Del «¿por qué no bebes?» al «por qué sí»: cada vez menos Humphrey Bogart, cada vez más Mario Casas
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VIDA SALUDABLE
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Cada vez más son los famosos que sacan pecho de su abstinencia alcohólica, un choque con lo históricamente proyectado por las élites culturales, que continúan regando de bebida cualquier acto
17 feb 2025 . Actualizado a las 12:44 h.Sam (Dooley Wilson), ya bien entrada la noche, le pregunta a Rick (Humphrey Bogart) si no se va a ir a la cama a descansar. Rick, hecho un pincel en su esmoquin blanco, mira melancólicamente al vacío sentado en una de mesa de su café —en realidad, poco café se bebía en ese bar— junto a una botella de brandi. El personaje de Bogart rellena su vaso y, harto de la insistencia del pianista en que descansase, le dice que no piensa volver a acostarse nunca más y le invita a sentarse con él. Que se eche «un trago». Sam le dice que no. Bogart vuelve a insistir: «Ven, echa un trago». Hacen falta dos negativas para que Rick se baje de la burra. La escena continúa por los derroteros clásicos, con el protagonista bebiendo a solas para lidiar con el duelo del amor y propinando un puñetazo a la mesa, que no tenía culpa. Por si el diálogo no les suena, esta secuencia es parte indispensable de Casablanca (Michael Curtiz, 1942), considerada una de las más bellas historias de amor del cine pre-Technicolor. El culmen del romanticismo, en estas y en muchas otras cintas contemporáneas, incluía tabaquismo, ingestas preocupantes de alcohol y, de paso, un ambiente laboral no muy sano.
Fuera de cámaras, la realidad es que Bogart era un bebedor —y fumador— compulsivo que falleció prematuramente a la edad de 57 años a consecuencia de un cáncer de esófago.
La romantización del alcoholismo desde la cultura no se limita solo al cine. A Ernest Hemingway, famoso por sus consumos, se le atribuye la frase: «Write drunk, edit sober» —escribe borracho y edita sobrio—, una cita de la que en realidad no existen registros. Es más, en alguna entrevista publicada de manera póstuma el escritor desliza que lo de beber mientras trabajaba no le parecía demasiado funcional y apuntaba a que ese era un hábito que podría tener William Faulkner —otro que arrastró graves problemas con el alcohol durante casi toda su vida—. Hemingway se suicidó a los 61 años tras atravesar graves problemas psiquiátricos —llegó a ser tratado con terapia electroconvulsiva hasta quince veces— y Faulkner murió a los 64 a causa de un infarto. Ambos ganaron el Nobel y el Pulitzer y eran, por ende, admirados masivamente.
Son solo dos ejemplos de un problema histórico y global. Al igual que se revisa la época dorada de Hollywood, podría echarse un vistazo a las juergas de absenta de los pintores franceses del siglo XIX. Y así, siglo a siglo. Si el alcohol, que está detrás de unas 15.000 muertes al año solo en España, sigue presente y exento de juicio se debe, entre otros factores, al tándem que continúa formando con las élites. «Hace poco estuve en Gran Bretaña. Es curioso que, en ambientes académicos con niveles culturales altísimos, donde están las mejores y más grandes librerías, donde se escucha música clásica por cualquier esquina mientras te cruzas con traductores de la Odisea, se beba muchísimo. Y además se anuncia. Se organiza una reunión para discutir la política social de la Edad Media francesa, pero antes habrá unos aperitivos con vino y después nos quedaremos a un brindis», explicaba el investigador en cáncer Juan Fueyo en una entrevista con La Voz de la Salud. Porque, pese a todo lo que hoy se sabe, el consumo de alcohol sigue siendo un signo de estatus. El estigma solo aparece cuando la historia personal del bebedor se rompe y el vino pasa a ser de brik.
De entre todos los grandes bebedores de la literatura, pocos podrían compararse a Charles Bukowski. Su nombre forma parte del All-Star de alcohólicos de todos los tiempos; el más maldito entre los malditos —en su epitafio se puede leer «Don't try», literalmente «no lo intentes»—. En su libro Mujeres (Anagrama, 2006) reflexionaba sobre el consumo de alcohol y dejaba esta frase: «Si algo malo pasa, bebes para intentar olvidar; si algo bueno pasa, bebes para celebrar; y si nada pasa, bebes para que hacer que algo pase». Lo cierto es que esta cita, obra del más bebedor entre los bebedores y con una vida que, como él mismo dice, es mejor no intentar emular, se ajusta bastante a la relación cotidiana que una enorme parte de la población mantiene con el alcohol.
¿Está cambiando la tendencia?
Tal vez a alguien le duela comparar a Faulkner, Bogart o Hemingway con Anne Hathaway, Mario Casas o Dani Martín. Pero esto no va de arte, sino de hábitos. Estos últimos forman parte del cada vez más nutrido club de famosos que reivindican públicamente su abstinencia alcohólica. Evidentemente, abstemios siempre ha habido, pero cada vez más personajes relevantes encuentran espacios en los que introducir su mensaje de consumo cero. Y la bola crece.
«Vivo mucho mejor sin alcohol. No me gustaría volver a lo de antes: resacas, estados de ánimo cambiantes... No es fácil no beber. Hay veces que llegas a una cena y cuando dices que no quieres una copa de vino siempre hay alguien que suelta lo de "venga, va, solo una". Y te contienes, pero te dan ganas», reconocía Jorge Javier Vázquez en su columna semanal de la revista Lecturas. Una pieza que surgió a raíz de una entrevista a Mario Casas en La Revuelta, en la que el coruñés reconocía haber limitado al máximo el consumo: «Ya no bebo, hace un año y algo dejé de beber. Cero». Y, a su vez, el comentario del actor se producía en el programa liderado por David Broncano, otro personaje público que siempre ha reconocido no haberse emborrachado jamás. En prime time. Del mismo modo, el cantante Dani Martín declaró también en una entrevista en El Mundo haber dejado de beber «porque he elegido quererme a mí mismo». Las voces no han dejado de surgir en cuestión de semanas. Se trata de un movimiento espontáneo que se inició ya hace algún tiempo en Estados Unidos, gran exportador cultural de tendencias healthy —y de cualquier tendencia, en realidad—. Celebridades como Eminem, Anne Hathaway, Bradley Cooper, Kim Kardashian o Natalie Portman son algunos de los famosos que han hecho de su abstinencia bandera.
José María no rapea, no actúa ni marca tendencia. Es un anónimo, un millennial —lo cual implica crecer en un mundo donde ya se sabían los perjuicios que ocasiona el alcohol—, pero forma parte del 6,8 % de españoles que, según la última Encuesta Sobre Alcohol y otras Drogas En España (EDADES), elaborada por el Ministerio de Sanidad, jamás han probado el alcohol. «Yo soy el menor de tres hermanos y ninguno de mis hermanos prueba el alcohol. Vengo de una familia en la que nunca se ha bebido. Mi padre puede beberse, como mucho, un vaso de vino a la comida o una cerveza de forma muy esporádica, con lo cual, para mí, el alcohol nunca ha sido algo familiar», explica.
Su perspectiva supone una perfecta atalaya sobre la que observar un mundo alcoholizado . José María explica que, de entrada, si hay que dar explicaciones, será para aclarar por qué no bebes, no por qué sí lo haces. «La pregunta siempre es, "¿tú por qué no bebes?" Lo raro es no beber. Y cuando tienes cierta edad, pues más raro todavía». Se refiere a esa ventana que discurre, en su caso personal, entre los dieciséis y los veinticincos años. «Cuando tú ves que el 95% de tus colegas beben y que se lo pasan genial, que se lo pasan de hecho mucho mejor, pues es muy difícil no unirte», comenta.
«Cuando entras en el instituto y empiezas a salir con los colegas, empiezas a notar esa presión. "Oye, ¿por qué tú no bebes?, ¿Por qué no?". Eres la diferencia, el bicho raro si quieres decirlo así», comenta José María, que asegura que el pico de presión social se alcanza en los primeros diez minutos de cualquier quedada con los amigos. Sin embargo, según su experiencia, supone un mayor reto lidiar con lo que él llama «la presión indirecta». «Es la que te puedes crear tú. Porque sientes que te estás perdiendo algo, que eso no te ayuda a encajar, que se supone que bebiendo te lo vas a pasar mucho mejor, que va a ser más fácil que ligues y todo este tipo de cosas que te dicen. Todo este te te puede ir calando y es fácil que caigas. Si yo no caí fue, primeramente, porque no me gusta, algo que veo bastante básico. Es que no me gusta el alcohol. Me han dado a probar muchas cosas, me han comentado «esto que seguro te gusta», pero ni cerveza, ni vino, ni vodka, ni nada», enumera.
El caso de José María deja tres puntos sobre los que reflexionar. El primero, los efectos potencialmente abstemios que implica un círculo de no bebedores; el segundo, el esfuerzo activo que se realiza por parte de los consumidores de alcohol para encontrar una alternativa que el abstemio considere palatable; y, tercero, el antinatural esfuerzo que se ejerce para lograr disfrutar el alcohol. Por otra parte, José María reconoce echar de menos apuestas más firmes por políticas que aboguen por la abstinencia. «Sí, veo que hay gente que lo reivindica. Es algo que sí cuentas. Pero no veo un movimiento, no veo unas políticas decididas para bajar el consumo. Vamos, yo desde mi punto de vista no acabo de ver que se estén llevando a cabo», expone.
Lo cierto es que políticas, haberlas, haylas. Los estudios epidemiológicos realizados desde Sanidad, por citar los más obvios, ponen cada vez más el foco sobre el riesgo del consumo de alcohol. Pero la bebida sigue gozando de relativa impunidad comparada con otras drogas legales como el tabaco, cada vez más acorraladas a nivel de impositivo. Las celebraciones y festejos siguen regados de alcohol: desde la victoria de una Eurocopa por parte de los futbolistas más famosos y exitosos del país a una Navidad en familia; o en los círculos más selectos que se puedan imaginar, donde se realizan brindis para honrar a visitantes o huéspedes. Es cierto que se comienzan a dar avances y son cada vez más los referentes de la juventud los que dan el paso. ¿Pero son suficientes?