¿Deberes o descanso?: estas son las actividades que deben hacer los niños en verano
LA TRIBU
Los expertos recomiendan no utilizar cuadernos de fichas ya que desmotiva a los pequeños y hace que desconecten de la actividad
30 jul 2024 . Actualizado a las 14:18 h.En Galicia, los estudiantes de Educación Primaria disfrutarán, este año, de casi tres meses de vacaciones en verano. Los pequeños se despidieron de las aulas en junio, y no será hasta el 11 de septiembre, cuando volverán a pisarlas. El tiempo libre que deja este descanso se hace, para muchos —incluidos las familias—, demasiado largo. La conciliación entre el trabajo de los padres o tutores y el cuidado de los menores se complica y la gestión de las salidas y el tiempo de ocio no es suficiente para llenar las 24 horas del día.
Para que no pierdan el ritmo y con la intención de reforzar todo lo aprendido durante el curso, muchos cuidadores les ponen tareas académicas en las semanas estivales. Cuadernos de operaciones matemáticas, redacción o caligrafía que lejos de ayudar, llegan a ser contraproducentes. «El típico cuadernillo de fichas no tiene fundamento. Para que un niño realmente aprenda con una actividad y no haya regresiones tiene que ser significativa en su vida. Estos ejercicios no lo son», explica Tania Ruiz, pedagoga experta en neuropsicología educativa.
Los expertos consultados están de acuerdo: las vacaciones de verano no se deben destinar a los deberes. Al menos, aquellos concebidos de la manera tradicional. «Desde mi punto de vista, no parece muy sensato ponerles a hacer tareas académicas. Con las que tienen el resto de año es más que suficiente», defiende Antonio Valle, responsable del grupo de Investigación en Psicología Educativa (Giped) de la Universidad de A Coruña (UDC). De igual forma opina David Bueno, doctor en biología y especialista en Neuroeducación, quien dice que lo ideal es que los niños no pierdan el ritmo y para ello lo aconsejable es variar en sus quehaceres: «Si están en la edad de sumar, no les pongas a hacer un cuaderno lleno de sumas. Son vacaciones y los niños, al igual que los adultos, también las necesitan», comenta.
Esto no significa que se lancen a las pantallas sin control. De hecho, la Asociación Española de Pediatría recuerda que el tiempo máximo frente a un dispositivo es de dos horas diarias, e incluso menos según la edad. Por eso, buscar alternativas que le ayuden a desarrollar la función cognitiva y mantener el ritmo del curso puede ser una buena idea. Esto hará que tengan una rutina, un orden esencial tanto en los pequeños como en los mayores. Está claro que pueden variar de una a dos horas; sin embargo, mantener un ritmo «les da estabilidad mental y emocional», precisa Bueno. Así que, en la medida de lo posible, los días deben organizarse con una estructura similar.
Más libros, juegos y aburrimiento: la receta del éxito
Para llenar los huecos con un objetivo, la reina de la corona es la lectura. Eso sí, dejando que el pequeño escoja el tema de su interés y el género. «Es muy importante que se mantenga, sobre todo, cuando ha iniciado el aprendizaje de lectoescritura en el cole», precisa Ruiz. Si son pequeños, por ejemplo, se puede incentivar la lectura de cómics debido al poder ilustrativo de sus páginas: «Esto ayudaría a facilitar la aproximación a la lectura que puede que en un primer momento no se haya dado», indica la pedagoga y, además, directora de los centros de terapia infantil y adolescente Anda Conmigo.
Ahora bien, de poco sirve animar a que el pequeño lo haga si sus figuras de referencia no predican con el ejemplo. Bueno recomienda destinar un momento concreto del día, en un espacio cómodo, a que toda la familia pueda abrir un libro «e incluso, ir comentando lo que van leyendo». Una de las formas de aprendizaje de los menores es por imitación de sus adultos: «Si estos se pasan todo el día en la playa, es probable que el niño es lo que quiera hacer», añade el experto.
Distintos estudios encontraron que la lectura mejora la capacidad y el proceso lingüístico de los menores. Además, según la Asociación Española de Pediatría (AEPap), es una buena actividad para formar vínculos duraderos entre padres e hijos, «entre otras cosas, porque les permite aprender las palabras con mayor rapidez, mejora su comprensión y ejercita su cerebro», precisan los pediatras. En un documento elaborado para apoyar la lectura entre los pequeños, la AEP recoge cuatro errores que se suelen cometer por el afán de querer que los niños adquieran el hábito de lectura: «Crear contradicciones entre el método de la escuela y el empleado en casa; empleas textos inadecuados por su extensión, tema o interés; introducir un ritmo de aprendizaje excesivo y repetir o enseñar lo ya sabido, lo que provoca aburrimiento», argumentan. Con otras palabras, que se convierta en una opción placentera que el propio pequeño busque hacer.
En suma, y salvo deseo expreso del protagonista, no es necesario que ocupe una gran parte de su día. De hecho, se puede tomar como referencia los tiempos recomendados para los deberes durante el curso. Según la Asociación Española de Pediatría, si los niños tienen entre seis y siete años, la duración debe ser de una media hora; entre los ocho y los nueve, se puede alcanzar la hora; y a partir de los 10, la hora y media. «No es conveniente superar estos tiempos, pues la capacidad para prestar atención disminuye. Con el cansancio, el rendimiento es peor y comienzan las pérdidas de tiempo», recuerda la entidad.
El juego como aprendizaje también es fundamental: «Actividades que sean significativas para ellos, a través de juegos de memoria, de razonamiento lógico o de cálculo mental, facilitará su aprendizaje porque con este tipo de tareas se producen las conexiones que lo propician», precisa la experta en pedagogía, que añade: «Jugando en este sentido con su familia está incentivando mucho más esas conexiones que con 20 fichas de sumar», indica. Así, hacer un puzzle, recurrir al scrabble o a juegos de mesa «de toda la vida» contribuyen al aprendizaje.
Los beneficios de este tipo de dinámicas todavía son desconocidos para muchos. Sin embargo, es el mecanismo principal con el que aprenden los más pequeños. «Es una teatralización de la vida adulta, y como no hay una presión detrás, es un rato libre, que rebaja el estrés y la ansiedad, que poco a poco se acumula durante el año», precisa Bueno. Es más, se ha visto que ayuda a que los niños se relajen, controlen mejor sus impulsos agresivos, expresen lo que sienten o desean y conozcan el mundo que les rodea.
No solo esto sino que, si un niño aprende jugando, es muy probable que lo quiera volver a hacer. «Ellos no juegan para pasárselo bien. Lo que ocurre es que el cerebro recompensa los nuevos aprendizajes con sensaciones placenteras a través de la activación de una zona llamada estriado», recoge el neuroeducador David Bueno en su libro Educa tu cerebro.
Esta zona se involucra en la generación de sensaciones de recompensa y en la anticipación de recompensas futuras, «lo cual estimula a continuar jugando para seguir aprendiendo», detalla el experto. En resumidas cuentas, si usted consigue que su hijo se lo pase bien haciendo sumas y restas, ya tendrá medio camino completado.
Puede parecer de perogrullo, pero más allá de llenar su día con tareas, los pequeños también deben aburrirse. Sentir esa frustración ante el vacío de la nada. «De ahí nace la creatividad, y muchas veces, como los niños están acostumbrados a tener un dispositivo electrónico que los distrae continuamente, no saben aburrirse y son menos creativos», indica Ruiz. Por ello, aconseja dejarles tiempo libre con recursos que utilizar: pinturas, libros, papel, juegos manipulativos o interactivos.
Hueco para el movimiento
Dejando a un lado los libros y todos sus relacionados, es importante recordar que el movimiento es igual de esencial. Los niños lo necesitan y, de alguna forma, están hechos para ello. «Les ayuda a crecer fuertes y saludables, y en el desarrollo general», explica la Asociación Española de Pediatría. Entre los dos y seis años, se recomienda dejarles aprender a moverse por sí solos y tener más autonomía, ya que esto contribuirá al aumento de su autoestima y a la adquisición de habilidades posteriores. «La familia puede participar compartiendo el tiempo libre con actividades como ir al parque, al campo o montar en bici», comenta la entidad nacional. Si bien los adultos pueden participar en la dinámica, se aconseja que no se entrometan el proceso: «Es mejor esperar a que el niño lo desee y de esa manera no entorpecer su imaginación», añaden. Así, cuanto más tiempo disfruten de espacios exteriores, mejor.