¿Es el intestino el segundo cerebro?: «Aunque se comuniquen, cada uno tiene su rol»

VIDA SALUDABLE

El eje intestino-cerebro es más complejo de lo que podría parecer.
El eje intestino-cerebro es más complejo de lo que podría parecer. iStock

La relación bidireccional y compleja entre ambos órganos no significa que tengan roles equivalentes, incluso aunque algunos neurotransmisores se produzcan en el sistema digestivo

17 may 2025 . Actualizado a las 09:55 h.

En los últimos años se ha popularizado la idea de que el intestino es nuestro segundo cerebro, una frase que suena científica, atractiva y hasta poética. Pero ¿qué hay de cierto en esa afirmación? Aunque es verdad que el sistema digestivo cuenta con una compleja red de neuronas (el sistema nervioso entérico) y tiene una relación directa con el sistema nervioso central a través del eje intestino-cerebro, existe una confusión detrás de este mensaje. Esta idea es una simplificación al extremo del vínculo entre ambas regiones del organismo. En su libro Nutrición sin miedo (Montena, 2025), la nutricionista Sofía Giaquinta explica qué hay detrás del mito y cómo funciona, realmente, esta relación.

El eje intestino-cerebro

El intestino y el cerebro están conectados a través del nervio vago y del sistema inmunitario. «El nervio vago, que es uno de los más largos del cuerpo, actúa como una autopista de comunicación bidireccional entre el cerebro y el sistema digestivo», explica Giaquinta. Pero esta comunicación bidireccional no necesariamente funciona tal y como la imaginamos. Este vínculo permite que el cerebro influya en funciones intestinales como la motilidad y la secreción, y que, a su vez, el intestino envíe señales relacionadas con el hambre y otros procesos digestivos.

Cuando el intestino detecta alimentos, bacterias o inflamación, envía señales al cerebro a través del nervio vago. Esto ayuda a regular procesos como la digestión o la respuesta inmunitaria ante determinados agentes patógenos. Por su parte, el cerebro también envía señales al intestino. Así, en situaciones de estrés, puede enviar señales que afecten al movimiento intestinal, causando los típicos síntomas como las náuseas, la necesidad de ir al baño o la sensación de «nudo en el estómago» que asociamos a momentos de tensión emocional elevada.

Otro elemento que influye en este proceso de comunicación bidireccional es la microbiota. Las bacterias que habitan en el intestino pueden tener, hasta cierto punto, un impacto en la producción de neurotransmisores como la serotonina, que en gran medida se produce en el sistema digestivo. La serotonina es una sustancia química que actúa en el cerebro como neurotransmisor, es decir que una de sus funciones (que no la única) es la de transmitir información entre una neurona y otra. «Sin embargo, la serotonina que se produce en el intestino y la del cerebro no son exactamente lo mismo en términos de función ni de impacto en el cuerpo», señala Giaquinta.

Se estima que un 90 % de la serotonina que utiliza el cuerpo se encuentra en el intestino. En este órgano, su principal función es la de regular los movimientos intestinales y la digestión. Pero esta serotonina intestinal «no puede cruzar a barrera hematoencefálica, lo que significa que no afecta directamente al cerebro», detalla la nutricionista. El otro 10 % de la serotonina del organismo actúa en el cerebro y se produce en el tronco encefálico. Es esta la que «realmente afecta a nuestro bienestar emocional y está involucrada en la regulación del estado de ánimo, el sueño y otros procesos cognitivos», explica la experta.

Desmontando el mito

Si tenemos en cuenta que la información que va del intestino al cerebro y viceversa tiene más relación con el proceso digestivo que con el cognitivo, la idea del «segundo cerebro» cae por su propio peso. Giaquinta hace algunas aclaraciones en este sentido para contribuir a desmontar este reduccionismo. «El intestino se encarga de la digestión y de la absorción de nutrientes, mientras que el cerebro maneja el pensamiento, las emociones y las conductas. Aunque se comuniquen, cada uno tiene su rol», enfatiza.

En otras palabras, «el intestino no piensa. Es cierto que el sistema nervioso entérico o intestinal es complejo y coordina muchas funciones. Sin embargo, no tiene la capacidad de toma de decisiones que le corresponde al cerebro», explica la experta.

La serotonina intestinal es producida por un conjunto de células especializadas, llamadas enterocromafines, con el principal objetivo de regular la actividad intestinal. En el cerebro, la serotonina se produce en unas neuronas específicas que la segregan para regular otros procesos: el sueño o el apetito, entre otros. «Tenemos uñas en manos y pies, pero si se te rompe una uña de la mano, nadie espera que una uña del pie suba a reemplazarla. Con la serotonina pasa algo parecido, la del intestino y la del cerebro no son intercambiables ni se compensan entre sí», insiste la nutricionista.

Intestino y salud mental

Una microbiota sana contribuye al control de la inflamación, la producción de metabolitos beneficiosos y la modulación del sistema inmunitario, factores que pueden impactar de manera indirecta en la salud mental. En este sentido, la alimentación, el uso de probióticos y prebióticos, y el manejo del estrés pueden influir tanto en la salud intestinal como en el bienestar psicológico. Pero lo mismo ocurre a la inversa.

«Aunque la serotonina no atraviesa la barrera hematoencefálica, existen otros compuestos que sí lo hacen. Este es el caso del butirato, un ácido graso que se produce cuando la microbiota intestinal fermenta fibra. Algunos estudios sugieren que esta molécula podría estar vinculada con la depresión. En experimentos con ratas se ha visto que un estado proinflamatorio puede mejorar con el consumo de fibra y la posterior producción de butirato», observa Giaquinta.

No obstante, la experta aclara que «la depresión no es causada por la falta de fibra ni se cura aumentando su consumo». Las patologías de salud mental son fenómenos complejos en los que intervienen múltiples factores sociales, psicológicos y genéticos. «Ojalá comiendo garbanzos acabáramos con la depresión, pero ciertos hallazgos sobre la relación entre la microbiota y otros sistemas del cuerpo son anecdóticos y, sobre todo, requieren más investigación. En lugar de preocuparnos por eso, es mejor que nos enfoquemos en cuidar tanto nuestro sistema digestivo como nuestro cerebro a través de una alimentación saludable, ejercicio regular y prácticas de manejo del estrés, incluida la terapia», concluye ñla experta.

Laura Inés Miyara
Laura Inés Miyara
Laura Inés Miyara

Redactora de La Voz de La Salud, periodista y escritora de Rosario, Argentina. Estudié Licenciatura en Comunicación Social en la Universidad Nacional de Rosario y en el 2019 me trasladé a España gracias a una beca para realizar el Máster en Produción Xornalística e Audiovisual de La Voz de Galicia. Mi misión es difundir y promover la salud mental, luchando contra la estigmatización de los trastornos y la psicoterapia, y creando recursos de fácil acceso para aliviar a las personas en momentos difíciles.

Redactora de La Voz de La Salud, periodista y escritora de Rosario, Argentina. Estudié Licenciatura en Comunicación Social en la Universidad Nacional de Rosario y en el 2019 me trasladé a España gracias a una beca para realizar el Máster en Produción Xornalística e Audiovisual de La Voz de Galicia. Mi misión es difundir y promover la salud mental, luchando contra la estigmatización de los trastornos y la psicoterapia, y creando recursos de fácil acceso para aliviar a las personas en momentos difíciles.