Y me dicen: «No, siempre empiezo mirando dos cosas y al final se me pasan a seis horas». Ahí está el problema. Tienes que decidir cuántas horas quieres estar al día. 

—¿Cuáles son las señales de alarma que podríamos ver en el niño y que nos alertan de que tiene algún tipo de adicción a la tecnología?

Cuando dejan de hacer su vida normal por estar conectado al móvil. Por ejemplo, estoy con el Tiktok, me llaman mis amigos para ir al cine o algún otro plan y resulta que les digo que no porque no quiero perderme la pantalla. Como padre, si se ve eso, es un indicador de alarma. Quiere decir que pasa por encima esa adicción al juego, de los móviles, que el quedar con sus amigos. También que pierda el apetito, tenga problemas de sueño porque se queda hasta las tantas conectado con el móvil y sobre todo, lo más importante, que vaya dejando de hacer las cosas que le gustaban. Cuando reduce sus actividades y lo único que hace es estar en su habitación con el móvil, la tablet o lo que sea. Ahí, hay que preocuparse. 

Cinthya Martínez Lorenzo
Cinthya Martínez Lorenzo
Cinthya Martínez Lorenzo

De Noia, A Coruña (1997). Graduada en Periodismo por la Universidad de Santiago de Compostela, me especialicé en nuevas narrativas en el MPXA. Después de trabajar en la edición local de La Voz de Galicia en Santiago, me embarco en esta nueva aventura para escribir sobre nuestro bien más preciado: la salud.

De Noia, A Coruña (1997). Graduada en Periodismo por la Universidad de Santiago de Compostela, me especialicé en nuevas narrativas en el MPXA. Después de trabajar en la edición local de La Voz de Galicia en Santiago, me embarco en esta nueva aventura para escribir sobre nuestro bien más preciado: la salud.